jueves Ť 17 Ť mayo Ť 2001

Sergio Zermeño

La autonomía: un pacto

No cabe duda que el tema de la autonomía (o de las autonomías) cobra una importancia enorme en nuestro tiempo y en todas partes, pero en particular en países como el nuestro, no centrales y fuertemente expuestos a la influencia del polo de desarrollo más poderoso del mundo. Parece una obviedad, sin embargo de repente lo perdemos de vista: la autonomía es el correlato de la apertura, de la globalización, sólo que se trata de la fuerza complementaria, de una fuerza de balance ante un vector extremadamente poderoso. Infinidad de organismos, regiones, etnias ante la intemperie globalizadora oponen su resistencia social y cultural a ese avance casi irrefrenable de los grandes proyectos del capital (clubes de golf, plantaciones de eucalipto, proyectos transístmicos para el transporte global, lucha por los energéticos...).

Y la autonomía universitaria experimenta la misma tensión, aunque al extremo. En efecto, la universidad tiene que ser apertura, encontrarse vuelta al exterior, seguir los avances en la frontera del saber científico-técnico (que en su mayoría vienen de afuera), del quehacer artístico y humanístico, de las demandas de su entorno social. Al mismo tiempo es poseedora de enormes riquezas intelectuales, morales, artísticas y materiales que no han estado ahí preservadas ni son desarrolladas en su seno con una orientación mercantil, aunque tengan altísimo valor en el mercado, qué duda cabe. Al constituirse el saber y la técnica en los valores más apreciados, como sin duda nunca antes lo habían sido, el espacio en donde se concentran se vuelve altamente atractivo y, en el extremo, en un espacio de rapiña.

Hoy se habla de las universidades privadas como de espacios de excelencia (y qué bueno que la vayan logrando), pero poco se dice que un altísimo porcentaje de su personal académico fue formado en la UNAM, gracias a becas que esa institución le otorgó para completar su formación en el extranjero. Se olvida igualmente que con poquísimas excepciones la investigación y la enseñanza en las llamadas ciencias duras, así como en las ingenierías y en la medicina se realiza en las universidades públicas. Se omite, en consecuencia, que los posgrados de la UNAM cuentan con un capital humano y material superiores incluso al del resto del país (53 por ciento de los investigadores de tercer nivel del SIN pertenece a la UNAM). No obstante, en los terrenos de baja inversión y ganancias rápidas, en donde sí compiten las universidades privadas (derecho, economía, comunicación, ciencias políticas), hay que apuntar que han logrado su éxito no sólo mejorando el sueldo a los académicos de la universidad pública (aunque sometiéndolos a cargas docentes altísimas), sino en combinación con políticas destructivas impulsadas por las autoridades educativas nacionales y de las propias universidades públicas: los investigadores de alto nivel de muchos institutos en ciencias sociales no están obligados a dar clases en sus facultades, mientras el sistema SEP-Conacyt ha creado centros de excelencia puestos en marcha trasladando equipos enteros de esos investigadores que siguen percibiendo su salario de la UNAM más el sueldo adicional de esos nuevos espacios (de esta manera se han devaluado deliberadamente los posgrados en ciencias sociales de la UNAM desde los años setenta).

Por eso la reforma académica y el congreso son más que nunca indispensables: la competencia entre las universidades privadas (mercantilizadas) y las universidades públicas es una competencia desigual: la universidad pública es la más fuerte académicamente, pero en la economía global está sometida a fuerzas destructivas que vienen de los centros mundiales del poder y las finanzas, de políticas públicas nacionales que reciben préstamos con esa consigna (Ƒcómo vendrá el foxismo?), de intereses privados que privilegian el enorme negocio que son los servicios educativos y que echan mano de los medios de comunicación para desprestigiar a su competidor... Reconstruir la autonomía implica volver a construir la fuerza y el pacto de los actores que la portan: por primera vez desde hace 30 años el rector y las autoridades parecen poner distancia, no ruptura, con respecto al Estado (las fotos de De la Fuente son en rectoría y no en Los Pinos), y se comprometen con la gratuidad, prometen apoyar la reorganización del personal académico ante el poder burocrático, la descentralización de la UNAM y revisar las formas de gobierno y representación.

Del lado del movimiento estudiantil más radical también debemos exigir cooperación en el pacto para la autonomía manteniendo sus demandas en el congreso, pero sin sumarse, como una quinta columna, a las fuerzas de destrucción de la UNAM.