MARTES Ť 15 Ť MARZO Ť 2001

Patologías de medio festival

Leonardo García Tsao ENVIADO

Cannes. Aunque la selección del festival ha sido discutible, no cabe duda el profesionalismo de su programación. Justo a la mitad de su desarrollo, se ha decidido sobresaltar los ánimos con un programa doble sobre personalidades patológicas. Dirigida por el francés Cédric Kahn, Roberto Succo es la recreación episódica de la azarosa carrera criminal del personaje epónimo (Stefano Cassetti), un sicópata italiano que, tras matar a sus padres, se escapó de un instituto siquiátrico para cometer una serie de robos y asesinatos en Francia.

Rutinaria como un reporte policiaco, la película sólo expone la ineptitud de las fuerzas del orden europeas, incapaces de detener al fugitivo Succo en las circunstancias más sencillas. El criminal tampoco es revestido de una personalidad digna de estudio. El único misterio verdadero es por qué se ha puesto en competencia un producto más propio de la televisión por cable, donde cada mes se exhiben varios thrillers similares. De hecho, hay suficientes ejemplos del subgénero como para que cualquier aficionado se sienta ya graduado en criminología. Por lo contr FRANCE_CANNES_FILM_FESTIVAL1 ario, el director austriaco Michael Haneke ha sido uno de los exponentes más puntuales y perturbadores de cierto malestar en la sociedad actual. Su más reciente obra La pianiste (La pianista) es la descarnada descripción de las manías perversas de una respetada maestra de piano (otra temeraria interpretación de Isabelle Huppert), que contagia con su locura a un joven alumno (Benoit Magimel) enamorado de ella.

Basada en una novela de Elfriede Jelinek, la cinta es la menos distante y gélida en lo que va de la filmografía del cineasta, quien se acerca más a sus enfermizos personajes e incluso consigue apuntes de humor no necesariamente sardónicos.

Aún así, La pianiste sigue en su línea de inquietar al espectador con un desarrollo dramático imprevisible, siempre tendiente al acto anómalo. Haneke puede molestar pero no dejar indiferente.

Otras conductas extrañas se manifiestan entre los propios colegas asistentes al festival, sobre todo los europeos. No usaremos el término cochinos.

Digamos simplemente que la higiene personal no es una preocupación primordial. Es común ver a críticos que llevan una semana usando el mismo atuendo: los efluvios algo rancios que emanan de la ropa confirman su distancia frente al agua y el jabón.

Así también, muchos llegan a las funciones matinales con los pelos parados, claro signo de un almohadazo ni siquiera disimulado con un peine. Ahora que en Cannes ha hecho bastante calor desde el sábado, el llamado síndrome pépé le Pew, contribuye a hacer aún más desagradables los inevitables apretujones a la hora de entrar a las funciones.