lunes Ť 14 Ť mayo Ť 2001

Elba Esther Gordillo

Al maestro

El 15 de mayo se celebra en México el Día del Maestro como expresión de reconocimiento social y cariño hacia quienes tanto han contribuido a la formación de innumerables generaciones de mexicanos.

La celebración invita a la reflexión sobre lo que significa hoy asumir la responsabilidad social y ejercer la vocación de educar.

Nuestro mundo, más abierto e interconectado, pero al mismo tiempo más cmpetitivo y polarizado, nos lleva a interrogarmos acerca del futuro de la educación, el porvenir de la profesión magisterial, así como respecto a los requerimientos que conlleva la formación de los docentes para alcanzar una educación de calidad que simultáneamente esté sustentada en una visión humanista.

La UNESCO ha planteado de manera insistente, como respuesta a las transformaciones en la economía y el mercado laboral, el cambio de paradigma hacia una enseñanza permanente que no termina nunca y que se expresa en la frase "aprender a aprender".

La revisión de planes y programas de estudio, de técnicas pedagógicas, de mecanismos de financiamiento, de estrategias de planeación, en fin, del sistema educativo en su conjunto en los más diferentes países, y la convicción mundialmente compartida de que en la educación se encuentra una de las llaves maestras del futuro, subrayan la importancia de apuntalar uno de los pilares del proceso educativo traduciendo el respeto social al maestro en mejoramiento de su formación profesional y de su actualización permanente, elevando sus condiciones de vida, económicas y laborales.

Carlos Fuentes ha logrado definir con precisión e inteligencia la importancia de la tarea pedagógica: "la educación es la base de la productividad en las economías desarrolladas. Las industrias que actualmente ocupan el lugar central en la vida económica son las productoras y distribuidoras de conocimiento e información, más que de productos materiales. En la aldea global, la información y el conocimiento se han convertido en los principales productores de la riqueza. Y en la educación reconocen su raíz".

Por ello es que en México, en este quiebre de épocas y aun frente a las dificultades por las que atraviesa la economía, derivadas de la desaceleración en Estados Unidos, es indispensable asumir una perspectiva estratégica que no sacrifique el futuro por la coyuntura, que reconozca como prioridad absoluta la inversión en el maestro, porque en su formación y bienestar descansan, en medida importante, la preparación de las generaciones que garantizarán la viabilidad histórica de México en el naciente siglo XXI.

Lo hemos dicho antes: un maestro pobre no puede enriquecer el proceso de enseñanza; un mentor no sólo transmite conocimientos, sino emociones y actitudes; por eso necesitamos maestros bien remunerados; un educador que no cuenta con el pleno reconocimiento social y profesional, difícilmente se convertiría en motor de la reforma que demanda México.

Pero si la tarea del maestro merece nuestro reconocimiento, es de justicia revalorar más aún la tarea diaria de miles de mujeres y hombres, legiones de maestras y maestros rurales e indígenas en batalla contra el retraso y la ignorancia, contra el olvido y la injusticia, contra la violencia y la pobreza, careciendo de las condiciones más elementales para cumplir su tarea.

Constructores cotidianos de la identidad nacional, los maestros saben de la responsabilidad mayor que en el amanecer de este nuevo siglo mexicano nos plantea; educar para la democracia, para la tolerancia y el respeto a la diversidad; educar contra la violencia y la corrupción; transformar nuestras aulas de clases en espacios para la formación de ciudadanos. En suma, hacer de la educación una oportunidad de desarrollo individual y colectivo, una ventaja no de unos cuantos sino de todos, un mecanismo que asegure el futuro de los mexicanos.

No culminan en las aulas los procesos democratizadores y de cambio, pero en ellas se gestan; es en las escuelas donde adquieren, entre maestros y alumnos, contenido, forma, sentido, valores. Ese es el tamaño del desafío que enfrenta hoy la educación: educar para la democracia, para el cambio que garantice un tipo de desarrollo que no se limite al crecimiento económico, sino que incluya un proyecto civilizatorio donde las libertades individual y colectiva se potencien, crezcan, se multipliquen.

En el énfasis real --más allá del discurso-- en la educación, se localiza uno de los puntos de encuentro entre la herencia histórica y el México de la modernidad, con todas sus potencialidades. Ahí radica uno de los puntos de mayor consenso entre los mexicanos. Si de la educación depende en gran parte nuestro futuro; si en ella se cifra nuestra fortaleza, a ese rubro habrá que apostarle.

[email protected]