Tres
poemas tres
Luz de la
materia
Malva
Flores
Con Milenka
Porque no alcanzo a ver la luz o el sitio
donde iniciar la estela
volteo nuevamente hacia otras claridades
difusas, sin embargo, por el rezón del
tiempo.
Y en esa complacencia se apilan tantas frutas
como dedos de niebla
entibian todavía las tardes de mi infancia:
azul
de enormes jacarandas;
aquel naranja atajo rodeado de cafetos
o el sol mezclando su alimento al terciopelo
blanco de los jinicuiles.
Horas que son zureo en el tiempo instantáneo
del cerebro se desplazan
de
una a otra
sin que nos demos cuenta: del verano al siguiente
bronce del sol en lo más alto del día;
de la mano
tomada en su aquiescencia
hasta la rozadura mineral del beso.
Niebla, neblina de esas horas
cuando hoy las convoco
como a la oscuridad metálica de algún
rito amoroso
que tal vez se despeña hasta quién
sabe qué
abismo sin palabras.
Porque no alcanzo a ver la luz,
a reencontrar el sitio, advierto la inminencia
de su revelación: no sabemos dónde
dejar la huella, cómo ordenar la historia,
ni sabemos callar
a la bestia irascible que se asoma al espejo
y que nos llama.
No somos de razón
para atisbar la luz de la materia. Somos de voz
y por ella creemos que tan sólo nombrando
se da vida a las cosas: el ser que no nació,
el cántaro en el agua.
No somos de razón.
La niebla es un designio
tan alto como Dios
que nos miró falibles.
Poema
Yanireth
Israde
Un día cualquiera,
viernes lunes o domingo,
la muerte crujirá en mi mesa
rotas de frío veré caer mis flores
de naranjo.
Acechará mis pupilas
almorzará luz de ojos
me apretará el corazón
quién sabe si un martes o sábado
lunes
no creo
en fin, no importa el día:
nada ya podrá llevarse
ni
siquiera
la vehemencia de mi aliento
porque habré besado tanto
sobre todo los jueves
que tendré llagas en los labios
y serán tumultuosos mis suspiros
el ardor de mi silueta
la nieve derretida entre mis piernas.
Pondré trampas
a las telarañas del sepulcro.
Nada se llevará la oscura
viscosa muerte.
El pergamino de mi piel
ése sí podrá cargar
pero ninguna letra tendré escrita entonces.
Todo fue cantado
como trino doliente
o salmo esplendoroso.
No me encontrará versos pendientes.
Estaré lista:
habré ganado la partida
un día cualquiera.
Poema
Jorge
Ruiz Dueñas
Fue algún domingo inglés en los
senderos
bajo el domo ardiente de los árboles
Ignoraba si la última llamarada del verano
es el
otoño
Oía mensajes en el aire amancebado con
las
sombras
y los humos de las carboneras caducas
diluían su tizne en la giba del cielo
Todo era pulcro en el otoño inglés:
la hora sexta sobre el Carfax de Oxford
el arroyo que cruza el jardín del becario
americano
las simétricas nalgas de una falda corta
Para entonces no estaba el amigo de barba
iluminada
ni escuchaba a pacifistas en St.-Martin in-the-Fields
Kostas no decía los prodigios de Plaka
en un tabuco de Queens
ni las dependientas esmeraban su sonrisa
Protestaban
sí
los obreros en Trafalgar Square
reacios a la modernidad sin gloria
y Theodorakis padecía en la isla del Egeo
No sé cuánto duró en mi alma
aquel otoño
Pero ya vuelca su miel sobre mis ojos
y en el embarcadero
un susurro repite algunas noches:
Lets forget any acquaintance!
|
Dos poemas
Viacheslav
Ivanov
(1866-1949)
Al traductor
Ya sea que encuentres la alondra de Virgilio
O el albatros de Baudelaire, o el ruiseñor
de
Verlaine,
Tu conquista en la otra lengua
Es no dejarte seducir por estos pájaros
libres,
Es ser dueño de ti mismo sin violencias.
Mi querido pajarero, es claro que sin esfuerzo
Y sin traiciones no obtendrás nada, poeta,
Aunque hayas sido otro botánico del mal,
Otro pastor de idilio entre las piedras sagradas.
Porque el verso ajeno es resbaladizo como el dios
Proteo:
Es imposible abarcarlo temerariamente.
Tienes al pez por la cola, pero él se
desliza
Húmedo y escapa de la red endeble.
Con Proteo hay que ser Proteo, el equivalente
De una máscara, ¡es una máscara!
Traductor, eres un ocioso que entretiene con
su
cuento a la gente.
Otoño
Que la hoja caiga es un don del alma;
Cerca de la mirada el verso es lila...
Sobre el brocado fúnebre
El rostro de la muerte es claro.
En el áureo polvo del ocaso
Muere alegre la lejanía;
Las montañas se han cubierto
De una tristeza azulada.
Y el mes blanco florece
En el país fantástico... ¡tan
puro!...
Y, como un rezo, desprende
Del árbol mudo la hoja ardiente.
1905
Versiones de Jorge Bustamante
García
Viacheslav Ivanov (1866-1949) fue un brillante
representante del simbolismo ruso, filólogo e historiador formado
en las universidades de Berlín y Moscú, idealista y místico,
helenista, traductor y polígrafo de la estirpe de Fedor Sologub,
Maximilian Voloshin, Valeri Briúsov, Aldréi Bieli y Constantin
Balmont, por mencionar algunos; una especie de Alfonso Reyes de las estepas
hundido en la poesía del siglo de plata ruso. Tradujo de sus respectivos
idiomas a autores tan diversos como Leopardi, Safo, Byron, Baudelaire,
Novalis, además de poetas armenios, lituanos y finlandeses. Viajó
por Grecia, Egipto, Palestina. Su departamento en Petersburgo, al que llamaban
la torre, era punto de reunión de poetas, pintores y científicos.
Como Voloshin, en Crimea, Ivanov ayudó a otros poetas en dificultades,
incluso con dinero y alojamiento, como sucedió en Bakú con
el ex futurista y extraordinario Velemir Jlébnikov, en 1921. En
1924 Ivanov emigró a Italia y vivió en Roma el resto de su
vida. Sus libros de poemas se publicaron en la urss sólo medio siglo
después, en 1976. Muchos de sus versos no soportaron la prueba del
tiempo y suenan, tal vez, demasiado retóricos al oído del
lector actual. Sin embargo, esto no disminuye la importancia de su figura
en el devenir de la poesía rusa del siglo XX.
|