DOMINGO Ť 13 Ť MAYO Ť 2001
Carlos Bonfil
Demasiado amor
Algo muy alentador en el cine mexicano este año es la revelación de un perfil distinto de jóvenes actrices. No sólo rostros nuevos, sino estilos de actuación originales, sorprendentes, en ruptura total con las inercias en los castings y las exigencias de una eficacia mercadotécnica. Si bien el modelo televisivo y el cálculo de los diseñadores de imagen siguen decidiendo el buen look femenino en las comedias light, hay señales de que este panorama comienza a cambiar provechosamente. Muy pronto tendremos en cartelera la caracterización sobresaliente de Ximena Ayala en Perfume de violetas, de Marysa Sistach, con su carga de intensidad dramática y una complejidad psicológica muy inusual en nuestro cine. Por lo pronto, hoy podemos ya apreciar otra actuación notable, la de la debutante Karina Gidi en Demasiado amor, de Ernesto Rimoch, quien demuestra de modo eficaz que en el terreno de la comedia la mujer no necesita ajustarse al cliché del despecho y la rabieta sentimental ni a una simple vocación de ornato.
Rimoch elige para Demasiado amor una técnica y un tono dramático muy alejados de su experimentación anterior, El anzuelo (1995). Hay mayor atención al desarrollo de los personajes, en especial al de su figura central, la enigmática Beatriz (Karina Gidi), al punto de convertir su itinerario afectivo en eje central de la cinta, muy por encima del pretexto anecdótico, la partida a España de su hermana Laura, el compromiso de mejorar juntas su situación económica, y la inesperada revelación amorosa. Rimoch elige ahora un texto literario, la exitosa novela epistolar de Sara Sefchovich, lo adapta con su guionista Eva Saraga, y privilegia, asumiendo vigorosamente su propio punto de vista, la evolución del personaje de Beatriz, con su tránsito de la vulnerabilidad afectiva a la seducción como estrategia utilitaria y finalmente redentora. Un café de barrio se convierte rápidamente en territorio de conquistas sexuales, el laboratorio del altruismo sexual discretamente remunerado, y también en el sitio simbólico donde Beatriz descubrirá su entusiasmo amoroso por Carlos (un Ari Telch poco convincente). En esta fábula romántica se insinúa asimismo una reflexión sobre las dificultades de comunicación afectiva en un clima de incertidumbre social. El dinero y los sentimientos están aquí íntimamente asociados, ya en la destreza seductora de Beatriz, ya en la deslealtad que exhibe su propia hermana, y sobre esta turbiedad aparente se erige, desafiante, la nobleza del ideal amoroso. El tratamiento es novedoso en el cine nacional y en su actual sucesión de comedias intrascendentes -fast food del entretenimiento garantizado. Por apenas muy poco evita Rimoch los clichés del realismo mágico y del discurso sentimental edificante. Lo que sí no evita en sus últimos segmentos es continuar, inútilmente, la moda actual del turismo fotogénico y chovinista, un lastre que ya soportaron, con el efecto conocido, cintas como Piedras verdes y Sin dejar huella. ƑQué objeto tiene al final impregnar una historia tan sugerente con el espíritu adolescente de la serie televisiva Mochila al hombro?
Demasiado amor multiplica las paradojas: frente a un evidente miscast masculino se levanta la notable revelación fílmica de una actriz de teatro, Karina Gidi; un buen fotógrafo, Gabriel Figueroa Flores, alterna hallazgos estimulantes con clichés dignos de Sectur; un documentalista, Ernesto Rimoch (La línea, 1992) se revela fabulador entusiasta, disparejo, y arriesgado, capaz de sorprender con cada proyecto nuevo. Contra muchos pronósticos, la cinta se mantiene en cartelera.