SABADO Ť 12 Ť MAYO Ť 2001
Ť Leonardo Garcia Tsao
 
Apocalipsis: ahora más que nunca

No hay como una obra maestra de hace dos décadas para poner las cosas en perspectiva. Reditada a una nueva duración de casi tres horas y media ?53 minutos más larga que la original? la llamada Apocalypse Now Redux pone de manifiesto qué tan insignificante es la mayoría del cine actual, incluso el del propio Francis Coppola. Esta versión remix de Apocalipsis sólo ofrece dos secuencias inéditas y alarga otras tres, pero es una película que respira mejor en tanto su ritmo no apresura la sucesión de hechos violentos. Ahora, por ejemplo, se ha restaurado la nunca antes vista secuencia de la plantación francesa, en la cual un grupo de coloniales, encabezado por el fallecido Christian Marquand, explica el origen de la guerra en lo que fue la Indochina y sus motivos por permanecer ahí, como fantasmas de una lucha previa.

FRANCE_FESTIVALdipardiuProyectada como debe ser, en una pantalla gigante y con un sonido remasterizado, Apocalipsis es un espectáculo portentoso tanto en su visión definitiva de una guerra signada por la locura, como por la inspirada megalomanía de su realizador. Desde entonces, Coppola no ha vuelto a esas alturas. Cabe decir que la cinta marcó también el fin de una década prodigiosa para el cine estadunidense. Desde los 80, se impuso el infantilismo aportado por Steven Spielberg y George Lucas ?otrora protegido del mismo Coppola? y la producción hollywoodense quedó en manos de  contadores y ejecutivos mercadotécnicos. "El horror... el horror", para citar las últimas palabras del coronel Kurtz.

Desde luego, Apocalipsis no aspira a ningun premio porque ha participado fuera de concurso. Igual, habría que darle la palma de oro de la nostalgia.

Otro tipo de guerra es enfocada por el cineasta iraní Mohsen Majmalbaf en Kandahar, la librada por Afganistán contra su propia población femenina. La película arranca de manera promisoria: una periodista llamada Nafas (Nilufar Pazira) que se ha refugiado en Canadá trata de regresar a su país natal de manera clandestina, para ayudar a su hermana que ha anunciado su inminente suicidio. Sin embargo, el desarrollo dramático encuentra las limitaciones habituales de esta cinematografía: un afán casi didáctico por establecer sus preocupaciones, que lleva a una fastidiosa reiteración de escenas. Por ejemplo, para hablar de las mutilaciones sufridas por la población afgana a causa de las minas de tierra, Majmalbaf siente necesario mostrarnos los muñones de docenas de hombres que exigen un suministro de prótesis.

Esa machacona insistencia acaba por anular el interés del conflicto de la protagonista, aunque Kandahar no llegue ni a hora y media de duración. Pero sus defectos, las buenas intenciones de la cinta le aseguran algún tipo de premio pues el cine iraní causa un reflejo condicionado de elogio, sobre todo en estos certámenes donde la condescendencia del primer mundo cuenta mucho.