Se perfila el magnate Berlusconi para regresar al poder
Italia: el fantasma fascista
GUILLERMO ALMEYRA Y MASSIMO MODONESI ESPECIAL PARA LA JORNADA
Después de cinco años ?moderadísimos, ultraconservadores? de gobierno de centro-izquierda, el domingo los italianos volverán a votar. Desde hace tiempo el viento sopla hacia la derecha y todos los pronósticos apuntan a una victoria de la coalición que encabeza Silvio Berlusconi: la Casa de las Libertades.
A menos que los electores de izquierda, decididos a abstenerse asqueados por la política gubernamental, cambien de opinión escuchando el llamado de intelectuales liberales como Norberto Bobbio y Umberto Eco.
A pesar del fracaso de su primer gobierno, de las condenas y procesos incluso por asociación mafiosa, del repudio de Le Monde, Financial Times y The Economist, Silvio Berlusconi sigue como el aventurero que se mueve sin escrúpulos y con fondos de dudoso origen, con la arrogancia ignorante de sus declaraciones públicas y el manifiesto conflicto de intereses que lo rodea.
De magnate de las comunicaciones a personaje político, Berlusconi sigue en pie y encabeza un giro de masas hacia la derecha, una revolución pasiva, conservadora. Varios son los elementos que permiten explicar este fenómeno. La llamada "tercera vía" de centro-izquierda demostró ser en realidad la línea de la derecha disfrazada y alejó de la política a vastos sectores populares.
La alianza entre las derechas italianas creció en ese espacio que se le dejaba y recoge el viejo electorado conservador de la Democracia Cristiana y la violencia, la búsqueda de un poder "fuerte" y el odio a la política de amplios sectores neofascistas. Es una alianza que reproduce, a la italiana, lo que sucedió en Austria.
Al lado del partido empresarial Forza Italia de Berlusconi, expresión pura del neoliberalismo con tintes demagógicos, se encuentran Alianza Nacional, partido neofascista modernizado cuya base electoral se concentra en el centro-sur, y la Liga Norte, movimiento de corte racista, regionalista y separatista que reagrupa los intereses mezquinos de amplios sectores sociales del norte.
Estas tres fuerzas, si bien reproducen en buena medida el bloque de poder que ha gobernado el país desde la posguerra, son al mismo tiempo el producto de la larga ola derechista empezada en los años 80 y favorecida por la autodisolución del viejo Partido Comunista, estalinista-togliattiano, cuyo derrumbe y transformación en un movimiento liberal-socialista, al estilo de Tony Blair, dejó la hegemonía cultural y política en manos, nuevamente, de la alianza en la cumbre entre el Vaticano y los sectores empresariales y conservadores italianos, con los fascistas como infantería.
La caída del régimen democristiano que había durado casi medio siglo fue aprovechada por las derechas, las cuales pudieron convertir su discurso en sentido común y conquistaron arraigo social y cultural.
Los Demócratas de Izquierda, enterradores y herederos del mayor partido comunista de Occidente, trataron de capitalizar el vacío político corriéndose hacia el centro, tejiendo alianzas sin principios, moderando su lenguaje y sus prácticas, buscando la aprobación de la Casa Blanca y Wall Street, de las grandes empresas italianas y europeas.
El resultado fue una coalición supuestamente de centroizquierda, el Olivo, sin alma y sin rumbo, siempre a la retaguardia frente a una agenda política dictada por la derecha, en la línea de un neoliberalismo teñido de racismo y de revisionismo histórico. En 1996, el centro izquierda ganó las elecciones y obtuvo el gobierno gracias a una reacción antifascista de gran parte del país ante las medidas violentamente antipopulares del primer gobierno de Berlusconi, iniciado en 1994.
Sin embargo, desde entonces, el Olivo fue subalterno del pensamiento neoliberal, perdió paulatinamente sus rasgos de izquierda, fue incapaz de despertar esperanzas y de gobernar a favor de sus referencias sociales, impulsó reformas regresivas del Estado de bienestar y aceptó participar en las aventuras imperiales de Estados Unidos por medio de la OTAN.
En particular, el Olivo fue alejándose siempre más de los sectores populares y de los movimientos sociales, convirtiéndose en un instrumento institucional, en una pieza de una alternancia sin alternativa, donde las diferencias se manifiestan simplemente a nivel discursivo, en los ataques personales, en las polémicas superficiales, mientras que en los hechos los polos son convergentes y se distinguen sólo por simples matices o enfoques. La paradoja italiana es que es la derecha la que, en la óptica de los intereses trasnacionales de la Unión Europea, tendría que moderarse hoy, que renunciar a las asperezas de un rabioso discurso anticomunista, a sus excesos racistas y a sus posiciones ultraconservadoras en materia cultural.
Al margen de este juego institucional normalizador, la sociedad italiana es atravesada por profundos conflictos sociales. La exclusión, la marginalidad, el desempleo, la precarización laboral, la creciente desigualdad social, la despolitización, la delincuencia, la migración y el racismo son fenómenos de descomposición social y manifestaciones de la crisis de un modelo.
Ni siquiera la oposición sistemática de izquierda, el Partido de la Refundación Comunista, es capaz de representar y proyectar políticamente el profundo malestar que recorre el país, que se diluye en la desesperación cotidiana, se desahoga en la violencia criminal y familiar, busca salvación en los liderazgos mesiánicos de la derecha y, solamente en algunos casos, alimentan una serie de trincheras de resistencia social, una red de organizaciones y experiencias que muchos llaman "izquierda social" para diferenciarla de la "izquierda institucional" que encarna el Olivo.
Esta "izquierda social" muy probablemente votará el domingo por Refundación Comunista para evitar que desaparezca una fuerza crítica que, si bien no es en sí una alternativa, será sin duda un componente importante de un frente social que en el futuro podría surgir en Italia, al margen de las elecciones y las instituciones, para plantear un rumbo distinto.