MARTES Ť 8 Ť MAYO Ť 2001

The night, el último disco de Morphine

José Agustín Ramírez

Llegó la noche pero se acabó la morfina

El 3 de julio de 1999, en Palestrina, Italia, Mark Sandman, bajista, cantante y líder de la banda de rock Morfina, murió de un ataque al corazón en pleno escenario, mientras cantaba acompañado del incomparable saxofonista Dana Colley y uno de sus bateristas, Billy Conway, quienes seguramente pensaron que sólo se trataba de un pasón, pero pronto descubrieron que era la muerte del fundador de este trío de poder, detonante de una energía sonámbula en miles de rockadictos alrededor del mundo, que reconocimos su evidente talento desde los inicios de esta década que termina.

Su inclasificable carrera empieza en 1993, en Boston, Massachussets, con el disco Good, que ya irradiaba con toda su potencia esa luz negra de rock pesado, macizo y violento, pero también suave y romántico, con alma de bar hipnótico mezclado con los placeres de una mujer hermosa, narcotizada, desde luego, con el remedio que bautizaría su segundo disco: Cure for pain (1993), en otras palabras, la mejor definición de Morfina, cuya historia llega a su fin con la muerte del capitán y la presentación del último cd, en el 2000: The night, su quinta producción original, que, como era de esperarse, es igual de buena o mejor que las anteriores, y continúa con la infalible y variada calidad de sus atmósferas misteriosas, alegres e irónicas, que provocan un estado alterado indescriptible, casi sicodélico pero inmerso en una potente estética nocturna.

Para no hacer el cuento largo, todos los discos de Morphine tienen esta característica: es música excelente, si te gusta uno, vas a necesitar los demás como el yonki busca una inyección urgente, ahí van los títulos: Yes (1995), Like swiming (1998), el B sides and other-wise (1999) y el concierto Bootleg Detroit, a la venta desde septiembre.

En The night, Mark Sandman invirtió más espíritu que nunca: tocó el bajo, guitarra, órgano, tritar y trombón, además de realizar la producción en su estudio casero y por supuesto, escribe las letras que canta. Quería que fuera un nuevo sonido para Morfina, un catalizador de su poder. Y lo logró, con alguna ayuda de sus amigas y músicos de la escena rockera bostoniana. Es una grabación más ensombrecida, lenta y enigmática, aunque parezca imposible, y conserva sólo un par de rolas en el tono fiestero (Top floor, botom buzzer y So many ways) que predomina en los discos anteriores, aunque su clásico ritmo intoxicante está presente, llenó de pasión y furia, listo para llevarnos otra vez hasta el éxtasis arrabalero con I'm yours and you're mine, A good woman is hard to find y Take me with you, canciones llenas de ese trance, mezcla de placer y dolor, que caracteriza a la Morfina. Y se sumergen en tonos aún más profundos para el sencillo The night, o Souvenir, Rope on fire y Slow numbers. El disco resulta fascinante también por su mayor instrumentación, pues además de la singular alineación original (los múltiples saxofones de Dana, el inmortal bajo de dos cuerdas de Mark, la doble batería de Conway y Jerome Dupree), añaden percusiones, piano, violín, cello, viola y guitarra acústica, aunque esta última, como siempre, prácticamente brilla por su ausencia.

No deje de escucharlo, pues La noche de Morfina es un disco especial, que conserva todos los elementos que les dieron fama: la sensualidad del jazz mezclada con un rock medio punk, oscuro, subterráneo, el delicioso swing de un rythm and blues alcóholico, que pone a bailar hasta al más amargado, y una transparencia que puede hacer llorar al drogadicto más duro. Y ahora, con estos últimos capítulos, podemos concluir que su historia es tan única como extraña, pues la incansable calidad de la banda no se detuvo hasta la muerte de su autor intelectual, y aún así, nunca alcanzó suficiente popularidad para quitarse de encima la categoría del "grupo de culto", adorado sólo por algunos miles dispersos en el planeta, que ya nunca volverán a ver, en vivo, al hombre con alas en el cráneo. Adiós Mark Sandman y mil gracias por no irte en silencio hasta la tumba, tu música nos deja en un mundo mejor. Ahí nos vemos después: ojalá que nos esperes, al otro lado de tu alfombra de estrellas.