La
Jornada Semanal, 6 de mayo del 2001
(h)ojeadas
La Leve
Antorcha
Francisco
Torres Córdova
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Hugo Gutiérrez Vega,
Bazar de asombros,
Aldus,
México, 2000. |
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Alrededor
de 1971, en un poema del libro Desde Inglaterra, Hugo Gutiérrez
Vega escribió los siguientes versos:
Con las piedras tatuadas por el río
yo construiré mi casa.
y más abajo agrega:
hay muchas aventuras
más allá del espejo
Durante tres décadas, y siempre un poco más,
el río ha seguido trabajando guijarros para una misma casa que ha
sembrado sus cimientos en varias geografías; y aquella intuición
de la aventura, ese ámbito del riesgo y lo posible, al cumplirse
ha ido puliendo, más que un espejo, un prisma en que convergen y
se dispersan las líneas de un rostro que se ha negado a arraigarse
en su reflejo.
Cuando escribió estos versos, Hugo tenía
treinta y siete años y no eran los primeros que escribía.
Pero hacía mucho que sabía, porque esas cosas se saben desde
muy temprano aunque uno nunca acabe de enterarse por completo, que "tomar
parte en la vida es un juego riesgoso", y que debía asumir los riesgos
con la quiet desperation expresada por Thoreau, como años
después afirmará el mismo Hugo al pensar en Pasolini. Destilada
y curtida ya por el tiempo, pero intacta en su carácter esencial,
una postura así, creo, no sólo es producto de la cada vez
más rara voluntad intelectual ?con las severas exigencias que conlleva?
de no mentirse, sino también, y acaso precisamente en esto se sustente,
de un encuentro. Se trata, para decirlo de una vez, del encuentro que genera
el asombro primigenio, el que Gaston Bachelard llama el Asombro de ser
y que, según entiendo yo, cuando ocurre en un poeta que acaso entonces
ignora aún que habrá de serlo, necesariamente presupone,
y de manera simultánea, la revelación del mundo, de sí
mismo, y del profundo impulso de decirlo, de llevarlo a la palabra. En
el vocabulario específico de Hugo ese asombro no sólo constituye
el leitmotiv que permea toda obra literaria que se precie de ser
sincera, sino que también es y ha sido el eje y la órbita
de su inveterada infancia, y por lo tanto, de su precisa memoria y su vigilante
lucidez. En su obra poética, pero también ensayística
y actoral, Hugo ha sido leal a ese espacio inaugurado casi al mismo tiempo
que su descubrimiento de estar vivo, y lo rubrica cada vez que puede, cuando
se mira las manos y más le gustan abiertas que cerradas, y decide,
una y otra vez, mantenerlas así, pues sólo así el
mundo circula por sus líneas, tal como lo expresa, a principio de
los ochenta, en Santiago de Compostela, al ser sorprendido una madrugada
por "algo desconocido" que caminó por su venas y lo dejó
sentado, entre aturdido y fascinado, al borde de la cama:
Estoy seguro de que a todos les ha
pasado esto:
han sentido algo nuevo, no han podido
explicarlo
y se han puesto a cantar de madrugada
con los ojos cerrados y las manos abiertas.
El momento se abre para dibujar apenas su perfil
en la palabra. Queda en el aire, como una plenitud pequeñita y humilde,
a escala humana, y una duda amplia y sutil que a todos nos atañe.
Pero para Hugo Gutiérrez Vega viene de lejos y está en realidad
en todas partes, le sale al encuentro en Samarcanda o en Acámbaro;
ante un grupo de campesinos de Corinto o, como consejero cultural de la
embajada de México en Madrid, ante el rey Juan Carlos I de España,
o bien, como nos dice en uno de sus últimos poemas, ahí donde....
...vive la figura blanca y nebulosa
entrevista en la luna de la infancia.
Una figura blanca, de la que en realidad nada sabemos,
pero que a lo largo del tiempo aquel primer asombro ha mantenido intacta.
Aprender a crecer sin endurecerse, como decía
Jean Genet en El diario de una ladrón, si la memoria no me
falla. Esto supone saber y aceptar algunas cosas de los humanos paraísos:
que sí existen, que no son individuales ni perfectos y que son muy
breves:
Y sucedió después que el paraíso
era un
engaño de la luz,
que a los amigos les bastaba un momento
para morirse,
que los amores llevaban dentro una
almendra agria.
Pero el poeta no puede detenerse, pues su mirada
no es unívoca, y en la última estrofa del poema afirma:
En la noche el paraíso sigue abriendo
su rendija,
un fantasma de la luz,
el que hace que los amigos estén siempre
aquí,
que los amores se conformen con su
almendra agria,
que el corazón no rompa a aullar en la
montaña.
El vasto oficio de vivir ?cuya expresión nunca
es suficiente porque siempre nos rebasa?, y también, porque el amor
y la muerte la implican, la Ciudad, no sólo como arquitectura o
propósito del viaje o la aventura, sino como la Polis, es
decir, como la expresión sustancial de lo que atañe a todos,
es lo que ocupa a este señor de uno y múltiples oficios que
sin embargo no se permite, como le promete y cumple a su lector, "la mirada
siempre hacia adentro de todas las estatuas". La otra mirada, la de carne
y hueso, en un aquí y ahora que ha nutrido desde siempre, es la
de una escritura a la intemperie, descalza, que cree en el pasaje humano
y se expone a que lo alcancen sus miserias. Y acaso para protegerse y no
huir, o para ponerse aún más en evidencia y darle muletazos
a la vida ("Nadie nos quitará la gracia intacta/ del minuto ganado
a la tristeza", nos dice en otro poema), emergen en su voz el humor y la
ironía, pues sólo así, a veces con candor y sutileza
y otras con descarnada sencillez, puede violentar la aceptación
de lo que es en realidad inaceptable, o tocar, con la punta del lenguaje,
tembloroso, la fragilidad de la condición humana. Se trata, como
nos dice, de
la leve antorcha
de los que aceptan
vivir con los demás.
Me
he detenido en estos momentos en la obra poética de Hugo porque,
aunque de ningún modo abarcan toda la gama de hilos y colores que
conforman su compleja trama, sí me parece que en algo señala
el espíritu con que la ha tejido. Y es que la voz en prosa de su
tenaz asombro, que ciertamente no es fácil conservar, es este Bazar
de asombros. Es el libro de "un animal anecdótico" que declara
limitarse "a contar cosas y a buscar interlocutores" y que aún ignora
qué es lo que va a ser de grande. "Las opciones ?agrega? giran entre
astronauta, cirquero, inventor, actor y candidato a la presidencia por
un partido pequeñito y de utilería." Y uno diría,
conforme avanza en la lectura del libro, que casi casi ha sido por una
de esas intrincadas cuestiones de agenda que Hugo todavía no se
ha puesto el traje de astronauta, o ha meditado su rutina de cirquero o
su discurso como candidato a la presidencia por un partido pequeñito.
Porque, por lo demás, actor e inventor ha sido. Y otros muchos oficios:
diplomático de carrera que sufre la corbata; controvertido y arañado
rector universitario a una peligrosa edad; promotor cultural de las llamadas
causas perdidas; arriesgado consejero médico de sus familias, la
de sangre y la gitana; actor cómico de semblante serio; cinéfilo
que a fuerza de soñador se ha convertido en un experto que sin pudor
alguno se cree todo cuanto aparece en la pantalla; ilustrísimo perdedor
de empleos para pagar su oposición a la censura; columnista acucioso,
juguetón y vigilante; incansable contador de chistes y refranes
que a veces se sabe y otras inventa; valiente pensador político
?y esto es importante? con sentido y saber históricos y cartas abiertas,
como las manos; cartógrafo inusitado de continentes, puebluchos
y barrios; curioso inagotable y de buena voluntad, y cosa rara ?muy rara?
alumno que honra a sus maestros y a su vez maestro que acude puntual a
impartir sus enseñanzas, ya sea en "aulas magnas" o en recónditas
"casas de la cultura" literalmente diseminadas por el país y por
el mundo; jugador de jai-alai, en su juventud prehistórica, como
diría él, y abogado en un rincón discreto de su biografía;
gatófilo encandilado, sabedor de que ciertamente hay misterios más
grandes que el suyo; viajero que como los buenos no siempre ha sabido a
dónde va, pero sí de dónde viene; comensal de buen
paladar de la cocina de los pueblos, que lo mismo se llena la boca con
la confesión inherente al sabor de sus platillos que con la precisa
evocación de sus nombres y recetas... Y más y más.
El abanico es amplio, y el lector de este libro, si concuerda conmigo,
habrá de descubrir que más que una variedad de actividades
o facetas, en Hugo se trata, precisamente porque así los ha asumido,
de oficios; oficios ejercidos todos alrededor de un mismo eje: el asombro
de vivir con los demás. "El Yo del poeta ?nos dice Odysseas Elytis?
no es el Poeta como se conforma en el mundo; sino es el mundo como se conforma
en el Poeta." Este libro es el testimonio en prosa de un autor habitado
por el mundo. De eso no hay duda, y aunque a Hugo le "enferman los enfermos/
de importancia," y le "asustan los que esgrimen sus certezas", a nosotros
sus lectores nos deja esa certeza. Por eso, y para terminar estas líneas,
cuando hace años, en el último fragmento de uno de sus poemas
más bellos, "Samarcanda", Hugo se preguntaba, y acaso se pregunta
todavía casi de manera emblemática:
Hablar de la ciudad-camino.
¿quién me dice que estuve?
la respuesta nos viene espontánea y clara
a los labios: nosotros, los demás
p
o e s i a
Espacio de Sensaciones
Alejandra Belaunzarán
Sanz
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Mario Islasáinz,
Cuerpos poemármoles,
Universidad Autónoma del Edo. de México/La
Tinta del Alcatraz,
México, 2000.
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Sentimientos de añoranza, sensualidad y nostalgia
se entremezclan en este poemario para mostrar la fragilidad de las emociones
frente a la ausencia del cuerpo del ser amado. Cada ser necesita no sólo
ser capaz de descubrir y mostrar su espíritu, sino también
su cuerpo. La falta de sensualidad y de expresión por medio del
cuerpo se transforma en soledad y desamparo.
Los poemas de Cuerpos poemármoles se
relacionan, de una u otra forma, con la sensualidad propia de todos los
seres, expresan a través de sus metáforas y su cadencia la
necesidad de encontrarse con el cuerpo propio y de redescubrirse a través
del contacto con el otro. Hablan de la "soledad de estar solo" y de la
angustia que parece recorrer el cuerpo cuando no se tiene con quien compartir.
Cada palabra en cada poema va delineando con sus
trazos un cuerpo que a la vez se acerca y se aleja y va dejando un espacio
de soledad que se le revela al lector "en medio de las sombras". Mario
Islasáinz despierta en su lector el sentimiento de añoranza
por descubrir el propio cuerpo, descubrir el del otro y regresar al instante
en el que estuvieron libres de la ausencia.
Cuerpos poemármoles está lleno
de juegos sensuales o sensoriales, que se cruzan por la línea de
la nostalgia, pero que van mostrando las caras diversas de la sensualidad,
desde el deseo de tocar y sentir cerca a otro cuerpo, hasta el deseo de
sólo mirarse y perderse en el sentimiento de sentirse acompañado.
Mario Islasáinz recorre cada uno de los deseos
más recónditos y de los sentimientos más intensos
de una manera tan sutil que parece imperceptible. Cada metáfora
esconde y revela, ambas cosas en la misma medida, lo que pretende decir,
logrando expresar claramente tan sólo el hecho de que hablar de
sensualidad es un arte, y sólo se le puede tocar en lo más
profundo al hablar de ella artística y refinadamente.
Las imágenes en cada poema son táctiles
y concretas, giran alrededor de temas como la naturaleza y la vida cotidiana
de la ciudad, y se hacen fuertes con el caer del sentimiento. La mezcla
de conceptos abstractos dibujada con imágenes concretas deja al
final del poemario sólo la huella de un espacio de sensaciones despiertas.
La tarea del lector es seguir las imágenes
y dejarlas flotar, caer, volver a elevarse y caer poco a poco sobre la
piel, despertando los poros y revelando que lo que hay detrás de
cada imagen poética existe también detrás del velo
intelectual de cada lector analítico de poesía.
El valor y la originalidad de Mario Islasáinz
en el tema de la sensualidad se encuentran más allá de una
descripción o una metáfora cargada; su aportación
se da en saber manejar con cuidado las palabras para que se vayan colando
y, casi sin ayuda, revelen su significado y le dejen al lector la tarea
de cargarlas con la intención que su experiencia le dicte.
Los temas son sensuales y a la vez nostálgicos,
las palabras y las imágenes son concretas, las metáforas
son sutiles, el resultado es sólo adentrarse en lo que la propia
experiencia vaya descubriendo en el mar de sensualidad y juego que se le
extiende. El desenvolvimiento no es guiado ni explícito, sólo
insinuado para un lector atento, pero sobre todo cercano a su ser emocional.
No hay una conclusión o una revelación
sin precedente en este poemario, Cuerpos poemármoles es sólo
la expresión de un instante en el que "lograr el silencio es imposible",
en el que lo único que queda es dejarse volar y adentrarse en un
espacio de sensaciones abierto a descubrirse
|
c
u e n t o
Los Rumbos de un Camino
marduck obrador
cuesta
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Enrique Jaramillo Levi,
Senderos retorcidos
(cuentos selectos 1968-1998),
Ediciones Vieira,
México, 2001.
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¿Cuántas veces nos encontramos frente a un sendero retorcido
sin saberlo caminar? La respuesta nos coloca en ese sitio
donde la memoria y los recuerdos desnudan la indecisión; evocan
lo efebo o añoso que uno es para atreverse a transitar el
serpenteo de un camino distinto.
Todo a la vista se vuelve un remolino: la noche, el insomnio, los pies
atorados en el barro del miedo, la sensación de ser un
náufrago de las islas humanas, el presente como reflejo de una
vida igual en otra parte y el futuro como la esperanza que
nos depara la tranquilidad en la muerte. Sentimientos encontrados,
pasiones descritas a través de la magia de los espejos
duplicantes, de las palabras convertidas en laberintos sin salida confrontando
la realidad con los sueños y mezclando un
mundo fantástico que se nos antoja real.
Los cuentos de Jaramillo Levi nos provocan, despiertan los sueños
olvidados, nos hacen ser melancólicos al ver caer las
gotas de lluvia que desgranan el trópico, nos hacen odiar y
amar un mundo fantástico vestido de seres solitarios llenos de
miedo al espacio que queda después de la muerte. La atmósfera
absorbe la atención del lector. No da pie a la distracción
que
enfría, sino por el contrario, conforme avanzan los sucesos
y el lenguaje abre las entrañas de los secretos y los personajes,
uno toma el calor y voltea al lado para saber si se está solo
o ante la presencia de uno de los fantasmas que se han quedado
por ahí, de los viejos en silla de ruedas queriendo amar, de
un padre con su hijo inerte en brazos, de una lluvia que ahoga las
esperanzas, de una novia preocupada
y un ángel enamorado, de un hombre con cara de jueves.
Heredero
de la tradición cuentística latinoamericana, Jaramillo Levi
logra encontrar un lenguaje propio que lo distingue en
sus cuentos. Con ahínco, sus palabras tejen los sucesos que
se mezclan, como él mismo lo dice, en situaciones de orden
fantástico, onírico y realista. Cada uno de sus cuentos
logra la unidad del género, no se deja nada al azar y al mismo tiempo
no se perciben las ataduras; las transformaciones suceden en el más
sutil sigilo o por el contrario con toda la fuerza de una
erupción. El lenguaje se conjuga con la poesía y se establecen
imágenes que le dan fuerza a la prosa: Cuando la luz se
apaga un silencio absoluto se desprende de aquel cuarto y me llena
de miedo los oídos.
En Senderos retorcidos se reúnen treinta y cinco cuentos breves
(antología del propio autor) de la obra escrita entre 1968 y
1998. Los cuentos seleccionados los toma de los libros Duplicaciones
(1973), El búho que dejó de latir (1974),
Renuncia al tiempo (1975), Ahora que soy él (1985), El fabricante
de máscaras (1992), 3 relatos de antes (1995),
Tocar fondo (1996), Caracol y otros cuentos (1998) y En un abrir y
cerrar de ojos (2000).
Enrique Jaramillo Levi (Colón, Panamá, 1944), cuentista
y poeta, ha sido antologador de literatura mexicana y
centroamericana, sus cuentos aparecen en dieciocho antologías
de narrativa hispanoamericana y han sido traducidos y
publicados en Estados Unidos, Alemania, Francia, Brasil, Hungría,
Austria y Polonia |
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