jueves Ť 3 Ť mayo Ť 2001
Sergio Zermeño
La sociedad ausente
Las instituciones políticas de este país nos han brindado impresionantes espectáculos en las últimas semanas. Comenzó el zapatismo, que hizo de las cámaras un espectáculo y puso a los partidos a hacer malabares en las tres pistas; siguió el foxismo con una reforma fiscal que, de plano, provocó la hilaridad de los legisladores y la burla del popolo grosso; luego se dio paso a ferias y carpas en donde retumbaron rechiflas y reprobaciones para los tribunos del PRD y del PRI; y rematamos, en fin, con la "aprobación" de una ley indígena que, francamente, sacó a escena a todos los animales del circo.
Pero, como en cualquier carnaval, una tonadilla se convirtió en cantaleta: nos habla de una especie de reina afeada por los agravios y el olvido, una conciencia exterior ante la que todos nos sentimos deudores: la sociedad civil. Cuando los acuerdos de paz se atoran o de plano retroceden, el zapatismo apela a la sociedad civil; cuando el PRD revisa las causas de su crisis y se autocritica por los pleitos interiores entre sus corrientes, promete rectificar su distanciamiento hacia la sociedad civil; cuando el Presidente no logra la aprobación de una ley, amenaza al Congreso con apelar al consenso de la sociedad civil e intensifica el cabildeo con su parte organizada (ONG y demás) echando mano de su flamante oficina para la participación ciudadana; el PAN, en cada una de sus tensiones con el foxismo, se autodefine como encarnación de la sociedad civil y se subsume en ella.
Hay que decir con toda claridad que, a pesar de las innumerables referencias al tema, ninguna de las fuerzas aludidas tiene un discurso explícito sobre la sociedad, y ninguna de ellas tiene una vocación social.
El foxismo, que en su lucha contra el PRI se anunciaba como un defensor de la ciudadanía, revela cada vez más su simplismo como gobierno empresarial con el argumento fracasado por siglos de que primero hay que acumular y luego vendrá el desarrollo humano: "denme sus ingresos para impulsar la macroeconomía y las macroempresas que les darán trabajo y tengan, por lo pronto, estos cien pesos". El panismo ve borrarse su nebuloso ascendiente ciudadano al dar prioridad a la lucha ideológica y cambiar la moral social por la moral confesional y los principios inamovibles: "no al aborto, no al condón, la enfermedad social y sus amores perros no me conmueven" (en su contra, una intelectualidad de izquierda encierra su imaginación en la misma esfera).
En el perredismo, a pesar de su anunciada "nueva izquierda", parece estar ganando la batalla la cultura estatal mexicana que nutrió durante 70 años al PRI: búsqueda de clientelas agradecidas que sirvan de apoyo, alianzas a toda costa, pragmatismo, fascinación por el vértice, carrera hacia el poder supremo y rompedero de cabezas en ese embudo invertido (una de las 78 páginas de los principios y estatutos de su último congreso propone formas de organización ciudadana, pero todas supeditadas al vértice del partido).
Del zapatismo es difícil hablar por su encierro, pero en la infinita libertad cibernética de que ha gozado, y más allá de la lógica militar de acumular fuerzas para derrocar al tlatoani, nunca hemos podido leer algo en torno a cómo se podría organizar la reproducción material en las proyectadas regiones autónomas, qué potenciales tiene cada una, qué recursos humanos, sociales y económicos sería factible orientar hacia allá, hasta dónde debe y puede permanecer cada una de ellas (y las del resto del país), más abierta o más cerrada.
Comienza a imperar lo económico en el foxismo, lo ideológico en el panismo, lo estatal en el perredismo, como lo fue en el priísmo... A la vista del desastre social que nos rodea, debemos entender que ninguna meta se justifica si se pone en peligro la lenta sedimentación de una cultura cívica encaminada a mejorar la calidad de vida de los individuos y los colectivos, de preferencia ligada al territorio, capaz de generar cambios de actitud y establecer redes de confianza, cooperación y reciprocidad (como en el sur de Brasil, en Montevideo, en España, en Italia...).
La cultura cívica, el "capital social", como hoy se le llama, también se nutre de las instituciones político-electorales y de las organizaciones de la sociedad civil, pero es más amplia, es más básica y más volátil; se destroza fácilmente con esta cultura política que siempre tiende al vértice, con el desorden acarreado por los acelerones y frenones de cada espejismo de grandeza sexenal (petróleo, TLC, IVA, Puebla-Panamá...), cada que se abandona la perspectiva social, es decir, casi siempre.