MIERCOLES Ť 2 Ť MAYO Ť 2001

Ť Autor de México por Tacuba, libro que presentarán en Bellas Artes

Federico Silva creó un anecdotario de la vida mexicana propia del vertiginoso siglo XX

Ť ''Viajar en camión significaba la aventura y en tranvía la elegancia'', dice el artista

Ť Registra también su sensibilidad poética en la obra editada por el CNCA

ANA LILIA PEREZ ESPECIAL

El México de los años treinta, las céntricas calles de la ciudad con sus puestos de tacos, tortas y elotes; los cafés de chinos, el Nacional Monte de Piedad, el rastro, los billares, el mercado, la iglesia.

Los camiones urbanos color amarillo que transitaban por la calzada México-Tacuba. A bordo de éstos, viajaba Federico Silva; los días de infancia, cuando habitaba con sus padres una casa de dos pisos, pintada de color naranja sobre la calle Cinco de Mayo, sin pavimentar y semideshabitada.

''Cuando nos cambiamos de casa, de Bocanegra a Cinco de Mayo, en Clavería, dejé de tirarles piedras a los tranvías y subirme de mosca en el ferrocarril. Empecé a leer a Omar Khayyam, mi dudosa credulidad católica no fue baluarte de fe y era fácil sucumbir ante los contundentes argumentos del poeta...

''šQué tiempos aquéllos!, un siglo ya pasado, cuando 'viajar en camión significaba la aventura; en tranvía la elegancia'."

Así rememora sus vivencias Federico Silva, pintor y escultor, en las páginas de México por Tacuba. Pasajes autobiográficos, libro de reciente publicación editado por la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA), dentro de la serie Memorias Mexicanas, que será comentado por Andrés de Luna, María del Carmen Farías, Rodolfo Rivera y Víctor Sandoval, quienes acompañarán a Silva por esos senderos de la memoria mañana, a las 19:00 horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.

Ejercicio de la memoria

Es la pluma del notable artista, definido ''mago" por Emilio Carballido, la que nos guía a través de ese ejercicio memorioso donde describe sus recuerdos, imágenes y fragmentos autobiográficos: la infancia en el Panteón Español, la trunca carrera en la escuela de Veterinaria, las facultades de Derecho y de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); la afición por el billar, pasatiempo popular en aquellos años; la militancia política, el encierro en la cárcel del Pocito, la relación con Vicente Lombardo Toledano, dan cuenta de un hombre cuya creación pictórica y escultórica constituye una mezcla de tradición, contemporaneidad y vanguardia.

Sumándose a la corriente plástica que en la década de los cuarenta trataba de rescatar los ideales de la Revolución mexicana, Silva hizo lo propio como un aguerrido pintor, por cierto autodidacta:

''En mi estudio de la Universidad Obrera pinté un cuadro de gran formato con la figura de Vasco de Quiroga; otro de don Benito Juárez, lo regaló esa universidad a la Escuela Benito Juárez de Varsovia, en Polonia.

''De aquel retrato se escribió una crítica en la revista Tiempo, y decía que en su época el escritor Francisco Bulnes había puesto muy mal a don Benito, pero que la pintura de Federico Silva lo había dejado mucho peor."

Con un lápiz en las manos y un trozo de papel, tratando de descifrar la dicotomía de los sueños, la memoria de Silva también registra su sensibilidad poética:

 

Todo habrá de acabar...

Aspiro el aire y no penetra.

Mi corazón ya no late.

Sólo espera...

La calzada se alarga y se alarga

no puede tener fin.

Con un estilo ameno y simple, pero no por ello menos profundo, el artista logra construir en este volumen un anecdotario de la vida cultural, política y social mexicana del siglo que quedó atrás, el más vertiginoso quizá.

Huites o el triunfo de la terquedad

Los pintores de la Cueva

vienen de todo el país

a traer la buena nueva

su cultura de raíz...

A escasos diez kilómetros de Choix, en Sinaloa, se construyó la presa Huites, y Silva fue encargado de decorar la cueva que da acceso a ella.

El resultado: 5 mil metros cuadrados que comprenden uno de los proyectos más fascinantes del arte pictórico.

La decoración de la Cueva de Huites, o también llamada Cueva de los Cazadores de la Luz, sugiere el artista plástico, es una extensión al arte ritual de los dibujantes de Altamira (España), ''el antecedente primero del arte de nuestra América".

La pintura titulada El comienzo recrea como idea central la gestación y la muerte en un orden cíclico.

Ofrenda, Ƒpor qué no?, al oscuro laberinto que encierra la cueva misma, como una obsesión del escritor argentino Jorge Luis Borges hacia el minotauro.

Federico Silva también toma como tema de su arte al ''Ingenioso Hidalgo" de Miguel de Cervantes, tratando de rescatar la imagen del hombre a caballo cuyas andanzas constituyeron para Lord Byron el más grande de los placeres.

En algún lugar de La Mancha, en 1998, Federico Silva creó su escultura Don Quijote.

Afán por descubrir el mundo

Los días en que el artista pasaba de un libro a otro, en el ansioso afán de descubrir el mundo, año tras año, lo que quedó atrás, haciendo una analogía con las calles de la ciudad lo enuncia de la siguiente manera:

''Desde San Joaquín hasta el Zócalo se prolonga la calzada México-Tacuba, pero ese trazo ya no es tu espacio vital. Aquellos límites ya no existen. Se impone la redondez de la Tierra que dejó de ser una esfera escolar para aprender geografía."

Desde muy joven, el Palacio de Bellas Artes resultó familiar al osado crítico, cuando asistía al ballet, a los conciertos y, principalmente, en su colaboración con la bailarina y coreógrafa Amalia Hernández, para montar un espectáculo de danza moderna con la música del compositor Carlos Chávez, en dicho recinto.

Transcurrido poco más de medio siglo, la Sala Manuel M. Ponce, de Bellas Artes, abre sus puertas a Federico Silva para la presentación de México por Tacuba. Pasajes autobiográficos.