LUNES Ť 30 Ť ABRIL Ť 2001

Ť José Cueli

Don Pablo

La imagen televisiva del ruedo sevillano con la figura de Pablo Hermoso de Mendoza, con lánguidas miradas y esclavo de la voluntad del caballo Cagancho, me recordaba faenas y salidas a hombros de toreros por las típicas calles de Sevilla en donde parecen soñar tiempos pasados y caballos con cascabeles que arrastran lujosas calesas y un olor a manzanilla permite presentir mujeres de carnes alabastrinas, trajes coloridos y rítmicas pisadas, como si se adivinaran las faenas perfectas que realizó don Pablo en su presentación en la Maestranza, en la feria abrileña.

Rejoneador que reclama de sus contempladores una colaboración intensa e imaginativa, apoya su pedido en dos o tres puntos de la realidad, al dejar que la fantasía, al mirar atento de la transmisión por tele de la corrida, realice el milagro de reconstruir las imágenes más o menos aproximadas de su deseo, en un desgastado delirio enlazado a la intuición.

En la imaginería televisiva, don Pablo se transformó en un monstruo de quimérica forma. La imaginación espoleada por la emoción creaba lo fantástico y cuando era ocasionada por lo sensual, se apoyaba en los recuerdos anteriores y los convertía en imágenes semejantes a seres de la realidad que se iban acercando y que reaparecían después para verlo torear, con la figura vertical, reunido con el toro, embarcando, templando y mandando y bailando arriba de Cagancho, muy original, llevando "a los cabales" al éxtasis, con corte de cuatro orejas y salida en hombros por la Puerta del Príncipe, para contemplar el Guadalquivir en plena apoteosis.