LUNES Ť 30 Ť ABRIL Ť 2001
Hermann Bellinghausen
Remedio contra la venganza
El tlacuache había salido de ese hoyo en la huerta, pero antes de dispararle, Ƒdónde se habrá metido? Los hombres con sus escopetas recorrían los patios de la ranchería buscando al condenado, que ya debía cuántas gallinas. No se les iba a escapar.
No lo hallaron en las trojes, ni en la hortaliza, ni en las letrinas, ni en los hornos, ni entre la leña. En ninguna parte. Estaban seguros que no se había pasado al monte, seguía allí, dentro de la ranchería de nombre bíblico, el temible, el trapacero, el canijo tlacuache.
Las mujeres miraban hacia la oscuridad atentas, severas, desde miradores excelentes, y tras ellas una cauda de niños agarrados entre sí o a las piernas maternas, emitiendo voces de susto, alegría y emoción difusa.
Los hombres que no llegaban a escopeta empuñaban chicos palos. Nomás dieran con el tlacuache, no le iban a dar ni el pésame. Más que encabronados, los hombres se entretenían en el afán de esa faena que a diferencia de otras les proporcionaba cascadas de mal disimulado regocijo en las órdenes, contraordenes e interjecciones que canjeaban por un rayo de luz directo a éste o aquel punto de sospechosa intemperie.
En los patios y acequias pululaban linternas, un carnaval de sombras corriendo de un lado al otro según apareciera el tlacuache por detrás de un catre puesto a orear y reparar, o pegara la carrera entre la maleza y los predios pelones, más rápido que el ojo de las escopetas, todo adrenalina y olfato a puñados, para perderse bajo la tarima del palomar y provocar un estruendoso pavor a los puercos. En dos ocasiones los garrotazos estuvieron a punto de quebrarle el meollo de los huesos.
Rechinó la inercia. Los hombres intercambiaron miradas estupefactas apenas distinguibles en la penumbra. Cómo hay de estrellas entonces, en ausencia de luna. Brillan pero no iluminan. El tlacuache, nictálope astuto, juega al hueco entre dos grupos de hombres armados junto a la cerca del potrero, huye de la tormenta y se pierde como suspiro en el monte.
Sin oportunidad de tirarle una sola vez, regresan al caserío con voces entrecortadas por la frustración, el agitado respirar, la catársis incompleta, la diversión en la punta de la lengua. Seguro que no vuelve, el tlacuache. Es animal asustadizo, no soporta mucho tiempo el olor del peligro y prefiere cambiar de gallinero.
Aunque falta para la aurora, los gallos rompen a cantar. De algo se habrán percatado. De que salvaron plumas y pellejo.
Los hombres, las manos vacías pero más tranquilos, no volverán a perder el sueño por los gritos angustiados de pollos y guajolotes, esos alucines a las 3 de la mañana que palpitan el corazón más recio, estremecen la bilis, claman venganza y no dan tiempo de empuñar la escopeta para castigar al ratero.
No consumaron la venganza pero le pusieron remedio. Algo es algo dijo un calvo cuando le salió un pelito, bien que lo corretiamos, dice uno, los demás asienten y que descansen, compañeros.