LUNES Ť 30 Ť ABRIL Ť 2001

León Bendesky

Contingencias

El entorno económico contiene siempre situaciones de tipo contingente. Hoy estamos en un periodo en el que ese contenido tiene un peso mayor en el funcionamiento de la economía y en la definición de los posibles escenarios. Esto hace especialmente interesante el análisis de los hechos y de la forma en que se relaciona el movimiento de las distintas partes, así como de las medidas de política que toman los gobiernos y, en especial, las autoridades monetarias.

En México, el desempeño de las finanzas públicas enfrenta cuentas que se han clasificado como contingentes, o sea, que pueden materializarse o no. Si lo hacen serán una carga sobre el déficit y necesitarán de una fuente adicional de recursos para financiarse. En caso contrario, podrán pagarse con los ingresos corrientes que vaya recibiendo el gobierno. Estamos hablando de esa diferencia grande entre el déficit reconocido en el presupuesto, equivalente a 0.65 por ciento del producto, o del otro que finalmente tuvo que aceptar Hacienda y que, según sus cálculos, es prácticamente siete veces más grande. La diferencia tiende a ser considerada como contingente, pero en realidad el peso de esas deudas públicas (los proyectos de inversión con costo diferido, las pensiones del IMSS y del ISSSTE, y otras) es tan grande, y podría crecer aún más, que debería actuarse como si tuviera que pagarse en algún momento, parte durante este gobierno y otra después.

La reforma fiscal ofrece recaudar 2.2 puntos adicionales del PIB, y el secretario Gil ha sido no sólo explícito, sino hasta irónico al afirmar que esos recursos adicionales no pueden ser para pagar deudas, pues simplemente no alcanzan. La reforma, según ha dicho el presidente Fox, podría llegar a recaudar hasta seis puntos adicionales del PIB en los primeros tres años de su aplicación, lo que aminoraría el peso de las deudas contingentes, pero la expectativa de recaudación ofrecida es igualmente contingente, por lo que el estado de las finanzas públicas sigue siendo, por lo menos, bastante frágil.

De modo paralelo, se está haciendo evidente el elemento, también contingente, relacionado con las posibilidades de crecimiento de la economía para este año. En este terreno un asunto principal es la evolución de Estados Unidos. El comportamiento de las distintas variables de las que se desprende la información y el análisis del desempeño de esa economía es todavía muy fluctuante e incierto. La tendencia que se ha ido concretando en los últimos seis meses es la de una desaceleración, y aún no se supera de modo definitivo la posibilidad de que ocurra una recesión.

La Reserva Federal ha actuado de modo decisivo en lo que va del año, reduciendo ya en dos puntos porcentuales la tasa de interés con el objetivo de estimular el gasto y evitar un mal mayor. Hasta ahora parece estar funcionando la estrategia, y el dato del crecimiento de la producción dado a conocer el 27 de abril fue mejor de lo esperado. Estamos en medio de un proceso de corrección del modo en que había operado la economía estadunidense, en especial, en lo concerniente a las inversiones en la bolsa de valores, y ahora las mayores empresas revisan sus proyectos de inversión.

Los efectos de las medidas económicas tardan un tiempo, largo en ocasiones, para manifestarse, y ahora lo que se trata de hacer es evitar que se caiga el consumo de las familias y que no se cierre el círculo de contención de la demanda que haga efectiva la recesión. El problema de la Fed es que el instrumento con el que trabaja, que es la tasa de interés, le ofrece cada vez menor margen de acción. Aun si se evita la recesión, lo que cada vez queda más claro es que el crecimiento en 2001 será mucho menor al de los últimos años, que tanto favorecieron a la economía mexicana. Esto tendrá consecuencias claras por el efecto adverso en las exportaciones.

Ante estas contingencias ya aparecieron aquí discrepancias importantes entre el Banco de México y el gobierno. El primero revisó la tasa esperada de crecimiento para 2001 y la situó en 3 por ciento, mientras el segundo refrendó la meta oficial de 4.5 por ciento. Esta discrepancia es saludable en términos institucionales, pero no ayuda a generar un entorno de confianza en la política económica, que de alguna manera ya había sido afectada cuando Hacienda revisó sus cifras del déficit apenas poco después de aceptarse el presupuesto en el Congreso, a fines de 2000.

Si se tiene claro el escenario en cuanto a los factores contingentes que existen, lo menos que se puede esperar es que se actúe en consecuencia para aminorar los posibles costos que se generen. El Banco de México podría revisar sus políticas en cuanto a la gestión del dinero y el crédito, y evitar que una apreciación del peso frente al dólar provoque mayor desequilibrio externo, que habría que pagar con un ajuste del tipo de cambio y mayor inflación. El banco central ya probó que es capaz de ir frenando la inflación, pero debería reconocer los límites que existen en ese empeño, que son muy visibles. El gobierno no puede manejar las expectativas económicas a su voluntad, porque va a terminar sin credibilidad. No sólo debería aceptar que el escenario está cambiando y ajustar su visión y sus políticas, debería también mostrar que hay opciones efectivas ante el posible estancamiento de su propuesta fiscal y, sobre todo, promover acciones de administración de la economía que apuntalen la capacidad de producción interna y vayan haciendo efectivas las ofertas de cambio propuestas. Lo que no se puede sostener ya en México es el fundamentalismo monetario y el chantaje político de las soluciones únicas.