LUNES Ť 30 Ť ABRIL Ť 2001

Gilberto López y Rivas

Traición en el Congreso

Finalmente, la traición se consumó. El Congreso de la Unión le dio la espalda a los pueblos indios y aprobó una ley de derechos indígenas que viola los acuerdos de San Andrés Larráinzar y pone en duda la voluntad de paz de Vicente Fox Quesada y de la mayoría de los legisladores de todos los partidos políticos.

La ley aprobada reduce el reconocimiento de pueblos y comunidades, y los derechos de libre determinación y autonomía a la correlación de fuerzas en los estados, cancelando el ejercicio autonómico al ámbito de uno o más pueblos, y en los niveles que lo hagan valer; desterritorializa a los pueblos indígenas y les niega el uso colectivo de sus tierras; introduce de contrabando un candado que legitima las formas de propiedad de la contrarreforma salinista al artículo 27 constitucional, que por acuerdo de las partes se discutiría en la tercera mesa del diálogo; asimismo, niega a las comunidades ser reconocidas como sujetos de derecho público; minimiza el derecho de los pueblos a la participación política, establece acciones de gobierno negatorias de la autonomía por su franco carácter asistencialista y por considerar a los pueblos indios como "sujetos víctimas" y objetos pasivos de la acción del Estado.

Para los pueblos indígenas existe en torno a la "tierra" y el "territorio" toda una cosmogonía. Además de ser la fuente de sus escasos recursos económicos y la base material de su reproducción, son los recintos de sus riquezas espirituales, de su contacto y estancia en el mundo; son el núcleo de sus identidades en tanto pueblos y comunidades; son el espacio de la convivencia familiar; implican el contacto con las generaciones precedentes, los padres, los abuelos, y la ligazón con las generaciones futuras, los hijos, los nietos.

Desde la tierra y el territorio se mide y se calcula el tiempo. La tierra atrapa el sudor y el sufrimiento, las esperanzas y alegrías. Desde ahí se vislumbra la mañana y la noche, el frío y el calor. La naturaleza no está escindida de los sujetos, como sucede en las grandes urbes, sino que existe en estrecha interrelación con los pueblos. La tierra y los territorios, en síntesis, no son para los pueblos indígenas una mercancía más susceptible de ser enajenada; son, por el contrario, la fuente de su riqueza material y espiritual; las condiciones de su ser en el mundo. Al negar a los pueblos el derecho al territorio y al uso colectivo de la tierra, se niega su contenido social-milenario.

En suma, en la reforma aprobada por el Congreso privó la perspectiva de la desconfianza y la discriminación hacia los indios, repleta de candados que expresan el temor de los oligarcas, neoencomenderos y políticos profesionales a la movilización y el ejercicio de las autonomías indígenas.

La traición se fraguó en el Senado de la República. En esta Cámara se elaboró el dictamen bajo la hegemonía de los legisladores de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN), y con la complicidad de senadores del Partido de la Revolución Democrática (PRD), que compartieron la secrecía en la que se mantuvo la redacción del documento dado a conocer a unas horas de su votación en el pleno.

No se consultó en el proceso de elaboración del dictamen a quienes dentro del PRD veníamos trabajando desde hace mucho tiempo en el tema, a quienes participaron en la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa), a quienes ocupan cargos de dirección en la Secretaría de Asuntos Indígenas de ese partido, dando preferencia a los "acuerdos" y tratos con los senadores de los otros organismos políticos. De nada valieron los argumentos para lograr siquiera un voto de abstención que permitiera romper con la unanimidad buscada por el PRI y el PAN, y dar con ello un margen de maniobra a los diputados perredistas, prevaleciendo argumentos personalistas e irresponsables.

Más tarde, durante la votación en la Cámara de Diputados, ese voto a favor de la reforma abortada de los senadores perredistas sería utilizado por los otros partidos para mofarse del Partido de la Revolución Democrática. La actitud digna de los diputados no hizo más que contrastar aún más la falta de congruencia de sus colegas de Xicoténcatl.

Con todo, hay que identificar claramente a los autores intelectuales de este golpe contra la paz y la reanudación del diálogo, además de los ya conocidos: Manuel Bartlett Díaz y Diego Fernández de Cevallos. Vicente Fox Quesada es responsable de este juego perverso en el que, por un lado, manda una iniciativa de ley al Senado de la república y, por el otro, felicita a esta Cámara por el engendro resultante. La alegría presidencial, acompañada como siempre por la campaña mediática correspondiente, no hace más que comprobar que existió siempre un acuerdo entre el Ejecutivo y los legisladores del PRI-PAN para lograr una reforma que decantara al máximo el derecho a las autonomías de los pueblos indios.

Vicente Fox es el principal artífice de esta acción gatopardista; es él quien saca ventaja política de una estrategia que en los hechos da la espalda al movimiento indígena nacional y que pretende, como su antecesor en Los Pinos, administrar el conflicto y derrotar políticamente al EZLN, sin renunciar al uso de las armas. No hay duda: la elite política no entendió el mensaje de conciliación de paz de los pueblos indios en su comparencia en San Lázaro y con esta reforma perdió la oportunidad histórica de reconocer la esencia pluricultural de la nación mexicana.

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