DOMINGO Ť 29 Ť ABRIL Ť 2001
EL ECO Y LA SOMBRA
Ť Ricardo Yáñez
Una tristeza vasta
EL USO ALEGRE, demasiado alegre (verbigracia Juan Carlos, rey de España) del lenguaje por parte de los políticos, deja la incómoda impresión de que el lenguaje ciertamente muy poco les interesa, excepto en relación, precisamente, con sus propios intereses (y eso qué importaría de no ser porque, lo queramos o no aunque desde luego que ellos quieren, ya limitada, ya ampliamente funcionan como modelos de conducta).
EN UNA DE sus probables vertientes cierta irresponsabilidad ante el lenguaje corresponderá a una cierta, y entre mayor representatividad se tenga más grave el caso, irresponsabilidad ante la vida. En ocasiones (Juan Carlos otra vez, para no mencionar aún muestras autóctonas) tal irresponsabilidad ante la vida constituirá irresponsabilidad ante la vida (los derechos) de los otros, de los demás. Visto así, el uso alegre del lenguaje pudiera no otra cosa ser que "alegría" (como la alegría de algunas cuentas) social, anulación del compromiso que se adquiere al asumir determinada investidura, confusión entre el yo (individual o, puede ser, grupal) y la obligación a que obliga el papel desempeñado.
LO DIRIA DE este modo: el yo tiene intereses, la investidura, causas. Las causas, evidente, trascienden al yo.
DOS BOTONES: DE manera todo lo indirecta que se desee, y desde un desconocimiento de la materia de que no se ocupará (no es la materia propiamente dicho lo que le importa), la literatura, un secretario del trabajo incide en el despido de una maestra de secundaria; por otra parte, un canciller recurre a cierto calificativo de escasa referencialidad diplomática y connotativamente despectivo para deshacerse de alguna para él impertinente inconformidad extranjera.
HABLABAMOS DEL USO alegre del lenguaje, pero también pudiéramos aludir al silencio triste a que de pronto se ve obligado algún "vocero", silencio teñido, eso sí -hablo de leídas, no de oídas, conste-, de autoridad.
LEWIS CARROL LO dijo y Adam Schaft lo remarcó, el aserto es conocidísimo, desde el punto de vista del poder lo que las palabras (e incluso los silencios) signifiquen lo decide el poder.
AHORA, ESPERO QUE no se considere que me estoy metiendo, también yo, en asuntos que efectivamente, de no ser porque me veo como un ciudadano más de la cultura en que participamos, no me competen. No es el señalamiento de la actuación específica de alguien, álguienes, quienes sean, lo que me impulsa, algo que sinceramente entendería como vano y hasta francamente vanidoso, valga la redundancia, sino la observación del fenómeno, que va creciendo.
EL USO ALEGRE del lenguaje (el lenguaje, uno de los nombres de lo humano) puede pasar de irresponsabilidad para con el propio lenguaje, la propia habla, la propia persona, la propia humanidad -una tristeza, cierto, casi exclusivamente personal- a constituir una ceguera respecto de la humanidad de los demás, o más sencillamente, esa tristeza vasta, de nada más la humanidad.