sabado Ť 28 Ť abril Ť 2001
Alberto J. Olvera
Los retos del PRD
El Congreso Nacional del PRD ha constituido una gran vitrina de los problemas de la izquierda partidaria en México: ausencia de un programa político actualizado, pobre caracterización de la situación política del país, escasa disciplina interna, poca capacidad para disimular las profundas contradicciones entre corrientes. Infortunadamente el PRD se encuentra atrapado en una dinámica interna que impide un debate ideológico y programático fructífero, que cierra las puertas a nuevas generaciones de dirigentes políticos y lo aleja de la sociedad civil.
El debate político principal en Zacatecas ha sido sobre el carácter de la relación con el gobierno foxista que debe impulsar el PRD. De un lado, la dirigencia nacional actual propuso lanzar un pacto de transición, lo cual implicaría un acuerdo político amplio conducente a una reforma profunda del Estado. De otro, la corriente cardenista-roblista, apoyada por López Obrador, niega la pertinencia de esta vía y visualiza solamente la posibilidad de negociaciones ad hoc sobre temas específicos (no definidos).
Esta diferencia de perspectivas se funda en dos distintos análisis del presente. La dirigencia nacional entiende que la transición política no está completa y que es el deber de la izquierda contribuir a un pacto que conduzca a la transformación de las estructuras aún vigentes del régimen autoritario. Por su parte, la otra corriente considera que la transición ha concluido y que la misión de la izquierda es conformarse en una fuerza opositora radical a la derecha gobernante. Este es el debate sustancial, que por supuesto no pudo darse en medio de los gritos y sombrerazos que han caracterizado el ambiente del congreso.
En este punto el PRD está dividido en dos bloques, siendo el mayoritario (por una nariz) el cardenista, el cual de facto ha determinado la política de este partido desde la campaña presidencial hasta el presente, no obstante que la dirigencia nacional tiene una perspectiva diferente. Ahora bien, la caracterización de los líderes formales es más correcta que la del ala radical. Es bastante evidente que el país vive una peligrosa situación política en la que la ausencia de un pacto de transición genera grandes incertidumbres, conduce a un escenario en el que los cambios radicales que exige el Estado deben negociarse a cuentagotas y fuera de un marco que les dé coherencia y en el que los actores políticos tienen todos los incentivos para propiciar el fracaso de los proyectos de los otros en vez de apoyar eventuales causas comunes. Se trata de lo que los teóricos llaman un juego de suma cero.
La política de confrontación incrementa los riesgos de ingobernabilidad y potencia la posibilidad de una regresión autoritaria. Bajo las condiciones actuales, el bloqueo al gobierno beneficia más al PRI que al PRD, el cual sigue sin ser considerado en el plano nacional como una verdadera alternativa de gobierno. Esta política disminuye los espacios de concertación y de acuerdo, tan necesarios en una época de transición.
Un régimen democrático y de derecho no existe aún en México. Como el propio PRD lo sabe por experiencia propia, una vez que se llega al gobierno lo que se encuentra es un conjunto de vicios, intereses creados, inercias burocráticas y toda serie de obstáculos en el ejercicio de gobernar. Remover este pesado fardo de herencias autoritarias implica llevar a cabo grandes cambios jurídicos e institucionales, así como propiciar una verdadera transparencia en la vida pública. Si bien la agenda básica de esos cambios quedó definida en términos generales en la mesa de reforma del Estado que organizó Porfirio Muñoz Ledo, lo cierto es que no hay en este momento agenda legislativa alguna que reconozca y programe esos cambios ni acuerdo entre los actores políticos sobre su urgencia y pertinencia.
El PRD ha decidido no pactar y continuar su arreglo institucional interno en los mismos términos de siempre, con la diferencia de la territorialización de su organización. En otras palabras, ha decidido no cambiar y continuar el camino que lo ha llevado al empequeñecimiento político. Esta falta de renovación y de capacidad analítica y autocrítica es una tragedia para México, pues deja abierto el escenario a un pacto selectivo entre el viejo régimen y la derecha, en el que las fuerzas populares no tendrán ningún papel, que es lo que ya está sucediendo. Las fuerzas de izquierda no tendrían el menor protagonismo en esta coyuntura histórica a no ser por el zapatismo. Su debilidad ha quedado de manifiesto en el caso de la Ley de Derechos Indígenas. Ojalá el peligro se perciba antes de que sea demasiado tarde.