MIERCOLES Ť 25 Ť ABRIL Ť 2001

Emilio Pradilla Cobos

La izquierda y las ciudades

En estos momentos se celebra en Zacatecas el sexto Congreso Nacional del PRD, principal organización de la izquierda parlamentaria mexicana que gobierna, entre otras, a la ciudad de México, la más grande del país y núcleo estructurante de la segunda mayor concentración urbana del mundo y en proceso de integración en una gigantesca ciudad-región que alcanzaría 30 millones 400 mil habitantes en el 2010, es decir, 28 por ciento de la población mexicana.

De la lectura del proyecto de nuevo programa político del PRD y de la observación de la práctica de los gobiernos locales perredistas surge la preocupación sobre el limitado desarrollo de una visión política de izquierda a partir del presente y futuro de las ciudades y, en general, de lo territorial en la transformación social.

La segunda mitad del siglo XX fue escenario de un profundo cambio de la distribución territorial de la población y la actividad económica, social, política y cultural de México. La industrialización capitalista vino acompañada de la descomposición de las formas anteriores de producción agraria, de la expulsión del campo de millones de personas, del intenso crecimiento físico y demográfico y del aumento de la complejidad estructural de las ciudades y de su metropolización. En las dos últimas décadas, las políticas neoliberales, su globalización hegemónica, desigual, asimétrica e inequitativa, la liberación comercial y el predominio del capital financiero especulativo profundizaron y transformaron estos procesos acentuando la tendencia a la formación de gigantescas ciudades-región en torno a las zonas metropolitanas del Valle de México, Monterrey, Guadalajara y Tijuana, como apéndice de la megalópolis californiana en Estados Unidos.

Estas megalópolis hegemonizan la vida económica, social y política del país y sus relaciones con el mundo globalizado, y organizan a las regiones ganadoras del presente y el futuro. La sociedad mexicana se urbanizó.

En las metrópolis y megalópolis las relaciones socioeconómicas operan diferente que en las pequeñas ciudades y pueblos u otros territorios; la estructura de clases sociales y de sus conflictos es distinta (como ejemplo pensemos en la informalidad); la explotación económica, la opresión política y social, la pobreza y la exclusión tienen sus manifestaciones y mecanismos propios; la cultura, las formas de pensar y de participar en política tienen su especificidad. No son mejores o peores, sólo diferentes a los demás territorios.

Desde los años 70, la investigación latinoamericana y mexicana de orientación progresista y crítica ha realizado un intenso trabajo de reflexión sobre estos procesos: la especificidad de lo urbano y las condiciones de su transformación, que en algunos casos permeó las posiciones de las organizaciones de izquierda. A partir de los 80, el pragmatismo del enfrentamiento o la conciliación con el neoliberalismo, las exigencias de la administración cotidiana cuando la apertura permitió llegar a gobiernos locales, la conversión en políticos de muchos líderes del movimiento urbano popular y cierto distanciamiento de la intelectualidad llevó a la izquierda a ignorar esta discusión y a aplicar políticas y programas sin tomar en cuenta esta especificidad o que, en el peor de los casos, ponen en riesgo sus propios objetivos. Por desconocimiento o pragmatismo no se responde a las necesidades particulares de los trabajadores y de las mayorías oprimidas de las ciudades, en el marco de la férrea lógica del capitalismo neoliberal salvaje ni se construye una propuesta de transformación urbana para el futuro.

Un proyecto de nación transformador y de izquierda para los oprimidos y excluidos, debe responder a las realidades y conflictos específicos de lo urbano y lo regional; no los puede subsumir en la política general. Tiene que cimentar la construcción de los proyectos para lo local, marcado por significativas y respetables diferencias. Hay que construir un proyecto para integrar regiones y ciudades en su diversidad respondiendo a sus especificidades para lograr la pluralidad que es condición de la democracia real por la que luchamos.

Llamamos al PRD nacional, al del Distrito Federal y al de las otras grandes ciudades a abrir, luego del congreso, una discusión a fondo sobre el tema, sin límites estrechos, con participación de otros sectores de izquierda, la intelectualidad y dirigentes de organizaciones sociales. El programa que apruebe el congreso no es suficiente para convertir al partido en fuerza de cambio y opción de gobierno en el presente y el futuro, o para dar respuestas apropiadas cuando se es gobierno. En cualquier circunstancia es necesario que dirigentes y militantes se lo apropien en la discusión y que la sociedad lo conozca, participe en su concreción, y lo haga suyo y promueva.