¿FUTURO PROMISORIO PARA EL HEMISFERIO?
En un clima de tensión, debido a las protestas de
grupos opositores a la globalización económica y el libre
comercio, inició ayer en Quebec, Canadá, la III Cumbre de
las Américas, reunión en la que 34 mandatarios del continente
americano discutirán la creación de un acuerdo de libre comercio
entre los países del hemisferio, propuesta impulsada en 1994 por
el entonces presidente de los Estados Unidos, William Clinton, en la primera
cumbre de jefes de Estado y de gobierno celebrada en Miami.
Desde aquella primera reunión, y durante las reuniones
ministeriales posteriores, los Estados Unidos han marcado el ritmo de las
negociaciones con visos a acelerar los acuerdos y adelantar la fecha de
instalación del acuerdo comercial en el 2003, idea que George W.
Bush parece estar dispuesto a retomar.
En voz de su secretario de Estado, Colin Powell, esta
es su posición: "el presidente Bush espera con ilusión la
oportunidad de agilizar las negociaciones de este acuerdo".
Sin ahondar en el debate sobre los beneficios y consecuencias
de un acuerdo comercial de esta naturaleza, llama la atención la
impaciencia del gobierno estadunidense para poner en marcha el acuerdo,
a la luz de sopesar la desaceleración económica que acecha
aquel país y una previsible recesión de impacto hemisférico.
Una vez puesto en vigor el acuerdo, los Estados Unidos
podrán vender todo tipo de productos sin obstáculos ni restricciones
en un mercado de más de 800 millones de personas, sin considerar
las condiciones de desventaja que, en la lógica del libre comercio,
padecerán los productores de la mayoría de los países
del continente americano.
En el caso de México, la firma apresurada y carente
de consenso del Tratado de Libre Comercio (TLC), ha ocasionado el colapso
de diversos sectores, especialmente el agrícola, debido a la falta
de legislaciones que protejan a los productores. México abrió
sus fronteras al libre comercio sin una base de igualdad, sin las normatividades
necesarias para proteger cuestiones fundamentales como la cultura popular,
las industrias culturales, la producción agropecuaria, la biodiversidad,
los transgénicos y una larga lista más.
Sin una base legal que garantice igualdad y bienestar
social en el terreno de la libre competencia, el grueso de los países
latinoamericanos que se sumen a este mercado continental, más que
aprovechar las publicitadas bondades de la apertura comercial, contribuirán
a los intereses de expansión hegemónica de Estados Unidos,
país que, en su histórico afán colonizador, ahora
por la vía del libre comercio, siempre buscará sacar ventaja
de todos los socios comerciales que tiene.
George W. Bush ha declarado que en la cumbre apoyará
iniciativas para ayudar a las naciones ante los desastres naturales, a
mejorar la atención sanitaria, a combatir la corrupción y
el narcotráfico, a proteger el medio ambiente, aunque en este último
caso, es necesario destacar que acaba de despreciar el Tratado de Kioto.
Pero, ¿qué nos hace pensar en un futuro
promisorio para el continente cuando el único ideal común
entre Estados Unidos y el resto de las naciones es el libre comercio? ¿Existe
acaso una identidad hemisférica o nos encontramos ante la idea de
un continente unido por el comercio mediante un acuerdo ad hoc a los intereses
de Estados Unidos?
Antes de que México y muchos países del
continente se deslumbren con las virtudes de un acuerdo hemisférico
que urge a Estados Unidos, será necesario analizar a profundidad
el contenido, escuchar a las organizaciones de la sociedad civil --incluidas
las voces de protesta--, ampliar el debate a todos los sectores involucrados,
con el fin de elaborar un marco legal que nos permita competir en condiciones
de igualdad.
Ojalá que la prisa estadunidense no sofoque más
la soberanía de las naciones del continente, el respeto a sus leyes,
las posibilidades reales de desarrollo.
|