SABADO Ť 21 Ť ABRIL Ť 2001
SPUTNIK
Primavera en Moscú
Juan Pablo Duch
Moscu, 20 de abril. Obligados por el severo clima a ver el sol un día no y otro día tampoco, durante los largos meses de invierno, los ru-sos celebran como pocos la llegada de la primavera. Por razones muy distintas, y en otro rincón del mundo, acaso sólo los bantúes y matabelés de Zimbabue se alegren más que los rusos por el cambio de estación: acabado el verano en el hemisferio austral, para ellos empieza el otoño y hace un poco más de fresco, aunque no se siente mucho que digamos.
Los rusos, respetuosos de las conclusiones de los sabios mayas y otros precursores del calendario actual, aceptan que la primavera empieza el 21 de marzo, pero no se lo creen, plomizo todavía el cielo. Ni siquiera sirven, como punto de referencia, los 13 días de retraso que marca el calendario juliano, re-conocido sólo por los popes ortodoxos, aunque a partir del 3 de abril, sin duda, ya se está más cerca que lejos del anhelado momento.
Aquí en Moscú, no hay una fecha precisa, mucho menos fija, para darse cuenta que ya comenzó la primavera, pero sí varios signos inequívocos que ayudan a tener esa certeza.
El primero, a fuerza de acostumbrarse a la monotonía blanca, provoca de repente, en los más observadores dos o tres días antes que en los distraídos, exclamaciones como "šcarajo, pero si ya no hay nieve!", dicho por supuesto en ruso. En dependencia de cuánto ruborice el lenguaje coloquial a cada cual, algunos suelen sustituir la primera palabra con otra más fuerte y otros, aquí también los hay, con una perorata propia de improvisado inquisidor literario, algo así como "šmadre María purísima, se derritió la nieve!".
Sobran elementos para afirmar que prevalecen las reacciones malsonantes porque la grata sorpresa de descubrir el primer verdor del pasto en los patios de las casas, por lo co-mún, trae consigo otra sorpresa menos agradable: el abundante excremento que dejan los perros de los vecinos en invierno.
No hay que ser feligrés de la Iglesia Ortodoxa para admitir que el fenómeno de la desaparición de la nieve parece un milagro y, al menos, anticipa que la próxima vez que caiga algo de arriba será lluvia, con toda seguridad, a excepción de que se trate del saludo de un pájaro, complementario a su melodioso y alegre canto.
El otro signo inconfundible de la llegada de la primavera, y en esto Rusia no se diferencia de México, son los desgarradores maullidos de los gatos, que rompen el silencio de la noche en su desesperación por en -contrar a otro desesperado cuadrúpedo felino, dispuesto a prolongar la especie.
Los alaridos nocturnos disparan aquí la venta de unas grageas que, algún veterinario con vocación de monje, denominó "antisex", que se recomienda embutir a los po-bres gatos, previamente sujetados con una llave de lucha grecorromana por los cariñosos amos. La tarea, de suyo riesgosa por los inevitables rasguños y mordidas, es más no-ble que caparlos, como si tuvieran la culpa de querer tener descendencia.
Finalmente, el otro signo que revela la llegada de la primavera, incluso con mayor contundencia que los anteriores, es la belleza de la mujer rusa en la calle. No es que en invierno sea fea, simplemente resulta difícil apreciar esa hermosura, a partir de los ojos y el cachito de nariz, no tapado por la bufanda, que quedan al descubierto.
Cuando la nieve acabó de ser tragada por la tierra y los gatos maúllan, la temperatura exterior ratifica que llegó la hora de despojarse de la ropa, en el sentido no libidinoso de dejar de usar muchas prendas ya innecesarias. Poco a poco, las mujeres mandan al desván o el ropero los abrigos, las chamarras forradas, las bufandas, los guantes, las botas, las pantimedias de lana y la ropa interior térmica, conocida aquí como matapasiones.
El resultado es muy favorable para la salud de los hombres: propicia un fabuloso ejercicio para el cuello, que en invierno presenta síntomas de diversos trastornos cervicales de tanto mirar hacia abajo para no resbalar al pisar el hielo. Ahora, los movimientos compensatorios son de izquierda a derecha, o de derecha a izquierda, dependiendo de por dónde venga la próxima minifalda. Cuando se está con la esposa o la novia, lo que se ejercitan son los músculos y nervios de los ojos y el sentido de la orientación para no chocar, al moverlos de un lado a otro, sin gi-rar la cabeza, con cualquier transeúnte ocupado en los mismos menesteres visuales.
La primavera, a cambio, puede resultar de-primente. Desde fines de octubre, con la primera nevada, se dispone de tiempo suficiente para pensar qué hacer en el verano, y ahora, al pretender asegurar las respectivas reservaciones, es cuando se comprueba hasta qué punto la inflación superó la imaginación más comedida.
La solución es conformarse con seguir disfrutando los anuncios publicitarios que prometen unas inolvidables vacaciones. En eso, rusos y mexicanos, nos parecemos mucho y, sin el menor asomo de desánimo, estamos convencidos que el próximo año sí se nos hace el viajecito a Bahamas, el safari en Kenia o, de perdida, el fin de semana en Toluca o en Serguiev Posad, el equivalente al ruso en cuanto a distancia de la capital