VIERNES Ť 20 Ť ABRILŤ 2001

José Cueli

Negra melancolía

Si las tristezas humanas consideradas de modo aislado engendran en los espíritus sensibles cierta rebeldía contra la crueldad del destino que tales sufrimientos provocan, el dolor colectivo debería provocar un acrecentamiento de este sentir. Pese a los mandatos de la lógica no parece ser así. Salvo raras excepciones y siempre entre grupos de conspicua memoria, el sufrimiento de una raza suele inspirar irritado desdén más que otra cosa.

Diríase que, latente en la opinión pública, existe el convencimiento de que los males pueden y deben ser vencidos ante el incremento desmesurado de los seres que sufren y de los que viven en estado de sumisión que es, a todas luces, atentatoria de la dignidad humana y de los derechos más elementales. En esta actitud despótica hacia el semejante parece tener influencia el sentimiento (nunca totalmente dominado) de omnipotencia que lleva a los pueblos o razas más fuertes a someter a los más débiles. Así, en la historia se repite de manera compulsiva el caso de las razas desdeñadas, además de perseguidas, como ocurre con la comunidad negra en Estados Unidos (sirva para ilustrar lo dicho el enfrentamiento de la semana pasada, en Cincinnati, con saldo de un joven muerto y varios lesionados).

Sin duda la condición de esclavitud a la que por tanto tiempo estuvieron sometidas ''las personas de color", es responsable, en gran parte, del carácter con el que han venido soportando las infinitas humillaciones en el país de su destierro, en flagrante contradicción con el discurso defensor de los derechos humanos.

Salvo excepciones, ''el negro" es un paria, un ser inferior re recibe un trato infamante ''del blanco". Pero a pesar de esa reiterada superioridad de ''los blancos sobre los negros" es evidente que la única fuente de arte popular, o sea, el único manantial de emoción y acento personal que existe en Estados Unidos, con vitalidad suficiente para imponerse a los desdenes y ascos provocados por las diferencias raciales se debe a los seres de color.

El alma melancólica del negro halla aliento a sus penas interpretando la música oriunda de su lugar de origen y sostenida a través del tiempo por los antiguos esclavos. Transmitida de generación en generación permanece viva como fuerza cohesiva.

Esa alma sensible y atormentada ha ido desarrollando día a día un arte intuitivo de una fuerza extraordinaria. Todo el sentimiento y el dolor se concentran en la voz grave y apasionada del negro, que sacude, por misterioso impulso a toda la nación y que es, asimismo, la voz del pueblo estadunidense.

Individuos de raza negra, sin embargo, son los que han colocado a los estadunidenses en el pináculo de las más relevantes competencias deportivas. Y mientras unos pocos son aplaudidos en el podium, otros son apaleados en las calles y otros muchos maltratados y humillados incluso por las instituciones.