VIERNES Ť 20 Ť ABRIL Ť 2001
Sandra Lorenzano
Un singular sentimiento
Se ha adueñado de la humanidad un singular sentimiento de desprecio por la palabra... Leo (en Autodafe, la revista del Parlamento Internacional de los Escritores, núm. 1, otoño 2000) esta frase que pronunció Hermann Broch en una conferencia en š1934! y no puedo sino sentirme absolutamente sacudida. ''...desprecio por la palabra..."; bien lo percibía Broch en la Europa de entreguerras, con Hitler estrenándose en el poder, con un paisaje de pogroms e intolerancia que se repetía empezando a cubrir gran parte del mapa de Occidente. Leo esta frase y pienso en los comandantes zapatistas hablando en el Congreso (tribuna que más de uno quisiera ver privatizada) y, quizá sin saberlo, compartiendo con Broch y con tantos otros esta preocupación por la desvalorización del lenguaje.
Habla la comandanta Esther y con su voz busca volver a darle dignidad a las palabras: ''La palabra que traemos es verdadera. No venimos a humillar a nadie. No venimos a vencer a nadie. No venimos a suplantar a nadie. No venimos a legislar. Venimos a que nos escuchen y a escucharlos. Venimos a dialogar".
Frente al ''empaste de la lengua" que denunciaba George Orwell -''los clichés, las metáforas raídas por el uso...", la domesticación, el murmullo banal, el palabrerío superficial y plano- es necesario volver a plantearse una ética del lenguaje, porque sabemos que el que es, es por la palabra.
En Europa en los años treinta, como en México a comienzos del siglo XXI, amar las palabras, protegerlas, volver a darles la dimensión que les corresponde, es defender la posibilidad de la reflexión, del diálogo, del encuentro con el Otro, de su reconocimiento a partir de la propia historia y de aquella que compartimos.
Hermann Broch y la comandanta Esther saben que cada palabra tiene el rostro de nuestra memoria, que la palabra es identidad, con o sin pasamontañas. Por eso los autoritarismos le han tenido siempre tanto miedo a las palabras. Las quemas y prohibiciones de miles y miles de libros en la Alemania nazi, en Camboya, en Argentina (Ƒhabrá que poner en esta lista los ''enojos" de ciertos padres contra quienes pretenden que sus hijos aprendan a amar las palabras a través de la mejor literatura?); el asesinato y persecución de escritores y pensadores en todas las épocas, en todos los continentes; Ovidio desterrado, Gramsci encarcelado, Rodolfo Walsh y Haroldo Conti desaparecidos, García Lorca fusilado: patéticas muestras del desprecio por la palabra.
Despreciar la palabra es no querer escuchar a los otros, es celebrar el mutismo impuesto desde arriba, es querer acallar la poesía, es arrebatarle su valor a la lengua -a su posibilidad de acariciar, de amar, de construir utopías, de defenderlas y cantarlas, de rescatar y transmitir nuestro pasado.
Leo a Hermann Broch, escucho a la comandancia zapatista, pienso en los millones de palabras que nos hacen guiños desde los libros y de pronto -porque como decía el buen Borges, tan citable siempre, no puedo dejar de ser mi contemporánea- me asaltan desde las páginas del periódico las declaraciones de la presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (!) acerca de la reforma fiscal que pretende gravar con el IVA, entre otros productos de consumo básico, a los libros:
''Los tres (la propia Bermúdez, Sarukhán y Reyes Tamez) de una manera contundente les dijimos (a la SHCP) que no era algo con lo que estuviéramos de acuerdo, pero era una decisión que ya se había tomado. Esto sí nos causó tristeza, pero el proyecto general que nos presentó Paco Gil, también nos impresionó mucho, šde una sencillez, de una claridad! Yo misma en ese momento le dije que yo, que no soy una gran experta en el tema, me había quedado clarísimo y que pensaba que era algo que iban a aplaudir mucho los ciudadanos" (La Jornada, 31/03/01, pág. 4a).
''Se ha adueñado de la humanidad un singular sentimiento..."