JUEVES Ť 19 Ť ABRIL Ť 2001

Olga Harmony

Del norte vienen

Un viejo chiste dice que las cosas buenas de la vida hacen daño, engordan o son pecado. Ahora, una de las mejores cosas que se ha dado la humanidad, los libros, además llegará a recargar sus -ya bastante grandes- precios con un generoso IVA. Se habla de los libros como un medio de conocimiento, como una espléndida máquina del tiempo que nos pone en contacto con personas y hechos de siglos atrás. Pero, siendo todo eso y más, suponen antes que nada un placer extraordinario. Se ha corrido la voz de que ese impuesto no se hará, para tranquilizar a los intelectuales, como una especie de ''finta" para cometer la abominable injusticia de implantarlo en medicinas y alimentos, al cabo que los mexicanos y las mexicanas, los chiquillos y las chiquillas que no tienen una gran caja de resonancias, están acostumbrados a aguantar vara. Olvidan que los intelectuales, que también comen y se enferman, han dejado sentado que su protesta es también contra el inicuo impuesto a esos productos.

Ya ahora, amén de los precios, algunos libros están fuera del alcance de muchos lectores interesados, como pueden ser los que se editan en los diferentes estados. Tal sería el caso de Entre el desierto y la esperanza, un volumen que recoge los textos dramáticos del teatrista sonorense Cutberto López Reyes, aunque la coedición de la Universidad de Sonora con Conaculta-Fonca hace presumir que tendrá una mejor distribución que otros libros editados -y embodegados- en la provincia mexicana. Este que me ocupa tiene la sobreañadida gracia de contar con ilustraciones de artistas plásticos de ese estado.

La acuciosa e inteligente introducción de Francisco Beverido, también responsable del orden del volumen, nos indica que de alguna forma los lazos entre estados muy lejanos se van estrechando. Cutberto López, con una ya rica trayectoria, no es un autor muy conocido en el centro, por lo que este volumen ofrece la sorpresa de textos muy diferentes en su concepción y a un autor de gran madurez estilística que busca -y encuentra- nuevas vetas dramatúrgicas, algunas de verdadero riesgo experimental, todas muy disfrutables en lectura y, esperemos que aquí sea pronto, en escena.

También del norte, esta vez de Ciudad Juárez, el grupo Alborde Teatro nos trae (tras su estreno en su ciudad, en la que tiene el comodato del Teatro del IMSS) su versión de Amantes, de Harold Pinter, con dirección de Antonio Zúñiga. Todos ellos bien conocidos por nosotros, aunque ignoro si esta es la primera dirección de Zúñiga, que da una visión muy personal del texto pinteriano que, a mi ver, altera ese ''otro realismo" del dramaturgo inglés del que mucho se ha escrito, al presentar actuaciones muy estilizadas, nunca veraces, de Guadalupe de la Mora y Mauricio Ugalde, y aun en la fugaz aparición de Mauricio Isaac.

Este drama de Pinter da acotaciones muy precisas de los lugares en donde se moverán Sarah y Richard, espacio cerrado -como es su constante- que representa un hogar clase media o suburbano londinense. Esto es importante, porque el texto subvierte y desnuda la relación de un matrimonio burgués, sus miedos, sus fobias y sus deseos más recónditos, reprimidos en la vida cotidiana y sólo expuestos en los juegos de apariencia a que se entregan. La situación, que tiene mucho del teatro del absurdo, debe presentarse dentro de la cotidianidad de las fórmulas que la sociedad establece, para poder desmenuzarlas.

En un hermoso armario, creado por Rodolfo Guerrero, que da los diferentes espacios al abrirse, cerrarse, desmontarse, dejar salir módulos de lo que fueran cajones, los actores también estilizan sus personajes, en un trabajo muy exacto y cuidado, hay que acreditárselo a ellos y su director, pero que sin embargo no permite leer la obra original.