JUEVES Ť 19 Ť ABRIL Ť 2001

Emilio Pradilla Cobos

Fetichismo globalizado

Defendemos el derecho democrático de cada individuo a profesar libremente la religión que desee o a no profesar ninguna, a criticar cualquier religión o todas. Por esto no podemos dejar de externar nuestro asombro y descontento racional ante los espectáculos de fetichismo religioso, comercialización y explotación mediática que tienen lugar cada año en ocasión de la Semana Santa católica, en Iztapalapa y otros rumbos de la metrópoli, Chalma, Taxco y muchos otros puntos del país. Nos extraña que la jerarquía católica siga permitiendo o promoviendo los actos de autocastigo corporal que llevan a cabo, como "honor" o "promesa", los actores del viacrucis y los penitentes y otros grupos o individuos que buscan obtener favores, "milagros" o el perdón divino mediante el sufrimiento corporal; aunque las religiones, incluida la católica, han basado parte de su dominio ideológico en la represión de los actos humanos inaceptables para ellas (los "pecados") y en la "penitencia" por las transgresiones, estos actos de sadomasoquismo público, viejos de 20 siglos, agreden la racionalidad moderna. No puede pasar inadvertido que el autocastigo es la otra cara de la moneda de la violencia institucional, inducida mediante mecanismos ideológicos y culturales.

La festividad religiosa cede su lugar al espectáculo teatral, en algunos casos monumental, donde se compran y venden todas las mercancías formales e informales que circulan en pueblos y ciudades. El comercio especulativo penetra todos los poros del "acto de fe" dejando en el olvido la escena aquella de Jesucristo expulsando a los mercaderes del templo, que forma parte de la misma tradición.

El espectáculo se difunde ampliamente en los medios de comunicación, sobre todo en la televisión y con énfasis particular en las escenas más crudas, violentas y fetichistas. Camarógrafos de televisión del mundo desarrollado transmiten a millones las escenas anacrónicas de este sincretismo antigüedad-modernidad, que expresa a la vez el atraso cultural, encubierto muchas veces bajo el disfraz de defensa del patrimonio y la "fe" como anestésico para las siempre precarias condiciones de vida y de salud de una población mayoritaria cada vez más hundida en la pobreza y la miseria. El fetichismo del atraso se globaliza.

La televisión, difusora del gran espectáculo patrocinado, sea deportivo, musical, político (la protesta social, la marcha zapatista, los grandes mítines electorales), criminal (los actos delictivos relevantes a juicio de los medios) o religiosos (visitas papales, Semana Santa, etcétera), hace de ellos mercancía rentable, imponiéndola a sus televidentes. En todos los casos el mensaje es conservador, alienante, de contemplación pasiva de la realidad, de exaltación o condena.

En los últimos años, sobre todo desde la llegada al poder federal de Fox y el PAN, autodeclarados católicos practicantes, la laicicidad formal del sistema político mexicano posrevolucionario ha cedido su lugar a una triple alianza conservadora y confesional entre el poder ideológico-cultural de la jerarquía católica, el poder político de derecha y el poder económico e ideológico de los medios electrónicos de comunicación, cuyos intereses llevan al conservadurismo y se defienden desde el flanco derecho. Esta amalgama de poderes materiales sepulta la verdadera y respetable -aun si no la compartimos- religiosidad de los individuos y las comunidades.

Después de toda gran festividad religiosa (Navidad, Semana Santa, por ejemplo), a pesar del discurso aislado de algunos religiosos comprometidos con los pobres, explotados y oprimidos, queda el sabor amargo de un engaño histórico más. Los pobres y oprimidos deben buscar el consuelo en la religión y poner la esperanza de solución a sus problemas en el milagro, pues la redención se dará en la otra vida. No es la acción colectiva consciente la que libera, sino la creencia pasiva. Los poderosos afianzan su poder político, cultural y económico mediante el "misterio" religioso que la mente humana común no puede descifrar, pero que se revela en el espectáculo banal y mundano de la celebración ritual. La incomprensión se hace virtud para justificar la primacía de los "iniciados", los sacerdotes de la política, la economía y la religión.

Así se aclara el contenido de aquella conocida frase: "Bienaventurados los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos". Por los siglos de los siglos, amén.