miercoles Ť 18 Ť abril Ť 2001

Luis Linares Zapata

Las andanzas de un censor

No satisfecho de la reluciente conciencia de su ser privilegiado y capacidad moral para adjudicarse derechos sobre la educación de sus cinco descendientes, el secretario Abascal se erige también en censor no sólo de las lecturas de su hija, sino, por derivada presión, sobre las de todas aquellas que son sus compañeras del curso de Literatura. Sus delicados gustos, temores morales (que han de ser numerosos), ansiedades recónditas y juicios estéticos deberán, por su propio valor, y a juzgar por sus acciones, defensas y desplantes, hacerse extensivos a varios más, a todos de ser posible. Y, lo que es también un asunto de trascendencia, la administración del presidente Fox se desentiende del problema (escándalo) provocado por el funcionario y lo envía a la papelera de reciclaje al catalogarlo como un tópico de naturaleza privada del señor Carlos María Abascal Carranza, padre de una joven estudiante de tercero de secundaria en un colegio privado manejado por "misioneras eucarísticas de la Santísima Trinidad".

Los derechos de los niños, de las adolescentes, de las lectoras, de las profesoras, de los directivos de las escuelas y hasta de los autores de esas obras literarias a ser leídos en los salones de ésa y demás secundarias del país, quedan relegados ante la supremacía de aquel derecho, predicado y sostenido como válido por un sujeto cualquiera (y también por varias asociaciones retrógradas) como parte de su potestad de padre rector. Una cosa es reclamar, como lo hace el secretario Abascal, "el derecho que me asiste como padre de familia para velar por la educación de mis hijos", y otra muy distinta es erigirse censor de obras y catalogarlas impropias para ser recomendadas en una escuela como lectura de un ser humano, con libre albedrío, capacidad de juicio propio y calidad indiscutible, sujeta de toda posibilidad para discernir, por ella y ante ella, lo que mejor le conviene e incumbe.

Si la estudiante no estaba de acuerdo con la lectura solicitada por la maestra, el camino a seguir bien podría encaminarse a presentar sus objeciones, dudas, recomendaciones y hasta las opiniones paternas, sus propias inquietudes y sugerencias para ser discutidas en el salón de clases. Lo excesivo estriba en el envío, a una dirección temerosa y endeble, de un reclamo u observación negativa sobre los contenidos de las lecturas. Las consecuencias, una de ellas la reprimenda a la profesora, dada la categoría del funcionario, bien podrían haber sido evitables. El que varios, muchos de los padres de familia, lleven a cabo similares tropelías con sus hijos y profesores, no consolida y menos legitima el acto de censura. En un caso extremo, el señor, que también es, al parecer y cuando se baje del púlpito, secretario del Trabajo y Previsión Social, bien tenía ante sí, como él mismo dice, el privilegio de cambiar de escuela antes que propiciar e imponer su propia y acotada visión sobre la impropiedad de las obras (Aura, de Fuentes, y Doce cuentos peregrinos, de García Márquez) para la alegada formación de su hija.

Frente a ello es conveniente traer a colación el anticipo (100 mil dólares) que hace unas semanas extendió una prestigiosa casa editorial estadunidense a una poetisa por su próxima obra. Lo extraordinario es que se trata de una niña de nueve años que, desde los cuatro, habla ya dos idiomas. Puede así verse con claridad la diferencia entre padres que alientan la imaginación y la apertura con aquéllos que las restringen y desvían.

Una vez más, la sociedad, sobre todo esa parte de ella que sostiene y defiende los derechos individuales desde el nacimiento hasta la muerte y reconoce por tanto la capacidad de discernimiento desde tempranas edades para hombres y mujeres, tiene que levantarse contra los censores de la vida privada y de la colectiva por parte de aquellos iluminados que pretenden imponer y hacer comunes sus muy particulares (por no decir cerradas) maneras de ser. Pero lo alarmante es ver cómo una administración pública democrática trata de sesgar el problema y referirlo exclusivamente a la esfera de las cuestiones de índole personal. El secretario Abascal acumula ya un grueso expediente que lo describe, con pulcritud, como un veterano del rancio pensamiento conventual y de un temperamento represivo, que no son poca cosa en tratándose del encargado del despacho de los asuntos laborales del Ejecutivo. El costo político en que incurre Fox al sostener a tan preclaro defensor de las moralidades asexuadas y autor de misóginas consejas a las mujeres trabajadoras es creciente y se acumulará a otros faltantes y excesos en que inevitablemente se cae al manejar los asuntos públicos. ƑCuánto disminuirá este sainete la legitimidad de la Presidencia ahora que tanto requiere del oído y el soporte de los ciudadanos para la aprobación de sus cruciales iniciativas?