MARTES Ť 17 Ť ABRIL Ť 2001

Ť Manuel Vázquez Montalbán

Il Manifesto en la construcción de la razón

Patrimonio y modificación marcan la constante tensión entre el saber acumulado y el saber necesario para entendernos y entender. Il Manifesto, como escisión del Partido Comunista Italiano (PCI) y como publicación, pertenece al patrimonio de los comunistas europeos como una reivindicación de la pluralidad frente a los tiempos de la verdad única y soviética, y marca el inquietante punto en el que los procesos de cambio en el mundo entero crean la ilusión de que la lucha final está próxima, pero también la lucidez de que se planteará desde distintas rupturas del orden establecido. Obra abierta al mundo a comienzo de los años setenta y en cambio obra clausurada cuando llegaron los ochenta con la pesada carga de los cascotes del optimismo burgués y marxista, mientras el capitalismo se acogía al grado cero del desarrollo y administraba la crisis energética para hacer retroceder a los trabajadores a posiciones conservadoras de lucha por la vida. La caída del imperio soviético dio nuevo sentido a la sospecha de un personaje de Alicia en el país de las maravillas: las palabras tienen dueño, reflexión certera a completar con la evidencia de que un mal dueño invalida el significante y el significado.

ƑQué hacer con la palabra comunismo identificable con los restos de la muralla de Berlín o con el neodemócrata Yeltsin alzado sobre un tanque democrático y bombardeando democráticamente el Parlamento poscomunista?

Il Manifesto como actitud original y método crítico había sido advertencia en tiempos en que todos los rojos esperábamos el sorpasso y con él la prueba de que el comunismo podía llegar a ser una fuerza transformadora utilizando instituciones democráticas. Pero el golpe de Estado de Pinochet contra la Unidad Popular de Allende, llevó a Berlinguer a la conclusión de que un cambio social basado en las instituciones democráticas requería un compromiso histórico entre fuerzas tan diversas como en Italia, el PCI y la Democracia Cristiana, al menos con la Democracia Cristiana de Aldo Moro. Fue un imaginario cuidadosa, sañudamente combatido y destruido, y la crisis de aquella expectativa significó el seísmo original que llevaría a la desaparición incluso del PCI y a la autodestrucción de su aparentemente poderosa instalación cultural y política en el tejido social italiano. Para los que desde otros países europeos confíabamos en que el PCI tenía teoría y práctica suficientes para superar la nueva ofensiva del capitalismo internacional, asistimos a un desmoronamiento de la confianza que, para mí por ejemplo, fue dolorosísimo y en cambio experimenté un placer inocente cuando cayó el muro de Berlín. Consideré que la caída del muro propiciaba la liberación creativa de la izquierda posible y necesaria y en cambio la pérdida de sustancia del PCI representaba una derrota cultural y política de la izquierda realmente existente.

Creo que desde este punto habría que reconsiderar qué significaron las actitudes críticas originales de Il Manifesto y su tarea de marcarse objetivos informativos y polémicos. Y hacerlo a contracorriente de lo considerado políticamente correcto tanto por la derecha como por la izquierda institucionalizada, barrido el principio berlingueriano de que un partido comunista ha de ser a la vez partido de gobierno y de combate. Bloqueados los partidos de izquierda por una estrategia de mercado que no garantiza ni siquiera el respeto a la pluralidad, de momento parece no haber otra posición razonable que admitir el relativo papel transformador que pueden tener los partidos de la izquierda convencional, pero activarlo mediante la presión social, para lo cual se requiere un replanteamiento del asociacionismo crítico extramuros. Si no fuera tan confuso y a veces tan de derechas el enunciado de la sociedad civil, diríamos que se está prefigurando la necesidad de una nueva vanguardia social plural surgida de esa sociedad civil como consumidora indignada porque la abastecen de vacas locas y proyectos personales y sociales frustrantes y mentiras cotidianas a través de los aparatos culturales e informativos cada vez más centralizados y con los códigos dictados por el capitalismo globalizador.

Il Manifesto, creo, aunque lo creo con la melancolía con que se cree a comienzos del siglo XXI, tiene un papel inestimable como crítico de la no verdad democrática y como activador de la presión social contra el desorden establecido. Frente a la centralización y uniformidad del discurso hegemónico, el pluricentrismo cultural crítico retorna a su condición de única respuesta posible tal como fue presentado a comienzos de los setenta del siglo XX.

Aunque estamos en el camino de la consolidación de un nuevo sujeto histórico crítico, formado como resultante de las contradicciones internas del capitalismo multinacional, un medio como Il Manifesto debe sumarse al proceso de construcción de la nueva razón democrática globalizada.