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México, D.F. lunes 16 de abril de 2001 
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Editorial
 
COLOMBIA: LA URGENCIA DE LA PAZ 

SOL En Colombia la violencia supera día tras día sus propias cotas. El pasado fin de semana el grupo paramilitar de ultraderecha Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) asesinó a 25 campesinos en la zona del Alto Naya; posteriormente, un numeroso contingente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) tomó por asalto la población de La Caucana, en Antioquia, considerado bastión de los paramilitares, y dio muerte a medio centenar de personas. 

Los saldos de esta clase se han vuelto parte del escenario informativo cotidiano de Colombia. Después de décadas de conflictos armados, de guerras de diversos signos y de una proliferación de actores bélicos y agentes de la violencia --las organizaciones guerrilleras, el propio Ejército, sus paramilitares, los cárteles de la droga y otros estamentos de la delincuencia común--, la sociedad colombiana se encuentra atrapada entre confrontaciones cruzadas e incluso sobrepuestas en las que se dirimen, a su vez, intereses de muy distintas especies: desde las formulaciones ideológicas de justicia social que inspiran, mal que bien, a las guerrillas, hasta los designios geopolíticos de Washington; desde el afán militar y paramilitar de perpetuar las desigualdades y la corrupción, hasta las intrigas de personajes oscuros y delictivos como Vladimiro Montesinos, cuyos empeños por atizar la violencia en Colombia han sido recientemente documentados. 

Ante esta conjugación de factores internos y externos de violencia, resulta fundamental una respuesta de los actores interesados en construir la paz en Colombia. Esa tarea no sólo atañe a los negociadores del gobierno de Andrés Pastrana y de las FARC --a los cuales podrían sumarse en breve los del Ejército de Liberación Nacional, ELN--, sino también a los gobiernos y a las diplomacias de América Latina. La inclusión anterior no sólo tiene como fundamento una consideración ética y humanitaria básica, sino, también, un cálculo de preservación de intereses nacionales, ya que un ahondamiento de los conflictos colombianos tendría, obligadamente, consecuencias desestabilizadoras para los países vecinos y, acaso, para toda la región. 

 

 

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