viernes Ť 13 Ť abril Ť 2001
Miguel Concha
Cristo torturado
En el marco de la Semana Mayor en la que los cristianos conmemoran, entre otras cosas, la pasión y muerte de Jesucristo, la Comisión Episcopal de Pastoral Social y la Pastoral Penitenciaria Católica decidieron unirse a la Campaña Mundial contra la Tortura, lanzada en octubre del año pasado por Amnistía Internacional con el lema "šActúa ya! Tortura, nunca más". Para ello, con el apoyo de la organización no gubernamental Acción de los Cristianos para la Abolición de la Tortura en México, editaron un folleto con el título Cristo torturado ayer... y hoy. Campaña de Semana Santa contra la tortura, en la que invitan a los cristianos a reconocer cómo se vulnera hoy en día la dignidad del prójimo en la propia comunidad y en el mundo, así como a reflexionar acerca del escándalo de la tortura a la luz de su fe, a orar con un espíritu plural y ecuménico por los torturados, y a promover acciones significativas y eficaces contra este mal.
A la campaña mundial, la tercera que contra este escándalo convoca Amnistía Internacional, ya se había unido desde una perspectiva cristiana y ecuménica la Federación Internacional de la Acción de los Cristianos para la Abolición de la Tortura, un movimiento importante con presencia en 30 países del mundo.
En la presentación del folleto, que lleva como título Los cristianos toman postura, se recoge el mensaje con el que monseñor François Nguyen Van Thuan, presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz de la Iglesia Católica, apoyó la campaña el 10 de diciembre del año pasado. En éste se recuerdan las palabras que Juan Pablo II dirigió en 1982 al Comité Internacional de la Cruz Roja en Ginebra y que a su vez inspiran la publicación del folleto en estas fechas: "Por lo que respecta a la tortura, el cristiano está confrontado desde su infancia por el relato de la pasión de Cristo. La memoria de Jesús desnudo, golpeado, convertido en escarnio, inclusive en los sufrimientos de su agonía, debería hacerle rechazar siempre un trato análogo, aplicado a cualquiera de sus hermanos en humanidad. Espontáneamente el discípulo de Cristo rechaza todo recurso a tales medios que con nada sabría justificar, y en el que la dignidad humana se envilece, tanto en aquél que es torturado, como en quien es su verdugo".
En el folleto se incluye también un documento desprendible, inspirado en el método de la Exhortación Apostólica Postsinodal sobre La Iglesia en América, de Juan Pablo II (22 de enero de 1999), en el que de manera muy pertinente se reflexiona sobre la tortura y la violencia estructural en México. Al hablar, por ejemplo, de la impunidad, amparada en nuestra organización económica, se afirma que "como sociedad no podemos imponer modelos excluyentes ni mayores exigencias a quienes han sacrificado incluso lo necesario, mientras otros no renuncian ni siquiera a lo superfluo".
"Urge una economía sensible --añade--, capaz de escuchar el dolor y el mensaje de los pobres, que respete los derechos sociales y económicos, la dignidad del trabajo y la seguridad del trabajador". Cuando se refiere al odio entre hermanos como causa del desprecio a la dignidad y de la intolerancia a la libertad de pensar, se afirma que "los pueblos indios han tenido el coraje de denunciar esta discriminación sistemática (amparada en leyes y formas de organización económica, social y política), y hoy nos dan la oportunidad de empezar a construir un país realmente distinto: incluyente y abierto a las diferencias". Y contra la intolerancia a la libertad de pensar, se dice oportunamente: "urge que la educación a todos los niveles se acompañe de una ética ciudadana, orientada al desarrollo integral y a la justicia social, a fin de evitar nuevas formas de discriminación, y de que la verdad no se imponga nunca sino por la fuerza de la misma verdad".
Y al hablar, por fin, de la justicia y de la paz, de la reconciliación y la solidaridad como factores indispensables para la abolición de la tortura y la violencia en el país, se dice con realismo: "la paz en Chiapas no es sólo una meta, sino el punto de partida de una sociedad y una ciudadanía responsables, que se asumen sujetos de su propia vida y destino, y no están dispuestas a vivir ajenas a lo que ocurre en la comunidad, ni indiferentes al modo en que ella trata a los más débiles, los marginados y los excluidos".