viernes Ť 13 Ť abril Ť 2001

José Agustín Ortiz Pinchetti

El cristianismo aún tiene su oportunidad

Al comenzar el milenio y el siglo muchos dudan de la capacidad de un renacimiento del cristianismo en México. Hasta hoy no he leído ningún ensayo que explore la posibilidad de que esta doctrina influya en el mundo real de los hombres concretos, es decir, más allá de la religión; es decir, en la cultura, la política, la conducción económica. El mundo terrenal es aquél en que las filosofías inventadas por los hombres demuestran su poder espiritual transformando la realidad para el bien del ser humano.

Una exploración superficial confirmaría cierto pesimismo. A pesar de que la tradición anticlerical mexicana se ha reducido casi a su extinción y de que las concesiones políticas a la jerarquía católica han sido más numerosas que en la época de don Porfirio Díaz, y que incluso un grupo de personajes que reconocen públicamente su fe católica han llegado a la cúspide del poder, muy pocos se atreverían a pensar que esos hechos conducirían a un florecimiento de la cultura católica.

Probablemente esto se deba a que en una época de decadencia en que la usura, la rapiña, la explotación de una oligarquía irresponsable sobre la mayoría de la población, ni la jerarquía católica ni tampoco la corriente principal de los católicos han dado una respuesta lo suficientemente firme y crítica ni han propuesto acciones efectivas para combatir estas circunstancias violentamente anticristianas. Los dignatarios eclesiales no participaron en la lucha por la democracia ni en la defensa de los derechos humanos, como sí sucedió en muchos otros países.

No me escapa que pequeños grupos de católicos, misioneros, catequistas, hombres de conciencia están trabajando intensamente a favor de la comunidad. Pero estos grupos no son simpáticos a la jerarquía por razones estrictamente políticas. Cabe decir que hasta hoy los dignatarios de la Iglesia no han condenado en forma específica a nadie por los actos concretos de corrupción, abuso de poder, explotación de trabajadores o de deudores, etcétera. Aunque sí, por supuesto, han hecho tronantes condenas desde los púlpitos que por no denunciar a nadie no producen el menor efecto.

En realidad para el mundo moderno la respuesta de la Iglesia frente a problemas agudos que conmueven a la clase media, y en particular a los jóvenes, es tremendamente rígida y dogmática obsesiva en el tema sexual; sin embargo, no hay ninguna propuesta inteligente respecto de la revolución sexual, el divorcio, el aborto por causas graves, el celibato de los sacerdotes. La actitud de la Iglesia es de una increíble misoginia. Es la única institución en donde las mujeres no pueden hacer carrera ni ocupar puestos de mando.

Otra razón para desconfiar de un resurgimiento católico es que la ética que acepta la gente de hoy, es la que propone al hombre vivir bien aquí y ahora, mientras que la moral católica se despreocupa por la vida terrena y pone el énfasis en una vida futura excesivamente imprecisa y, por lo tanto, poco atractiva. Como si fuera poco, el catolicismo corriente exacerba una conciencia culpígena que es rechazada por el sentido común y por el hedonismo predominante.

No obstante, quizás el cristianismo podría tener una oportunidad en México. Quizás no la tenga el catolicismo corriente, pero sí el cristianismo esencial. Es decir, la propuesta evangélica de humanizar a la sociedad y a la religión a partir de las enseñanzas de Cristo. En el mundo de hoy se ha desplomado el pensamiento utópico, ninguna filosofía de redención social atrae el corazón y la mente de los jóvenes y de los pensadores. El cristianismo tiene, como hace 2000 años, dos características muy poderosas: su capacidad provocadora y crítica frente a un mundo brutalmente cruel e inhumano. En esto rompe con la casuística moral y con la ley y predica "una nueva libertad basada en un amor sin fronteras", para utilizar la expresión de Hans Kung.

Además el cristianismo tiene una respuesta mucho más efectiva que cualquier teoría revolucionaria o que cualquier otro precepto milenarista; podría leerse como "una alegre noticia de tiempos mejores para los pobres y para los oprimidos". El cristianismo esencial no es una teoría teológica, sino una propuesta para una vida mejor, cuya dimensión fundamental establece en lo social el reclamo de igualdad y la fraternidad de los hombres.

No puede sorprendernos que todas las teorías progresistas de todas las épocas tengan como fuente, o al menos como influencia fundamental, el judeocristianismo. Quizás la oferta de un mundo futuro maravilloso ya no sea muy atractiva para millones que demandan trabajo, educación, oportunidades, bienestar en esta vida. Pero el cristianismo tiene como propuesta central la construcción del reino de Dios aquí. Y no se ve en el horizonte ninguna otra teoría que pudiera rivalizar con él en estos momentos.