Ť José Cueli
Rafael, poeta
Brasa viva
pájaro que ardiendo vuela
lumbre que embiste y esquiva
como un toro de candela
libre y a la vez cautivo...
Arrebol,
revolera de revoleras
o un moreno girasol
farol entre los faroles.
Rafael Alberti, el poeta torero, arriba, muy arriba se cierne sobre el mar erizándolo con vuelo soberano al soplo de los vientos. ¡Aire que lleva el aire! ¡Aire que al aire le lleva! Capote espuma de mar abierto púrpura, huellas perdidas en el redondel, átomos de agua azul verde eternos, fiesta de cabalgar en versos empastelados de rojos y amarillos, emoción sentida del vivir.
Rafael Alberti toreaba de capote, como los grandes: El Gallo, Ordóñez, Romero, o de Paula; Gaona o Calesero. Los que escribieron en papel de seda, cargado de vapor sutil, líneas que no se sabe de dónde salen, tiempo detenido, atravesado voluptuosamente en música. Mar abierto en ondas, olas verónicas, huellas de siglos. El capote erizado en el mar, se estiraba como alfombra y se perdía en el azul del cielo y el azul del mar en el horizonte y nacía después en la sombra de la media verónica, cargando la suerte. Rafael Alberti, de la raza de los faraones flamencos y los antiguos poetas tziganos, como su farol entre los faroles en la tarde sevillana de abril. Chispas de luz, belleza convertida en verso al alcance de todos. Verónicas bien marcadas, hechas donaire y armonía que se alejan como el sol por el espacio y dejan una ansia inalcanzable de infinito.