MAR DE HISTORIAS
Una vez Dios
Ť Cristina Pacheco Ť
--Mario, ¿qué le pasa?
--Nada, Sonia. ¿Por qué?
--No ha comido y ya es bien tarde. Van a dar las seis?. Sonia mira la ración de comida intacta. ?¿No le gustó la mojarra? Si quiere otra cosa...
--Gracias. No tengo hambre. Mejor sírvame un café.
La mesera vuelve al fogón. Mario aleja el plato y extiende el periódico sobre la mesa. Vuelve a leer. "A las 11:35 de la mañana un hombre de aproximadamente sesenta años decidió salir por la puerta falsa arrojándose a las vías del Metro. El trágico suceso motivó que el servicio en la línea tres quedara suspendido por más de media hora. Las protestas de los usuarios no se hicieron esperar. Testigos oculares afirman...".
--Pinche gente ?musita Mario. Concentra su atención en la fotografía que ilustra la noticia. De la sábana clara salpicada de manchas oscuras sobresalen los pies del suicida. Muy cerca de la veladora que alguien puso junto al cadáver se ve un bastón corriente.
--¿Otro muertito? Este año ya van muchos?. Sonia lee el periódico por sobre el hombro de su cliente. ?Siempre que me entero de casos como ése me pregunto por qué las personas harán algo así. ¿No tendrán temor de Dios?
Mario no responde. Resentida, Sonia deja el frasco de café soluble en la mesa. Con un tono menos lúgubre pregunta si ya puede retirar la mojarra o si se la envuelve para que se la lleve.
Mario no oculta su impaciencia: ?Lo que sea.
--Es suya. De todos modos la va a pagar?. Satisfecha de su pequeña venganza, Sonia recupera su tono cordial: ?Ahorita le traigo el agua para su café. ¿Quiere que de una vez le prepare su cuenta?
--¿A poco ya va a cerrar?? Mario enciende un cigarro y mira de reojo el periódico: ?Pinche gente.
Sonia cree que las palabras de Mario van dirigidas a ella:
--Pero no se enoje. ¿Qué no ve que pasan de las seis?
--Se me fue el avión?. Mario dobla el periódico y saca su cartera: ?Entonces ya no me traiga el agua, sólo la cuenta.
Dos minutos después Sonia reaparece con la nota:
--¿Seguro que no quiere su café? Mientras termino de limpiar las mesas puede tomárselo?. Ve a Mario sonreírle: ?Perdone que lo haya carrereado, pero es que necesito llegar pronto a mi casa. Hay ensayo general para el Viernes Santo. Y déjeme que le presuma: mi hermano va a hacer el papel de Jesús.
--La felicito ?dice Mario sin énfasis?, ¿hasta dónde va?
--Arriba, a la Asunción.
--Si quiere, la llevo; nomás me espera que vaya por mi camioneta. La dejé en el mercado. No me tardo.
--Bueno, mientras desconecto la luz porque los cables están pelones y tengo miedo de que vaya a pasar algo en la noche.
Mario regresa a la fonda en el momento en que Sonia baja la cortina metálica. Antes de abordar la camioneta lee la inscripción en la portezuela: "Mario Barrera. Mudanzas".
II
Sonia mira detenidamente el interior de la camioneta, buscando algo que la justifique para romper el silencio. Suspira con alivio al descubrir el hueco en el tablero:
--¿No tiene radio?
--Quiero ponérselo. Me hace falta. Sobre todo para cuando me salen viajecitos lejos. De día se aburre uno manejando y de noche es peligroso ir callado?. Mario se da cuenta de que Sonia no comprende: ?Si le agarra el cansancio puede quedarse dormido y es fácil tener un accidente...
--Ni Dios lo mande. ¿Se imagina...?? Sonia adivina la sonrisa de Mario y se vuelve a la ventanilla. En un puesto ve exhibido el periódico con la foto del suicida. ?¿Le digo una cosa y no se enoja?
--¿Por qué tendría que enojarme?
--A lo mejor piensa que me estoy metiendo en sus cosas?. Con el rabillo del ojo ausculta la reacción de Mario: ?Hace poco que va a la fonda pero algo lo conozco y hoy lo vi más preocupado que otras veces.
--¿En qué me lo notó?
--Uh...? Sonia se inclina y mira la bolsa que lleva junto:
--Le envolví su mojarra. Ni siquiera la probó y es raro porque usté...
--Quiere decirme que soy muy tragón?? Sin darse cuenta, Mario pone un toque de coquetería en sus palabras.
--Que conste que eso lo está diciendo usté?. Sonia celebra que la oscuridad oculte su sonrojo.
Mario disminuye la velocidad y según se lo permiten otros conductores, se orilla. Cuando se estaciona gira hacia Sonia:
--Desde en la mañana que abrí el periódico, me quedé con un pendiente?. Ve el hombro de Sonia y siente el deseo de acariciarlo, pero lo reprime. Enciende el motor. ?Luego le cuento. Usté ahorita tiene prisa.
--No tanta ?señala Sonia con precipitación. ?Además, si me hubiera regresado en la combi tardaría más en llegar a mi casa. Cuénteme.
Como si hubiera estado esperando la palabra para desahogarse, Mario responde:
--La foto que le enseñé. Se me hace que ese señor, el difunto, habló conmigo antes de tirarse al Metro.
--¿Se le hace...?? Sonia enfatiza la última palabra.
--En la mañana temprano, me lo encontré en la esquina de Océano y la avenida Catorce. Allí siempre se hacen unos congestionamientos de la patada. Estaba esperando el momento de atravesarme cuando me fijé en el señor. Como vi sus lentes negros y su bastón comprendí que era ciego. Me ofrecí para ayudarlo a cruzar la calle.
--¿Sería el mismo de la foto?
Mario se vuelve al asiento trasero, toma el periódico y enciende la luz interior.
--Sí. Lo reconocí por los zapatos?. Mario señala un detalle de la fotografía: ?¿Ve que no son iguales? Uno es tenis. Cuando lo ayudé a atravesar la calle eso me llamó la atención y hasta pensé que el ciego estaba loquito. Pero luego, cuando nos pusimos a platicar, me di cuenta de que no.
--¿Entonces platicaron? ?pregunta Sonia, como si le costara trabajo creerlo.
--Le pregunté adónde iba. Me dijo que a la estación del Metro. Está a dos cuadras antes del taller adonde iba por mi camioneta, así que me ofrecí para encaminarlo hasta allá. Se quedó callado. Pensé que desconfiaba y le hice conversación: "Van a dar las once y ya está fuerte el calor". No entendí lo que me respondió: "Y llevando la cruz, es más pesado todavía". Se paró en seco. Me detuve también. Me acercó la cara y vi que le temblaba la barbilla, como si fuera a llorar. ¿Y sabe qué me dijo?: "Yo fui Jesús en los tiempos en que la cruz pesaba casi cien kilos. La aguanté los trece kilómetros. Salí en todos los periódicos, en todos. Entonces todavía no se usaba la televisión, porque si no...".
Sonia lo interrumpe para decirle que a su hermano le han hecho varios reportajes en la televisión "con su corona y todo".
Mario no presta atención al comentario. Sigue osesionado con el recuerdo del ciego:
--Sentí curiosidad y le pregunté cuántas veces había hecho el papel de Jesús. Me respondió temblando: "Nada más se puede ser Dios una vez". Quise saber si no le habían ofrecido encarnar otro personaje. "Sí: el de Judas, pero no lo quise".
--Es un papel de los más importantes ?afirma Sonia.
--Eso le dije y se disgustó: "No tiene chiste. En este mundo cualquiera puede ser Judas, en cambio Dios..." Allí se soltó de mi brazo y entró en la estación?. Mario observa la foto: ?Pobre viejo. Al menos salió otra vez en el periódico.