domingo Ť 8 Ť abril Ť 2001
Néstor de Buen
Fiscal: šqué fea palabra!
Cuando yo era chico... (šbueno!, alguna vez lo he sido) la palabra "fiscal" tenía siempre un significado antipático. En aquellos tiempos, inclusive antes de la Guerra Civil española, el fiscal era un individuo, perverso de origen, que se encargaba en los juicios (yo me enteraba por las novelas que desde entonces leía o por alguna película) de fastidiar al abogado defensor que siempre tenía razón.
No estoy seguro si en las películas de dibujos animados o en las historietas de entonces el fiscal (tal vez, versión Walt Disney) se representaba por un señor con chistera y una especie de frac que molestaba a todos, inclusive al señor juez.
Pasados los años, y con los años muchas cosas, lo fiscal cambió de aires. Ya no servía para identificar al acusador en los procesos penales, que en México se convertiría en Ministerio Público (Ƒhay ministerios privados?), expresión que tampoco he entendido nunca, y que por lo mismo, nunca me ha hecho gracia. Pero lo fiscal, ya no el fiscal, asumió una forma tenebrosa: la exigencia económica del Estado, ansioso de contar con fondos, capaz de contratar a una Lolita, que obliga a pagar aun cuando no debas, por temor a que diga que sí debes. Y la tele como mensajera ominosa.
Es evidente que en nuestra sociedad los impuestos que tienen cierto sabor técnico son combatidos cada año por los expertos fiscales con el mismo entusiasmo con que cada año se expide la miscelánea fiscal (šcon lo bonito que era antes pensar en las misceláneas, tiendas de barrio para todas las necesidades!). El fisco afila sus instrumentos y los contadores públicos, auxiliados por los abogados fiscalistas, hacen su agosto en marzo y abril preparando las defensas frente a las nuevas agresiones económicas. Pero con el IVA, las cosas no son tan sencillas.
Pasada la euforia tensa de la caravana zapatista, el tema fiscal se ha convertido en la noticia del día, y de muchos días. Vicente Fox, con su claridad acostumbrada, acusa de mentirosos a quienes dicen que la reforma grava a los pobres. Y las respuestas no le han faltado, alguna tan ilustre como la que publicó en esta casa el admirable Carlos Fuentes. Pero inclusive Ricardo García Cervantes, presidente del Congreso en representación del PAN, le ha dicho a Fox que respete a los que no opinan como él.
A mí, como a todos, me preocupan los cuatro puntos cardinales del IVA propuesto: medicinas, alimentos, colegiaturas y libros. Hoy un amigo cordial me explicaba que en las colegiaturas debe cobrarse el IVA porque no afectará a los pobres. Y no le faltaba razón. Quien paga colegiaturas puede pagar muchas cosas. Y los que no pueden pagar muchas cosas, ni siquiera unas pocas, son los que hacen colas matutinas para inscribir a sus chavos en las escuelas públicas. šPerdón! Me equivoqué: las que hacen colas matutinas son las mujeres, y no los hombres, por regla general.
El problema queda en tres conceptos. Y no puede desconocerse que el pago en efectivo a las familias más pobres de alrededor de 105 pesos mensuales, que servirán como compensación por el gasto mayor, según ha dicho la Sedeso hace unos días en Canal 40, es un factor que no puede olvidarse. Citaba más de 5 millones de familias y alrededor de 27 millones de personas que recibirán esa ayuda, me parece que a partir de septiembre con cierta retroactividad.
Hay que pensar, sin embargo, en que los precios de las medicinas, con o sin etiqueta, no permiten despertar demasiados optimismos. Pero la propuesta, si es factible, y parece que lo es, no puede dejar de ser considerada.
Quedan los libros. Y ese es, sin la menor duda, un punto flaco. Porque un país que casi no lee, ahora va a leer mucho menos. Quince por ciento es un porcentaje notable, y si se le agrega, por poner un ejemplo, a los precios muy respetables de los libros de texto el IVA (con el precio de venta de un libro mío, de los grandecitos, se paga más que el costo de toda la carrera en la UNAM, salvo exámenes profesionales), el resultado va a ser catastrófico.
Claro está que en la UNAM hay la práctica, muy antipática para los autores, de la toma de copias fotostáticas, de tal manera que las ediciones limitadas se convierten en multiediciones gracias a las copiadoras. Aunque, a fin de cuentas, salgan bastante más caras que comprar el libro. Pero el hecho cierto es que las ediciones de libros de texto, ahora, no se comparan numéricamente con las abundantes ediciones que se hacen, por ejemplo, en España. Ni en muchos otros países.
Lo del libro tiene, además, el efecto diabólico de que los voceros en contra son los intelectuales más distinguidos del país, con capacidad de convocatoria, atracción social (sobre todo los novelistas e historiadores) y una aureola de razón permanente. No son enemigos fáciles de vencer.
No faltan rumores, sin embargo, de que el problema no es tanto de gasto público como de pago de deuda externa. Un amigo chileno, muy estimable, me decía hace unos días que este problema se repite en todo el ámbito de América Latina donde los personajes siniestros de la banca internacional fijan, soberanías aparte, las reglas del juego. De tal manera que, al menos, queda la duda de si lo que determina estos aumentos no son sino nuestros queridos y persistentes acreedores de afuerita.
Es cierto que Vicente Fox, en su campaña, pareció rechazar la idea de aumentar los impuestos. Sin embargo la perspectiva de un montañista es muy diferente cuando va iniciando el ascenso que cuando llega a la cumbre. Y esa pudiera ser la razón. ƑPor qué no se baja Fox un poquito?