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México, D.F. sábado 7 de abril de 2001
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Editorial
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¡AL LADRON! ¡AL LADRON!

SOLEs ya un hecho común que en toda reunión internacional económica importante, los medios de información concentren particularmente su atención en los aspectos sin duda espectaculares y más o menos folclóricos de las protestas populares contra dichos eventos. Es evidente que las fotografías de las cargas policiales, de los enfrentamientos violentos o las resistencias pacíficas, de los agredidos con tortas de crema o huevos podridos o las notas "de color" sobre los incidentes en las afueras de los palacios donde se reúnen los poderosos, dan más fácilmente la vuelta al mundo que las que reflejan, en un ambiente acolchado, las figuras pesadas y no muy estéticas de hombres de media edad cargados de kilos y de responsabilidades. Un grupo de banqueros o de expertos en finanzas no es particularmente excitante.

En el tratamiento periodístico de este tipo de reuniones hay cierta dosis de amarillismo y una búsqueda de la competitividad a cualquier costo aunque, al mismo tiempo, la cobertura cada vez más amplia de las protestas refleje también, por supuesto, el aumento y la importancia de las mismas.

Sin embargo, a riesgo de parecer excesivamente suspicaces --y basándonos en el dicho de que "cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía"-- nos parece necesario observar que existe la posibilidad de que la opacidad de la información sobre lo que se discute en los salones donde se trata de decidir el destino de la mayoría de la especie humana y, en cambio, el amplio espacio que recibe en los medios de comunicación la protesta pueda ser el resultado de una maniobra calculada de quienes estudian cómo facilitar la aprobación de medidas que saben impopulares. 

En una palabra, podríamos estar ante una maniobra parecida a los gritos de ¡al ladrón!, ¡al ladrón! que profieren los cacos señalando para otro lado para distraer al gentío cuando se van con el botín. La atención sobre los "globalifóbicos" y sus reacciones sin duda aumenta la audiencia (y quizás el prestigio) de quienes protestan así como la impopularidad del blanco de sus críticas. 

Pero ese sería un mal menor, ya que los expertos saben de antemano que las resoluciones que están pergeñando no serán del agrado de las mayorías, a las que afectan duramente. En cambio, el espacio concedido en las pantallas de los medios a los adversarios de las reuniones de financieros no sólo da cierto lustre democrático a los medios que son propiedad de esos mismos financieros, sino que también permite concentrar la atención pública sobre los choques callejeros mientras pasa en silencio y entre bambalinas lo que se está aprobando en los salones y la gente común permanece, en el fondo, desinformada, desarmada y termina por encontrarse ante hechos consumados.

Sería, por consiguiente, buena cosa prestar atención al fenómeno social de las protestas contra el neoliberalismo, pero sobre todo darle aún mayor atención a las medidas concretas y a las ideas precisas mediante las cuales el establishment neoliberal --que está perdiendo el apoyo de la opinión pública y de los medios académicos-- intenta ajustar y reciclar sus políticas. Si el Area de Libre Comercio Americana (ALCA) está enfrentando ahora una oposición inicial que no tuvo en su momento su modelo, el Tratado de Libre Comercio norteamericano, habría que deducir también que los promotores del proyecto han tenido en cuenta las críticas al TLCAN y la experiencia resultante del esfuerzo por imponerlo.
 

 

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