SABADO Ť 7 Ť ABRIL Ť 2001
Edward W. Said
Otro frente en la lucha palestina
En tanto la Intifada no sea percibida en Occidente como un levantamiento civil contra la opresión colonialista, los palestinos no tienen oportunidad alguna de lograr igualdad y justicia.
Durante las últimas semanas, el gobierno israelí ha implantado vigorosamente políticas en dos frentes: uno en el territorio y otro en el extranjero. El primero es típico de Sharon, o para el caso, típico del ejército israelí. La idea es golpear a los palestinos en todas las formas posibles, haciéndoles la vida tan insoportable, enclaustrada y estrangulada que les parezca intolerable vivir un minuto más así. La razón, como lo ha estudiado el académico palestino Nur Masalha en tres libros importantes, es que el sionismo siempre ha querido más tierra y menos árabes. Desde Ben Gurion hasta Rabin, Begin, Shamir, Netanyahu, Barak y ahora Sharon, existe una continuidad ideológica según la cual el pueblo palestino es visto como una ausencia deseada por la cual se ha de luchar.
Esto es tan obvio, y al mismo tiempo, se pretende ocultar tan cuidadosamente de la vista del público internacional (e incluso regional) que vale la pena hacer algunas observaciones adicionales. La idea central es que los judíos tienen todos los derechos sobre la "tierra de Israel" y todos los no judíos no gozan de derecho alguno. Tan simple como eso, y así de unánime en lo ideológico. Ningún líder israelí o partido político ha considerado al pueblo palestino como nación, ni siquiera como minoría nacional (tras la limpieza étnica de 1948).
El sionismo considera a los palestinos menores o inferiores en cultura, historia e incluso como seres humanos. Incluso Shimon Peres, quien en ocasiones parece hablar un lenguaje más humano, no ha logrado considerar a los palestinos dignos de igualdad. Los judíos deben seguir siendo mayoría, ser propietarios de la tierra, definir las leyes que rigen a judíos y a no judíos por igual, así como garantizar la inmigración y la repatriación únicamente sólo a los judíos.
Pese a que prevalece todo tipo de inconsistencias y contradicciones (por ejemplo que debe existir democracia, como se le llama, para un pueblo y no para el otro en un Estado "democrático"), Israel insiste en preservar sus políticas etnocéntricas, excluyentes e intolerantes.
Ningún otro Estado de la tierra habría podido mantener un régimen tan flagrantemente discriminatorio contra un pueblo nativo, así fuera sólo en términos religiosos y étnicos. Una política que prohíbe al pueblo nativo tener y conservar tierras y existir libre de represión militar, pese a lo cual mantiene un sorprendente prestigio internacional como país liberal, admirable y avanzado.
Esto me lleva al segundo frente de la política israelí, que debe analizarse a través de una doble lente. Aun cuando las localidades palestinas están sitiadas mediante técnicas medievales con zanjas y bloqueos militares totales, se crea la ilusión de que la víctima sitiada es peligrosa, pues ejerce una violencia exterminadora. Los soldados israelíes (llamados "fuerzas de defensa") bombardean los hogares palestinos con helicópteros artillados, misiles de alta tecnología y tanques. Los soldados isralíes matan 400 civiles, provocan 12 mil víctimas, destruyen la vida económica llevando al nivel de pobreza a 50 por ciento de la población e incrementan el desempleo en 45 por ciento. Los bulldozers israelíes arrasan 44 mil árboles palestinos, cientos de viviendes y crean barricadas que vuelven imposible cualquier movimiento, en tanto los urbanistas de Israel planean construir más asentamientos y vías de acceso a ellos.
Todo esto ocurre al tiempo que Israel conserva la imagen de pueblo pobre, indefenso y sujeto a una amenaza terrible. ƑCómo? Mediante una campaña de relaciones públicas concertada a escala internacional, que cuenta en particular con la ayuda de Estados Unidos, que es tan cínica como efectiva.
Tan sólo hace unas semanas, Sharon, Peres y Abraham Burg -el vocero del parlamento israelí, Knesset- estuvieron en Estados Unidos para consolidar la imagen de quien lucha con afán justiciero contra la violencia terrorista. Los tres personajes se movieron de un círculo de influencia pública a otro, logrando a cada minuto apoyo y solidaridad hacia las políticas israelíes. Además, los medios anunciaron que el gobierno israelí contrató dos empresas de relaciones públicas para seguir promoviendo sus políticas mediante publicidad, cabildos y nexos con el gobierno.
Las noticias sobre la Intifada palestina han desaparecido poco a poco de los medios de prensa. Después de todo, cuánto tiempo podría retener este tema el interés de reporteros a quienes se castiga por la más mínima desviación de la línea editorial pro israelí, y si todo indica que la "violencia" no está dirigida contra una injusticia perpetua -como la ocupación militar y el castigo colectivo-, ni a una política particular, como es la insistente negativa de Israel de reconocer alguna razón a los reclamos palestinos. También existe el problema de que los periodistas no tienen una gran nota -como sería un punto de vista palestino de la situación-, y finalmente, durante años Israel no ha sido acusado por su violación masiva a los derechos de la población palestina.
La comisión investigadora encabezada por el ex senador George Mitchell, al igual que los expertos en derechos humanos bajo el mando de Mary Robinson, son un grupo comprometido en el que figuran personas como el profesor Richard Falk, de la Universidad Princeton, sin duda llegarán a conclusiones similares. He leído el reporte de Robinson, que condena ínequívocamente la crueldad de Israel y su uso desproporcionado de la respuesta militar a lo que de hecho es una rebelión civil contra el colonialismo. Pero puede uno estar seguro de que muy pocas personas se enterarán o se verán influidas por estos excelentes informes. La maquinaria de relaciones públicas de Israel, en especial en Estados Unidos, se asegurará de ello.
Estas campañas propagandísticas son mucho más efectivas en Estados Unidos que en Reino Unido. Por ejemplo, Robert Frisk, el excelente corresponsal en Medio Oriente del diario británico The Independent, se ha quejado ya de ataques contra él y su periódico por parte del lobby israelí en Gran Bretaña, pero continúa escribiendo con valentía. Y cuando el magnate de los medios canadienses, Conrad Black, trató de frenar y censurar las críticas a Israel en rotativos como el Daily Telegraph y el Spectator, ambos de su propiedad, un coro de protestas emergió de sus propios empleados y de otros, como Ian Gilmour, quienes le respondieron desde sus propios medios de prensa.
Esto no ocurriría en Estados Unidos, donde los principales periódicos y empresas de comunicación simplemente no permiten ningún comentario editorial pro palestino. El diario The New York Times publicó sólo dos o tres columnas en este sentido, contra docenas de comentarios "neutrales" o abiertamente pro israelíes. El mismo patrón rige en todos los diarios estadunidenses influyentes, por lo que el lector promedio se ve inundado de docenas sobre docenas de artículos relativos a la "violencia" palestina, en la que ésta aparece como igual, o incluso más grave, que los ataques israelíes con helicópteros, tanques y misiles. Por desgracia, una muerte israelí parece valer lo mismo que muchas palestinas, aunadas al sufrimiento y humillaciones diarias. En los medios, los palestinos no parecen más humanos que las cucarachas o los terroristas, con los que a menudo son comparados.
El hecho fundamental del asunto es que la Intifada palestina está desprotegida y no tendrá efecto alguno mientras no se le presente en Occidente como una lucha de liberación. Estados Unidos es el principal donante de Israel, al que aporta 5 mil millones de dólares cada año, y si algo han entendido los israelíes desde hace tiempo es el valor directo de su propaganda, que les permite hacer cualquier cosa en todos los ámbitos y aun así conservar la imagen de la justicia serena y el derecho inapelable.
Como pueblo, los palestinos deben seguir el ejemplo del movimiento sudafricano contra el Apartheid, que ganó legitimidad en Europa y en particular en Estados Unidos, para así deslegitimar al régimen segregacionista. Todo principio del colonialismo de Israel debe ser desacreditado de igual manera, si se quiere lograr algún progreso en los derechos de los palestinos a la autodeterminación .
Esta tarea no se puede posponer más tiempo. En 1982, cuando las tropas de Sharon sitiaron Beirut, un grupo importante de empresarios e intelectuales palestinos se reunió en Londres con la idea de aliviar el sufrimiento de sus compatriotas pero también de llevar a cabo una campaña informativa en Estados Unidos: la resistencia palestina en la región y la imagen de los palestinos en el exterior eran dos frentes de la misma lucha. Pero con el tiempo, el segundo esfuerzo se abandonó por razones que no alcanzo a comprender.
No se necesita ser Aristóteles para relacionar la estructura propagandística que transforma a los palestinos en horrendos fanáticos terroristas con la misma facilidad con que Israel, al mismo tiempo, perpetra a diario terribles crímenes de guerra y conserva su imagen de pequeño Estado valeroso que lucha contra el exterminio, con apoyo incondicional de Estados Unidos y financiamiento del contribuyente estadunidense, que permanece por completo ajeno a la realidad.
Esta situación es intolerable, y en tanto la lucha palestina no se enfoque a mostrarse como un movimiento que trata de sobrevivir con valentía contra el colonialismo israelí, no tenemos oportunidad alguna de obtener derechos como pueblo. Cada piedra que sustente simbólicamente el apoyo a la igualdad y la justicia debe ser interpretada como tal, y no permitir que se le represente como violencia o rechazo ciego a la paz. La información que emane de Palestina debe cambiar esa estructura y adjudicarse ese cambio de inmediato. Tal enfoque debe convertirse en un objetivo unificado y colectivo.
En un mundo globalizado, en el que la política y la información son prácticamente equivalentes, los palestinos ya no pueden darse el lujo de evitar una labor que, por lo visto, sus líderes son simplemente incapaces de comprender. Esto debe hacerse si en verdad creemos que las pérdidas humanas y materiales deben cesar y si la liberación contra el estado de perpetuo sojuzgamiento a Israel es la meta final. La ironía es que la verdad y la justicia están del lado palestino, pero mientras los mismos palestinos no lo hagan evidente ante el mundo en general, ante sí mismos, y ante los israelíes y estadunidenses en particular, ni la verdad ni la justicia triunfarán.
Para un pueblo que ya ha soportado un siglo de injusticia, una política de información efectiva debe ser posible. Lo que se necesita es una voluntad de victoria, redirigida y reenfocada hacia la victoria sobre la ocupación militar y el despojo motivado por razones étnicas y religiosas.
Traducción: Gabriela Fonseca