viernes Ť 6 Ť abril Ť 2001

Jaime Martínez Veloz

Prosa y movimiento social

Marcos es jefe militar y redactor del EZLN. El organigrama de esta organización no deja de sorprender. Se creía que todo era una pose, y de ahí los calificativos desgañitados: es un mesiánico, un adulador, un encantador de ingenuos, un oscuro delincuente que representa los intereses aviesos de la revuelta internacional globalifóbica, un chilango metido a guerrillero, un desorientado urbano que encontró en la selva tributarios para su ego, un transeúnte metido a iluminado, un manipulador que dio fusiles de palo a los pobres indígenas y los mandó a una muerte segura. Un engolosinado con su propia palabrería, una especie de hijo de Monsiváis, que en la imaginación sólo pudo ocurrírsele al propio cronista que después se metió también a subcomandante, un... (agregue usted lo que le parezca).

Lo cierto es que Marcos superó cualquier expectativa y ante su arte estratégico sucumbieron el más atento analista, el más devoto profetizador, el historiador más plutárquico, el intelectual más pertrechado en lo que se refiere a cuentas bancarias y el intelectual más magnánimo y habitante de las salas de concierto en Londres.

Marcos forzó con su estrategia y acción militar, con sus palabras en comunicados y en oratoria cósmica (el acontecimiento pluvial en Hidalgo quedará en los anales de la teoría sinérgica y en los registros de la física cuántica) a que todos en su interior y exterior se definieran.

Todos saldrían ganando, anunció Marcos, cuando sólo él y los comandantes sabían que no iría al Congreso de la Unión. Nadie se lo imaginaba, fue una carcajada de Dios la ausencia de Marcos en la tribuna... Pero ya ven que no es así, él sólo cumplió su misión de traer a la tribuna a una mujer, indígena y zapatista.

El EZLN ha dejado dos momentos importantes a México: un primero de enero de 1994, cuando se levantó en armas, y este 28 de marzo de 2001, cuando situó al Congreso de la Unión como la nueva fuerza, esperanza de los mexicanos, sobre todo de los pobres, los sin voz y sin rostro, y con Esther enmascarada en la tribuna habló el EZLN.

Palabra desnuda que se sabe colectiva, que en su singularidad es un libro pintado mexica, un telar tzotzil, un glifo maya. Ese discurso de Esther fue el momento de la gran síntesis: lenguaje y movimiento nacional.

Todos los grandes dirigentes de pueblos han creado un lenguaje y el lenguaje de Marcos es el acontecimiento más importante de la historia reciente de México.

El lenguaje foxista se salvó de panzazo, y ahora es un lenguaje presidencial autónomo y vulnerable, pues resulta que Fox, quien ganó con el PAN, debe el valor de su palabra al lenguaje de Marcos, que fue validado por dos partidos opositores: PRD y PRI.

Una voltereta en la realidad política mexicana que ha de mantener a todos los pensadores y analistas universales, ya no se diga nacionales, de horcajadas ante la información que se emite desde nuestro país.

Nació un lenguaje universal con la palabra de Marcos, que no es una palabra nueva, ya que, como la de Gandhi, dice "viejas verdades con luz nueva". Palabras fusionadas con la tradición en este caso, con los lenguajes originales en los que Marcos está compenetrado como sutil lector de los cantares nahuas y escucha de la palabra de los viejos indígenas, entre los que don Antonio es su maestro.

El universo singular, íntimo, personal, privado, solitario, absoluto, innombrable... del lenguaje es un punto de convención individual, familiar, comunitario, regional, estatal, nacional, centroamericano, mexoamericano, latinoamericano, mundial, planetario. Sí, sabemos, es el Intemet y la comunicación por satélite... pero es más: es la unidad de conciencia que está surgiendo en la tierra.

La era global es la era local. La mundialización es la localización. La globalidad es la personalización. El tránsito de la conciencia es lo mismo que la pulsión electrónica en la pantalla de la recámara, de la sala, de la oficina, del aparador, del restaurante, del bar.

No están solos significa que compartimos sus argumentos, o sea, estamos de acuerdo con tu lenguaje, Marcos. Un lenguaje unitario, reconocible, entrañable, humorístico, mamón, exacerbado, lírico, concentrado, humilde, retador, firme, orgulloso, digno, esperanzado. Es simple; es el lenguaje de dos tiempos: ése que se dice en las palabras que oímos en el Congreso y que no entendemos, y ese lenguaje de Marcos que toma su nutrimento de las preclaridades castizas de los nahuas educados en latín y griego en el palacio imperial de Santa Cruz de Santiago Tlatelolco y de los frailes del siglo XVI y XVII, que tradujeron los mitos aborígenes de América, con las incorporaciones de las lecturas de los novelistas, poetas y pensadores modernos.

Pero no es sólo lenguaje. Para serlo tuvo que hacerse oír con los disparos de los zapatistas el primero de enero de 1994 en la toma de San Cristóbal de las Casas. Por ello se trata del lenguaje de un soldado, de un militar. Y ésa es su función en el organigrama zapatista, el lugar precisamente de Zapata en la historia y el mito popular: un guerrero que podrá pasar a la vida de retiro... siempre y cuando se convenga la paz, digna y justa.

Grandes lecciones hemos vivido los mexicanos, felicitémonos por ello.

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