jueves Ť 5 Ť abril Ť 2001
Octavio Rodríguez Araujo
Microbuses
Lo que debería hacerse es volver a municipalizar el servicio, regresar al sistema de autobuses cómodos, limpios, seguros (que alguna vez existió) y restructurar las rutas al estilo de las grandes ciudades del mundo desarrollado
Hace varios años, antes de que Fox inventara la idea de los changarros para sobrevivir y después de que Enrique Jackson demostrara que ganaba más un chofer de Ruta-100 que un profesor de la UNAM, elaboré un proyecto para compensar mis ingresos: formar una asociación de enemigos de los microbuses en la ciudad de México (AEMB-DF), a diez pesos la inscripción. El proyecto no lo llevé a cabo por dos razones principales: la primera, porque me iba a hacer millonario en muy poco tiempo, y el dinero en grandes cantidades corrompe, y la segunda porque para formar la AEMB-DF tendría que declarar un domicilio social y este dato me haría vulnerable ante los transportistas, que no son precisamente hermanas de la caridad.
Los microbuses y los miles de taxis piratas son como el agua de la llave o los tacos de canasta: para mucha gente son lo único que puede consumir, a pesar de que sabe que son un peligro, pero esto no quiere decir que no les tenga animadversión y desconfianza. Por lo tanto, la AEMB-DF hubiera tenido miles y miles de afiliados en muy poco tiempo, quizá millones sólo en el Distrito Federal y la zona conurbada, y diez pesos por inscripción casi cualquiera los puede pagar. ƑBeneficios de pertenecer a la AEMB-DF? šOrganización! Y toda organización social, independiente y democrática, de millones de afiliados, puede ser un verdadero peligro tanto para los dueños de las flotillas de microbuses como para los burócratas gubernamentales que les han permitido multiplicarse, mantenerse sin mantenimiento (valga la paradoja) y con choferes convertidos en verdaderos cafres gracias a los sistemas de explotación en el medio y a la impunidad con la que violan las normas de tránsito.
Con base en el estudio de Alfonso Iracheta en La Ciudad de México en el fin del segundo milenio, coordinado por Gustavo Garza (2000), en la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) hay alrededor de 41 mil unidades tipo microbuses y combis (26 mil en el Distrito Federal), dando como resultado la saturación de la mayoría de las vialidades y, por la misma razón, "que los tiempos de recorrido sean los más altos del país"; es decir, un servicio ineficiente y peligroso para 15.8 millones de viajes-persona-día que se realizan en autotransporte público (al margen del metro y de otros medios). De aquí que cuando hablamos de enemigos de los microbuses (y combis) no nos estemos refiriendo a unos cuantos sino a millones, además, obviamente, de los 7.5 millones de viajes-persona-día en transporte privado que padecen también las deficiencias del autotransporte de la ZMVM. (Recuérdese que el metro sólo atiende alrededor de 7 millones de viajes-persona-día.)
Según datos de La Jornada (3/04/01) se calcula que 70 por ciento de los accidentes de microbuses en la ciudad de México, que al año promedian 950, se debe al estado físico de casi la totalidad de las unidades. En las condiciones en que están los microbuses y las combis (y también los autobuses) no se les debería autorizar el servicio y, además, se les debería exigir que sus operadores trabajaran menos horas al día y recibieran mejor salario. Si acaso es cierto que la empresa privada es más eficiente que la pública, que los propietarios del servicio concesionado lo demuestren. Como no ha sido el caso hasta ahora, lo que debería hacerse es volverlo a municipalizar, regresar al sistema de autobuses cómodos, limpios, seguros (que alguna vez existió) y restructurar las rutas al estilo de las grandes ciudades del mundo desarrollado. Es tiempo de que al gobierno de la ciudad deje de temblarle la mano, pero también es tiempo, y una urgencia, que este gobierno planee sus actos, prevea los efectos de éstos y tenga a su alcance soluciones alternativas antes de que los problemas le exploten en las manos o se vuelvan problemas (nuevos) para los habitantes de la capital. Los usuarios, los taxistas regulares (que los hay) y los que se mueven en vehículos privados entenderían que el gobierno quiera que el autotransporte público sea eficiente, limpio y seguro, pero también querrían una alternativa viable en el proceso y para después. El problema no es sencillo, cierto, pero problema que no tiene solución no es problema.