jueves Ť 5 Ť abril Ť 2001
Sergio Zermeño
Las otras autonomías
El aumento casi incontrolable de la pobreza, la incultura, la violencia, el desorden urbano, familiar, etcétera, son también demandas hacia las que la universidad debe dar una respuesta
A lo largo de la semana los zapatistas han ido regresando a sus lugares de partida. Nos ha quedado el sentimiento de que algo ha salido bien. El estado de ánimo es diametralmente opuesto al que nos dejó la entrada de la PFP a la UNAM. Y, sin embargo, nada se ha resuelto, al menos no lo fundamental, que es la legislación indígena, y menos aún, claro está, el que esos acuerdos y normatividades se pongan en práctica en las regiones autónomas y pluriétnicas ahí consideradas. ƑQué hacer para no olvidarnos, como en la cruda de un final de fiesta, del significado del zapatismo y de su marcha, para que sean respetados los derechos de los indios y de tantos otros excluidos colectivos de nuestro país?
Después de ese evento cada uno nos rencontramos con nuestros problemas: la comandancia y la subcomandancia zapatista se cuadraron en señal de reconocimiento hacia la gran institución que ha sido la UNAM en la historia de los mexicanos. Pero a los universitarios nos corresponde demostrar que eso no es sólo historia, sino presente y futuro; ningún argumento ha puesto en claro por qué esta institución deba ser debilitada en la primacía que ha demostrado tener en la medicina, las ingenierías, las ciencias, las humanidades, las artes...
De la Madrid quiso supeditar la función de la universidad a la eficacia mercantil en espacios abiertos, pero el movimiento ceuísta puso en claro que la institución rebasa con mucho esa concepción estrecha; lo intentó nuevamente Salinas con Sarukhán y Zedillo con Barnés, el rector más repudiado, el que enfrentó a los universitarios en luchas que se extienden hasta hoy en nuestras facultades.
El régimen ha cambiado, es cierto, pero ninguno de los universitarios puede decir con certeza que la identidad y la unidad de la UNAM vayan a ser respetadas. La situación de heteronomía que nuestra institución ha sufrido durante los últimos 18 años no está superada. El nuevo régimen, tan tributario de la iniciativa privada, de la competencia, del mercado abierto y de la ganancia, no nos garantiza en lo absoluto el respeto a la idea de universidad, tal como ésta ha sido sedimentada a lo largo de diez siglos, es decir, con una concepción del mundo diferente y a veces confrontada con la de los grandes poderes religiosos, políticos y económicos.
El neoliberalismo priísta dejó claro que quebrantando nuestra unidad interna por la vía de la servidumbre de las autoridades de la institución hacia los designios estatales, la concepción de universidad entra en crisis. No se está afirmando que la universidad no deba estar atenta a la demanda de su entorno, particularmente en lo que hace a los desarrollos técnicos y científicos ligados con la competencia, con el mercado global y, en buena parte, entonces, con la iniciativa privada. Pero la demanda de la sociedad hacia la universidad está muy lejos de limitarse a esos clientes que pueden pagar por los servicios que los profesionistas universitarios les prestan.
El aumento casi incontrolable de la pobreza, la incultura, la violencia, el desorden urbano, familiar, etcétera, son también demandas hacia las que la universidad debe dar una respuesta, pero, a diferencia de la iniciativa y la empresa privadas, los habitantes de esos destrozados espacios no tienen presupuesto para retribuir a los profesionales universitarios por sus servicios, por el trabajo de un equipo de expertos que tiene que atender, por ejemplo, la proliferación de adolescentes embarazadas en los barrios marginales. Entonces, la universidad debe también crear conciencia en la sociedad (en la opinión) de que hacia estos problemas hay que dirigir recursos públicos, porque la voz universidad conlleva la responsabilidad ante todos los problemas de su tiempo; es más, qué duda cabe, ante los problemas que exceden el tiempo presente (el nacimiento de los astros, el sentido del hombre, el mundo clásico, el sánscrito...).
La universidad debe relacionarse profesionalmente con su entorno, pero sus autoridades no pueden adoptar el discurso de la empresa ni aparecer al lado del gobierno como formando parte del gabinete, porque con ello destrozan la integridad de la universidad, la vuelven vulnerable, heterónoma, y empujan a otros de sus sectores a ligarse políticamente también con el exterior, a acumular fuerzas con los grupos urbano populares para combatir a los globalizadores... Hay señales de los responsables de la institución de que podemos llevar adelante un congreso reforzando la confianza, la unidad y una autonomía moderna, abierta a la sociedad, pero fuerte ante los embates que se nos vienen y que amenazan ser brutales. Ť