JUEVES Ť 5 Ť ABRIL Ť 2001

Paco Ignacio Taibo II

No, así de sencillo: IVA al libro, no

El chavo le daba vueltas al libro como si el sobarlo fuera el equivalente de la lectura, como si la lámpara de Aladino se fuera a iluminar y el genio apareciera para resolverle el problema. Se había acercado dos o tres veces a la mesa donde yo estaba firmando durante la feria de Minería y repetía el ritual. Ojeaba los libros sobre la mesa, como si todos lo interesaran, luego tomaba uno, el mismo, leía la solapa, para la tercera vez debería sabérsela de memoria, y luego iba a la etiqueta que marcaba el precio y el descuento de feria, como si desde la última vez el precio hubiera cambiado, luego llevaba las manos al bolsillo derecho de los pantalones vaqueros.

--ƑCuánto te falta? --le pregunté.

--Once varos.

--Me coopero --le dije y puse los once pesos sobre la mesa.

Sacó el resto del bolsillo del pantalón, no era mucho, el libro costaba con descuento 55 pesos, y se los entregó al vendedor. Me pidió que se lo dedicara. Se llamaba Alfonso, vivía en la Portales y se había gastado todo lo que traía, tendría que irse caminando a su casa.

Poco antes le había firmado un libro colectivamente a María Engracia, Gustavo y Pancho, en ese orden, porque ése era el orden en que lo iban a leer. Primero la más rápida, el más lento se fregaba a la cola. No era la primera ni sería la última firma a jóvenes que compraban sus libros en colectivo. Con cooperacha y luego lo leerían por turnos.

Le firmé libros a Yareli, que estudia en el CCH y ayuda en las tardes a sus jefes en el mostrador de una tlapalería, y que durante enero y febrero dejó de desayunar para poder comprar libros en la feria, porque sus padres le pagan los libros de texto, pero no las lecturas de ficción, que ésas son placer y no estudio.

Le firmé libros al hermano de Onofre, que es pasante de medicina y taxista y que quería (Onofre, no su hermano) llevarle dos, pero sólo le alcanzó para uno.

Le firmé un libro a Patricia, hija de exiliados chilenos, que trabaja de secretaria en el Poli y que vació su bolsa sobre la mesa para reunir el dinero.

Le firmé un ejemplar de la biografía del Che a Mariano y Luciano y Yésica y Arturo (en ese orden), que pusieron 25 pesos cada uno.

Y no se lo firmé, porque nunca lo compró, a un joven moreno de mirada huidiza que traía una gastada camiseta de U2 y que pasó media hora ojeando los libros, y tampoco se los firmé a un oficinista cuya tarjeta de crédito rebotaba como si fuera pelota de basket; y no se los firmé a una chava a la que le faltaban 22 pesos, porque si se corría el rumor de que el autor se "cooperaba" sería la feria del libro más ruinosa de mi vida y yo también tendría que irme caminando a mi casa.

Por los pasillos de la feria del libro de Minería no andaba rascándose los bolsillos del pantalón el secretario de Hacienda ni andaba vaciando su bolsa la vocera presidencial ni me encontré al presidente Fox leyendo una novela en el vagón del Metro en el que regresé a mi casa.

Aplicar el IVA al libro es un crimen.

Aplicar el IVA al libro es una política centavera y absurda.

Aplicar el IVA al libro es un acto de gangsterismo cultural en un país en el que deberían dedicarse recursos a las ediciones populares, los clubes del libro, las bibliotecas públicas.

Si el Estado mexicano necesita hacerse de fondos para la obra pública que elimine las comidas en el castillo de Chapultepec, que haga pagar a las trasnacionales agroalimentarias, que paguen los que usan vehículos blindados, que paguen los banqueros fobaprobianos, que no disminuya el impuesto sobre la renta a las personas de mayores ingresos.

Uno comprende que los diputados del PAN y su mentor, el secretario de Hacienda, no entiendan la importancia de esto. Uno supone que no han leído un libro (fuera de los manuales de autosuperación y los libros sobre la visita del Papa a México), pero los que formamos parte de la república democrática de los lectores sabemos lo que se está jugando, en el terreno simbólico y en el más pedestre terreno de la vida cotidiana.

Habrá que moverse, salir a la calle para defender el precario derecho de Alfonso, María Engracia, Gustavo, Pancho, Yareli, Patricia y el hermano de Onofre, Mariano, Luciano, Yésica y Arturo a seguir leyendo.

Ellos y no el secretario de Hacienda son los sujetos de esta historia.

PD. Y ya encarrerado el ratón... Tampoco el IVA a medicinas, alimentos, útiles escolares, rentas, transporte.