EL TRANSPORTE DEL DISTRITO FEDERAL
Los accidentes provocados por los microbuses son ya una desgracia
frecuente en el Distrito Federal. El más reciente de ellos dejó
35 heridos, al perder los frenos el vehículo. Los taxis son un peligro
constante, pues nadie sabe si al abordarlos llegará sano y salvo
a su destino; está el peligro de que el vehículo se descomponga
o sea asaltado. Suspensiones arruinadas o falta de amortiguadores son comunes
en los taxis capitalinos.
En parte para reducir los riesgos de fallas mecánicas,
los vehículos del transporte urbano tienen que pasar revista cada
año. Antes ese trámite no representaba mayor problema por
la corrupción imperante. Ayer se volvió un calvario, acorde
con la temporada, para los usuarios, porque el gobierno capitalino se puso
rígido, pues la mayoría de los vehículos no pasaron
esa revista, bien sea por negligencia de sus propietarios o bien por deficiencias
en las unidades.
Diversos dedos flamígeros se levantaron de inmediato
para condenar a las autoridades capitalinas por el problema generado, cuando
en realidad los transportistas tuvieron -y tienen- múltiples facilidades
para cumplir con los requisitos.
Sin embargo, el Gobierno del Distrito Federal está
cumpliendo con su deber, y de continuar esta situación tendrá
que implementar las medidas conducentes para aliviar la problemática
de los ciudadanos. Pero todo esto nos lleva a otras reflexiones. La ciudad
de México, compleja en su estructura urbana, enorme y con profundas
desigualdades sociales, posee uno de los sistemas de transportes más
ineficientes del mundo, a excepción del Metro, que, obviamente,
no se da abasto.
Cuando Hank González, en tiempos de López
Portillo, municipalizó el transporte urbano, bajo el argumento de
su inoperancia, inició para los capitalinos una nueva pesadilla
que hasta hoy no termina. Los antiguos camiones y sus rutas clásicas
desaparecieron de un plumazo para dar entrada a la fallida Ruta 100 y a
la proliferación de las combis, que luego dejaron su espacio a los
microbuses del terror. Se argumentó entonces, entre otras cosas,
que los camiones aceleraban para ganar pasaje, que los choferes eran obligados
a jornadas extenuantes para ganar más, que no se satisfacía
la necesidad etcétera. Hoy los microbuses hacen lo mismo, son muchos
más que aquellos camiones -tanto por el crecimiento poblacional
como porque les cabe menos pasaje que a aquellos famosos camiones-, obstaculizan
el tránsito, se paran donde les da la gana, agreden a los demás
automovilistas ante las miradas cómplices de los agentes de tránsito.
Como antes.
Dieciocho años no han sido suficientes para que
esta ciudad modernice el transporte urbano. Eso sólo se puede deber
a la absoluta falta de voluntad política para hacerlo y a la corrupción
reinante en el sistema operativo vigente.
Al Distrito Federal se le considera una ciudad moderna
en muchos aspectos, cosmopolita (por zonas, claro) y es, a fin de cuentas,
la capital de una de las 15 primeras economías mundiales. Pero su
transporte es tercermundista y vergonzoso.
No hay más remedio que volverlo a municipalizar,
como lo está en las grandes capitales con las que México
se quiere tutear. ¿Será posible?
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