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México, D.F. martes 3 de abril de 2001 
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Editorial
 
EL TRANSPORTE DEL DISTRITO FEDERAL 

SOL Los accidentes provocados por los microbuses son ya una desgracia frecuente en el Distrito Federal. El más reciente de ellos dejó 35 heridos, al perder los frenos el vehículo. Los taxis son un peligro constante, pues nadie sabe si al abordarlos llegará sano y salvo a su destino; está el peligro de que el vehículo se descomponga o sea asaltado. Suspensiones arruinadas o falta de amortiguadores son comunes en los taxis capitalinos.  

En parte para reducir los riesgos de fallas mecánicas, los vehículos del transporte urbano tienen que pasar revista cada año. Antes ese trámite no representaba mayor problema por la corrupción imperante. Ayer se volvió un calvario, acorde con la temporada, para los usuarios, porque el gobierno capitalino se puso rígido, pues la mayoría de los vehículos no pasaron esa revista, bien sea por negligencia de sus propietarios o bien por deficiencias en las unidades.  

Diversos dedos flamígeros se levantaron de inmediato para condenar a las autoridades capitalinas por el problema generado, cuando en realidad los transportistas tuvieron -y tienen- múltiples facilidades para cumplir con los requisitos. 

Sin embargo, el Gobierno del Distrito Federal está cumpliendo con su deber, y de continuar esta situación tendrá que implementar las medidas conducentes para aliviar la problemática de los ciudadanos. Pero todo esto nos lleva a otras reflexiones. La ciudad de México, compleja en su estructura urbana, enorme y con profundas desigualdades sociales, posee uno de los sistemas de transportes más ineficientes del mundo, a excepción del Metro, que, obviamente, no se da abasto. 

Cuando Hank González, en tiempos de López Portillo, municipalizó el transporte urbano, bajo el argumento de su inoperancia, inició para los capitalinos una nueva pesadilla que hasta hoy no termina. Los antiguos camiones y sus rutas clásicas desaparecieron de un plumazo para dar entrada a la fallida Ruta 100 y a la proliferación de las combis, que luego dejaron su espacio a los microbuses del terror. Se argumentó entonces, entre otras cosas, que los camiones aceleraban para ganar pasaje, que los choferes eran obligados a jornadas extenuantes para ganar más, que no se satisfacía la necesidad etcétera. Hoy los microbuses hacen lo mismo, son muchos más que aquellos camiones -tanto por el crecimiento poblacional como porque les cabe menos pasaje que a aquellos famosos camiones-, obstaculizan el tránsito, se paran donde les da la gana, agreden a los demás automovilistas ante las miradas cómplices de los agentes de tránsito. Como antes. 

Dieciocho años no han sido suficientes para que esta ciudad modernice el transporte urbano. Eso sólo se puede deber a la absoluta falta de voluntad política para hacerlo y a la corrupción reinante en el sistema operativo vigente. 

Al Distrito Federal se le considera una ciudad moderna en muchos aspectos, cosmopolita (por zonas, claro) y es, a fin de cuentas, la capital de una de las 15 primeras economías mundiales. Pero su transporte es tercermundista y vergonzoso. 

No hay más remedio que volverlo a municipalizar, como lo está en las grandes capitales con las que México se quiere tutear. ¿Será posible? 
 

 

 

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