Lunes en la Ciencia, 2 de abril del 2001
Los peligros de un mal diagnóstico sobre el Síndrome por Déficit de Atención Niños Ritalín Juan Soto Ramírez
En algunos colegios de la ciudad de México, los alumnos a los que sin ningún argumento sólido o específico se les diagnostica el llamado Síndrome por Déficit de Atención, el cual ha sido multicuestionado por organismos sociales en los países desarrollados, se les administra indiscriminada y absurdamente Ritalín e Imipramina, entre otros fármacos de nociva procedencia. Lo cual demuestra que para cualquier psicólogo o psiquiatra sin una formación reflexiva, es más fácil prescribir una droga y categorizar un "desorden" que atacar el "problema". Más que el análisis de la interacción creativa entre profesor y alumno, tal cual se ha desarrollado en países como Inglaterra y Alemania, haciendo uso de la teoría del caos y el análisis del discurso, nuestros "profesionales" de la conducta (de tercer mundo), suministran sustancias a nuestros niños que, en vez de favorecer su aprendizaje y creatividad, los condenan a la quietud y lentitud, actitudes que la psicología moderna creía lejanas desde hace mucho tiempo. La historia de las escuelas activas en nuestro país generó expectativas seductoras para muchos sectores de la población, entre ellos grupos de izquierda "acomodada" y de derecha ilustrada. Los mitos de la apertura democrática desde 1968 generaron imágenes radicales que sólo con un sueño se podían alcanzar: niños participativos y cuestionadores de una infinidad de aspectos que no sólo los padres sino la cultura pretendían dibujar en un anhelo civilizatorio. Lamentablemente, la ciencia médica, en correspondencia con la ciencia mental, ha avanzado muy poco. Requiere hoy niños "pasivos", "atentos", "quietos" y "sentados" formados en la industria Ritalín. Sabemos que la multiplicidad de voces que construyen el conocimiento, siempre colectivo, no requiere de ese tipo de niños. Sobre todo, cuando la administración de este medicamento aumenta los riesgos de daño físico y mental en los pacientes. Las reacciones adversas, sorpréndase usted, pueden ser: nerviosismo, insomnio, urticaria, fiebre, dermatitis, eritema multiforme con hallazgos histopatológicos, anorexia, náuseas, vértigo, palpitaciones, dolor de cabeza, taquicardias, arritmia cardiaca, dolor abdominal e incluso han sido reportados (raramente), casos de síndrome de Tourette y psicosis tóxica. Pero eso quizás no sea lo más grave. Ante una sociedad veloz, niños pasivos, no parecen ser la exigencia de un mundo gris. Frente a la psiquiatría y todas las psicologías simplificadoras del estímulo-respuesta, en las que no caben los infantes creativos e innovadores, la solución más común ha sido la sanción tipificadora de la anormalidad que se mitiga no sólo con un diagnóstico clínico sino con la administración de un fármaco prescrito médicamente. Tendríamos que preguntar si queremos un mundo con niños Ritalín asesinos y tranquilos, como los requiere el mundo globalizado, según nos lo han mostrado las escuelas estadunidenses recientemente, o niños inquietos, inquisitivos, creativos y observadores como los requiere el mundo inmediato, exigente de respuestas y soluciones locales. La duda, la sospecha y la incertidumbre son cualidades infantiles de nuestro tiempo. A estas alturas sabemos que la mente, el cuerpo y el cerebro son una tríada, no actúan de manera separada, pero a cantidades incalculables de psiquiatras y psicólogos aún se les olvida. Ojo, el estudio de la mente no puede reducirse al del cerebro, pero esto no quiere decir que las actividades mentales y cerebrales no estén relacionadas. Lo preocupante es que los médicos atacan los síntomas (que están en el cerebro) y se olvidan del "síndrome". No se dan cuenta que ellos han construido un objeto psicológico que quieren extirpar con bisturí y eso es muy difícil. El autor es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
|