Ť En comederos especializados también se preserva la cultura de la tauromaquia
El Tío Luis, un cenáculo taurino con más de 60 años de tradición
Ť Rico museo fotográfico de la fiesta brava Ť El reloj de Lorenzo Garza
LUMBRERA CHICO
Suenan timbales y clarines anunciando el tercer tercio de la lidia, el de la suerte suprema, el de la verdad. Con la garganta seca de angustia y apenas refrescada por un buche de agua que no debe tragar (por si tuviera que irse al quirófano en pocos minutos), el matador coge su muleta, la dobla y coloca encima de ella la espada en cruz. A la par de su apoderado, que lo guía tras la barrera por dentro del callejón, camina en busca del magnate o la muñeca de farándula a quien desea dedicarle la faena que va a iniciar. Se para ante ella con la montera en la derecha y los trastos en la izquierda, y recita un breve párrafo de alabanza o gratitud, antes de dar media vuelta, colocarse de espaldas y lanzar el anacrónico sombrero al tendido para invocar a la suerte y comprometerse a actuar con valor. Se ha consumado de esta manera el rito del brindis.
Si en los próximos doce minutos tiene la fortuna de que el animal embista con bravura y logra estructurar un recital de arte plástico; si es capaz de emocionar al público y consigue por último hundir el acero en lo alto del morrillo y partirle el corazón a la res, los espectadores lo premiarán sacando los pañuelos, la autoridad le concederá las orejas, y la persona que recibió el brindis quedará obligada a organizar un banquete en su honor.
Y es aquí donde entran en juego los restaurantes taurinos, que prolongan una de las más bellas tradiciones de la fiesta brava y que, hoy por hoy, se cuentan con los dedos de una mano en la ciudad de México. Uno de ellos es El Tío Luis, sito en el número 42 de la calle de Cuautla en la colonia Condesa, cuyo propietario, don Pedro Yllana, es un monumento vivo por lo que a continuación se leerá...
Más de 60 años en la misma mesa
El Tío Luis fue inaugurado en 1936 en el mismo lugar donde hoy funciona. Pero en aquel tiempo era un local de 6 metros de ancho por 12 de largo. Don Pedro Yllana entró como socio y empleado a la vez, y cuatro años más tarde, el 29 de noviembre de 1940, se convirtió en su propietario exclusivo.
A causa precisamente de los brindis coronados por el éxito, que las figuras del momento realizaban en la cercana plaza de El Toreo de la Condesa ?allí donde hoy se yergue El Palacio de Hierro Durango?, El Tío Luis gozó de la vecindad con el mayor coso taurino que había entonces en la capital. Y gracias a la excelente calidad de su menú ?una muestra de la cocina mexicana e ibérica?, y en atención al indudable don de gentes de don Pedro, no perdió a su clientela, ni mucho menos, cuando El Toreo fue cerrado a fines de 1945 y se abrió la Plaza México el 5 de febrero de 1946, en Mixcoac.
En 1974, don Pedro adquirió el solar contiguo a su establecimiento, amplió la cocina, triplicó su capacidad de servicio, y dividió el local en varios salones que llevan el nombre de las mayores figuras de todos los tiempos: Rodolfo Gaona, El Indio Grande; Lorenzo Garza, El Ave de las Tempestades, y uno más que ha perdido el rótulo indicativo, pero que es el mismo en donde don Pedro tiene su mesa de honor desde hace exactamente 60 años, cuatro meses y dos días.
Tapizado de carteles, fotografías, placas conmemorativas, fotocopias enmarcadas de entrevistas periodísticas y ropa de torear, El Tío Luis es sede de no pocas peñas taurinas y guarda reliquias de todas las celebridades que lo han visitado, desde Pedro Vargas y Agustín Lara hasta El Juli. A propósito de brindis, el veterano y entrañable restaurantero narra esta anécdota.
Una vez, cuenta, Lorenzo Garza le comunicó a un amigo que pensaba brindarle un toro en la corrida del próximo domingo. El homenajeado se ruborizó al saberse merecedor de tan gran distinción, pero pidió un favor extra. "Estoy quebrado", le dijo al célebre diestro de Monterrey. "Préstame tu reloj para que el domingo, cuando te devuelva la montera, te lo ponga dentro de ella como si fuera un regalo". Garza sonrió ante el ingenio de su amigo y le entregó el reloj. Pero días después, al terminar la faena y acercarse a la barrera donde su amigo lo esperaba de pie, se llevó una sorpresa: dentro de la montera, en lugar del reloj, había una boleta de empeño del Monte de Piedad.