LUNES Ť 2 Ť ABRIL Ť 2001
Ť Cuba LA le dio a la rumbita y al bolero al cerrar el Festival del Centro Histórico

La Negra Graciana, paté del festejo dominical en el Zócalo capitalino

Ť Guadalupe Córdova, su hija, le tupió duro al zapateado y se llevó las palmas

JAIME WHALEY

El Sol horadaba, quemaba, pero la multitud estoica aguantó el castigo y, cómo no, si en el escenario estaba La Negra Graciana, paté de este festejo dominical del Zócalo, zona de son que abrieron los de Alma Michoacana y cerrarían los de la Banda Michoacana, puro viento de aquellos lares.

Pica tu butaquito, cielito lindo ... entona La Negra, que ya es de fama internacional, luego de que allá en el tres y un chingo de veces más heroico puerto de Veracruz era conocida por medio mundo por sus tocadas en los portales, los de la calle de Lerdo.

Y ya que del puerto se habla, válgase aquí informar que el viernes a los 82 años falleció Enrique Fentanés, integrante de la trova jarocha, buen pianista y compositor de temas como Caramelito, que el Mosco Moscovita cantó a fines de los cincuenta.

La Negra pellizca el arpa, lo que produce un hormigueo en los pies que muchos no pueden manifestar por el espacio que es reducido, pero arriba, en el escenario, retumba el tablado con un zapateado a cargo de Guadalupe Córdoba, la hija de Graciana, que son_zocalole tupe duro al taconeo, se diría que hasta en forma profesional y pues claro, nada más hay que tomar en cuenta que la bella formó parte del ballet folclórico de la U.V., pero como vino de ayudante de su progenitora y esto no lo tenía planeado, pues el traje típico se quedó en el armario, allá en casa, lo que no obstó para que se llevara las palmas.

"Me gusta el gusto de ustedes", dice Graciana a la concurrencia antes de dedicar una de décimas, El puntalito, que trata de alguien que anda mal del apetito y que se echó de botanita medio kilo de carnitas, un tamal, un café con leche y un sidral.

La sonrisa de oro

Con su sonrisa de oro, Graciana, quien a los 10 años de edad en su natal Puente Izcoalco, municipio de Medellín de Bravo, empezó a rascarle al arpa, advierte ahora que ahí va El conejo, una de las grabaciones "que hice en París, Francia, en el teatro de esa ciudad" y ya se revienta aquellas líneas de: todos los que están bailando no lo dejen salir, como que te vienes, vienes y aquí entre tus brazos arrulladita me tienes.

Acompañada por el trío Silva, que no es de apellido, pues dos de ellos son los hermanos Ochoa Reyes y el otro es Romero Uzcanga, Graciana con su blanco vestido, su rebozo carmesí y un paliacate, amenaza con retirarse, lo que cumple luego de echarse El torito, pero más le valdría haberse quedado arriba, pues abajo es casi jaloneada por los fans que requieren de ella, barrera de por medio, un saludo o un autógrafo y ya le anda por meterse al cobertizo que hace las veces de camerino y quitarse los zapatos, para andar como en su casa "a pata pelada" y subir los pies en una silla.

Los Cuba LA

La rúbrica del Festival del Centro Histórico, el sábado por la noche, fue musical y de ello se encargaron los del Cuba LA, una agrupación de isleños radicados en California que no por ello desdeña sus antecedentes y sus orígenes y le da lo mismo a la rumbita que al son o a los boleros.

Sin embargo, la clausura de los festejos que por tres semanas se sucedieron en el entorno del Centro Histórico devino reconocimiento popular a un sonero urbano, Luis Angel Silva, a quien desde chamaco en la colonia Santa María le atrajo esto del guaguancó, se apodó Melón y cambió su profesión de tenedor de libros por el de músico especializado, como ya se apuntó, en los ritmos que del Caribe proceden.

Un par de canciones interpretó Melón, suficiente para que dejara constancia del aprecio que le tienen los soneros que por ahí se pararon. Guantanamera fue la primera con la cual dejó escapar algunos versillos improvisados con jícamo de verdad, mientras que Danilo Linares, el flautista y director del Cuba se reventaba un solo de antología. Yayo y Andrecito Muchatrampa fueron evocados por Melón antes de entonar La Negra o La Mulata (como se quiera) Tomasa

El Cuba sin mayor aviso se hizo escuchar tan luego se terminó el concierto luminográfico que se dio en el otro extremo del Zócalo, con el frontis de la catedral como pantalla para el trabajo combinado del argentino Jorge Orta y el francés Pierre Henry. Elaine Hernández, dueña de un vozarrón, interpretó una cadenciosa versión de Cochero pare, pare cochero, como preámbulo de lo que vendría después que puso a contonearse a la multitud.

Elaine, la de la voz potente

Se decía que Elaine es la de la voz potente, profunda y bien educada que alcanza sin dificultades una gran gama de tonos, y ahora la emplea para ejecutar Delirio, del maestro Portillo de la Luz , y enseguida tuvo lugar una ruidosa conversación entre las tumbadoras, los timbales y el bongó que se alarga infinitamente para permitir a los ejecutantes de esos instrumentos hacer gala de su destreza para aporrear los cueros a mano limpia y con los maderos.

Aquí les va un yambú, dice Danilo, y es una instrumental, Cuba linda, que todos en la plaza la bailan, y ya entrados en calor cómo que no cae muy bien la de moda, Qué manera de quererte, qué manera, sea la escogida para cerrar el bailongo. Pablito, el del violín, le hace una buena interpretación, y azuzada por el otra, otra, la banda regresa para una peculiar versión de Cielito lindo.

Las manecillas del reloj de Catedral apuntaban para las 11 de la noche y hasta el año que viene que, como había dicho Sara Guadalupe Bermúdez, esto es el final de un ciclo que se cumple, no una clausura.