LAS DIOSAS DE SERGIO FERNÁNDEZ (I)
Tengo en mis manos un libro lleno de prodigios y de bellas personas en el cual se entrelazan, enriquecen o contradicen gramáticas diferentes y complementarias: la narrativa, el teatro, el cine y la televisión. Un ejemplo de esta problemática conjunción nos lo da la short story de Henry James, The Turn of the screw. El relato es perfecto e inquietante, la adaptación teatral de William Archibald captó el alma original del cuento gótico y la película dirigida por Clayton, musicalizada por Auric y actuada por Deborah Kerr y Pamela Franklin, tradujo a la gramática de las imágenes y los claroscuros la terrible historia sobre la permanencia del mal. Lo único que rompió el encanto fue la forma en la que los mercachifles tradujeron el título The inocents: Posesión satánica. Sergio Fernández ha sido el responsable de que, siguiendo el método que utiliza en su libro La realidad de un simulacro: el cine, este bazarista haya regresado a uno de los momentos principales de su experiencia de espectador multidisciplinario: novela, teatro, cine.
Cada una de las divas (diosas del Olimpo cinematográfico) y de sus películas aquí estudiadas, muestran las radicales diferencias, los contrastados encantos y las diversas fascinaciones de las diosas del panteón grecolatino. Hay Artemisas, Heras, Eos, Anfititres, Ateneas y, sobre todo, Afroditas.
Comparto con Sergio el amor por el cine. La pantalla fue para nosotros una educadora sentimental. No olvidemos que Francesca Bertini, Pina Menichelli, Giovanna Almirante Mazzini y Giovanna Terribile González enseñaron a los jóvenes de su tiempo las muchas formas del beso y del abrazo, la languidez y el frenesí. Leyendo este libro de Sergio Fernández tan lleno de goces, sorpresas, nostalgias y discretas erudiciones; hundiéndome en su prosa que fluye con naturalidad y sentido del artificio (Sergio es, lo sé desde que leí con asombro creciente su testimonio sobre los desfiguros de su corazón, texto fundamental de la literatura contemporánea, un encantador de lectores), recordé el poema cinematográfico de Francisco González León, uno de los primeros poetas mexicanos que encontró en el cine las imágenes necesarias para enriquecer sus metáforas. El boticario de Lagos de Moreno, ciudad en la cual terminan los dramáticos Altos de Jalisco y comienzan las fértiles tierras del Bajío de Guanajuato, para describir a una hermosa monja, llamada sor Asunción, que le causaba los calosfríos ignotos de los que hablaba Ramón López Velarde, recurre a las imágenes de las grandes divas del cine mudo italiano: Monjita que te pareces a una artista de cine/ de película italiana/ que yo vi bajo la luna,/ en el arco lumínico de una/ convaleciente noche de abril.
El primer cuento nos habla de Bette Davis y sus cejas arqueadas, su enorme inteligencia actoral, su sonrisa desdeñosa y sus aparatosas entregas. Pienso en Margo Channing destruida por la modosita Eva, bajo la mirada y el inglés clamorosamente perfecto de Addison de Witt (George Sanders), despiadadamente witty. La Davis lleva a Sergio a los terrenos de Virginia Woolf y de Somerset Maugham, el maestro del análisis de las servidumbres y los deslumbramientos. Y es que el cine nos lleva a la literatura y la literatura nos regresa al cine. No siempre, por supuesto; jamás aceptaré al bembo de John Gavin como Pedro Páramo y, en cambio, el cirquero Burt Lancaster me pareció un príncipe Salina inmejorable. Sergio ve, siente y glosa una de las más perfectas películas de la Davis, La carta, basada en un texto de Maugham. Su personaje, Leslie Crosbie, recorre toda la gama de las emociones y sabe la actriz darle una contención arduamente alcanzada o derrumbarla en los excesos emocionales, el desasosiego y el desaliento.
En 1969 apareció en el escenario del Palladium londinense una figura envuelta en un abrigo de armiño. Cantaba This is the time to let you be, la notable versión al inglés de la canción de Trenet (quien por cierto se nos fue hace unos meses a los ochenta y siete años de su edad) que hablaba de amores, nieve y relojes. Ahí estaba Marlene, Lola, falling in love again y el público de Londres nuevamente se rendía ante la perla que juega en el lodo. Con ella, Sergio incurre, para nuestra fortuna, en un ditirambo digno de una oda de Píndaro: La envuelve una aureola dorada, como la que desprende Venus, cualquiera que la cambiante diosa sea: la Pandemia, la Urania, la de Milo, la de Botticelli saliendo de la espuma... Todo nos lleva a sus muslos jónicos realzados por las medias en el cabaret y ante los ojos alelados y saltones de Emil Jannings, el Profesor Unrat de Heinrich Mam. Sergio nos recuerda el espectacular baño que nuestra eterna Lola propinó a un lánguido Jimmy Stewart, siempre el muchachón del sueño americano y de la wonderful life a la Frank Capra y, frente a la diosa cachonda, una ovejita tristona sin saber qué hacer. A su lado brillan Misha Auer y Brian Donlevy y, en algunos momentos, Keaton, Laurel y Hardy y Lloyd comunican algo de su ilustre sentido de lo grotesco al western iluminado por la Lola tan constante como la ninfa de Margaret Kennedy.
ANTESALA
Avatares del Internet. Este antesalista acaba de ser víctima de la novatada que la Red le tiene reservado a cada usuario. Tarde o temprano el cibernauta amateur terminará cayendo en alguno de los engaños que este nuevo medio lleva implícitos en su uso. Me refiero aquí a trampas de tipo ético, de apreciación, incluso trampas de la democracia como podríamos llamarlas. Recordarán algunos(as) lectoras(es) que en el número 315 del domingo 18 de marzo quien esto escribe publicó una nota (La tiendita de los horrores) acerca de un sitio en la Red que ha llamado fuertemente la atención por su naturaleza especialmente cruel. Me refiero al sitio bonsaikitten.com que sinceramente nos horrorizó a mí y a muchos(as) de mis lectores(as). Yo consulté el sitio, del que tuve noticia mediante un emilio colectivo donde pedían firmas para protestar por la supuesta atrocidad. Sin embargo, confieso no haberlo leído detenidamente: me conformé con verificar que existía y leí apresuradamente algunos párrafos, obnubilado por la versión del emilio. Bueno, el caso es que el lector Alejandro Otaola y su hermano sí se tomaron el trabajo de investigar a fondo el sitio, y encontraron en él ciertas afirmaciones francamente descabelladas. Averiguando, dieron con el sitio www.snope2.com/inboxer/outrage/bonsai.htm correspondiente al portal Urban Legends Reference Pages que se dedica a investigar, a petición expresa de algún cibernauta, el estatus de cualquier sitio solicitado. Resulta que la página de los gatitos bonsai ya ha tenido una larga historia en tan sólo cuatro meses. Al parecer la abrieron unos estudiantes del Instituto Tecnológico de Massachussets (mit por sus siglas en inglés), la universidad norteamericana más prestigiosa en cuanto a la preparación de sus alumnos en computación e inteligencia artificial. (Los egresados de mit salen directamente reclutados a Sillicon Valley o a fundar alguna de las compañías de la Red que tuvieron un boom fulgurante en la Bolsa de Valores norteamericana el cual probablemente la ha llevado al actual estado de estancamiento que sufre la economía gringa.) En fin, que algunos listillos de mit decidieron poner a prueba al Instituto en cuanto a la supuesta libertad de expresión de que se ufanaba. Los simpáticos nerds ahora se jactan de haber hecho caer en la broma a miles de personas, ong y publicaciones tan serias como New York Post, USA Today y The New York Times, quienes protestaron o se hicieron eco de las demandas por el supuesto maltrato a los gatitos.
Más que una broma. Así pues,
el affaire de los gatitos bonsai se encuentra de esta manera: gracias
al portal realizado por los pinches nerds, cientos de miles de gatófilos
en todo el mundo han quedado (yo incluido) en calidad de pendejos, ya sea
por no haber leído a fondo la información contenida en el
sitio profesionalmente hecho por unos aprendices de hackers, ya
sea por no tener la suficiente perspicacia o por conservar la inevitable
inocencia para creer que todo lo que aparece escrito en la Red resulta
absolutamente cierto. Ahora, los nerds se vanaglorian de que quienes
caímos en el garlito no tenemos un iq mayor al de los gatos que
pretendíamos salvar. Pero esto, con mucho, no es lo peor. Lo que
verdaderamente está a discusión es no sólo la libertad
de expresión y de comercialización de cualquier idea
en el ámbito libremercadista de la Red; está en juego
la naciente ética que el uso y abuso de los hackers, nerds
y cibernautas empieza a requerir. La libertad es uno de los fundamentos
sine
qua non de la existencia de la Red. Por conservar esta libertad estamos
dispuestos a que se caiga en el abuso, e incluso defenderlo. El sitio fue
eliminado de varios servidores, Yahoo! entre ellos. Además, la persecución
desatada por la presión que ejercieron los amantes de los felinos
hizo que el gobierno norteamericano investigara e intentara suprimir la
página sin haber investigado a fondo la veracidad de las actividades
que en ella se anunciaban. Esta broma ha dejado un feo sabor de boca entre
todos los que de una u otra manera participamos. En mi caso, y creo que
en el de muchos otros, no nos caímos al suelo de risa cuando averiguamos
la verdad. No sólo porque de alguna manera se nos tomó el
pelo, sino porque la mentira estaba tan bien elaborada que merecía
ser verdad. Esta broma limítrofe me recuerda el sentido del humor
extremo de Andy Kauffman, el personaje real de la película El
hombre en la luna, protagonizada por Jim Carrey. No importaba hasta
qué punto llegara con tal de convencer al público de que
los personajes y las situaciones que inventaba eran grotescos y a la vez
reales. Es divertido, decía. ¿Divertido para quién?,
le preguntaban. Sólo para él y para quien le había
ayudado ha llevar a cabo la broma. Es decir, para quienes poseían
la clave. Sólo para ellos era divertido. Y dentro del juego democrático,
es completamente válido. Si aceptamos la democracia, debemos tolerar
los actos que la llevan a sus propios límites para ponerla a prueba
a ella (y a nosotros). Sin embargo (y he aquí otra de sus paradojas)
la creación de uno de los innumerables virus que han sido introducidos
al ciberespacio para perjudicar anónimamente al usuario que caiga
en sus redes, ¿es una broma, pesadísima, trágica,
costosa, pero broma al fin? ¿Quién se ha divertido cuando
aparecen en su monitor unos gusanos que devoran toda la pantalla y la información
que contiene su disco duro, y terminan por borrar todo lo que por años
el usuario ideó, imaginó, trabajó? ¿Quién
ríe cuando desaparecen todas las direcciones que son el tesoro del
agente de seguros, o un libro entero de poesía, o una novela, o
un diario amasado día a día por las revelaciones y los trabajos
y los olvidos y las memorias de cada jornada? Moraleja: ¿quién
ha dicho que la libertad es una cosa fácil?