DOMINGO Ť 1Ɔ Ť ABRIL Ť 2001
MAR DE HISTORIAS
Programa para viejos
Ť Cristina Pacheco Ť
Son las once de la mañana. Por primera vez en mucho tiempo en la casa se respiraba un ambiente cordial, festivo. Todos en la familia Torres han olvidado las recriminaciones brutales contra doña Benita. La primera en formularlas fue su hija Macrina:
"No sea tan egoísta, mamá. Piense un poquito en mí. Me ve con el agua al cuello y en vez de echarme la mano me hunde más. No es justo. ƑSabe por qué? Porque fui la única, fíjese bien, la única, que no le dio la espalda cuando se murió mi padre. Mis hermanos, Ƒqué hicieron? Cruzarse de brazos, hacerse los muy fregados y venir a decirme: 'ahí te encargas de mi mamá porque para ti, por ser mujer, será más fácil atenderla en sus cosas'. Acuérdese que en aquel tiempo yo trabajaba en la fonda de mi comadre Chela pero con todo y eso me la traje para acá y me dediqué a servirla".
Para darle consistencia a sus palabras, Macrina se dirigió a su hijo Gerardo, tendido en el catre desde el principio de la discusión: "A ti te consta, Gerardo, cómo me mataba para regresarme de la fonda a prepararle su comida a tu abuela. Ahora ella va a estar un poquito mejor que nosotros: Ƒno se te hace justo que me ayude comprando la olla express?"
Antes de que Gerardo contestara, su padre, Salustio, tomó la palabra con una aspereza de la que el domingo en la mañana no quedaba rastro. Amaneció optimista y activo. Hizo algunos apuntes en un papel grasiento y salió a comprobar que el viejo Mustang tuviera suficiente gasolina para conducir a su mujer y a su suegra a la macroplaza. Confiaba en que su buena disposición haría olvidar a su suegra sus reclamos de la noche anterior:
"Momento, doña Benita: Ƒy yo qué? Si lo que quiere es tener quien le maneje hasta la macroplaza, dígamelo. No sería la primera vez, pero sí la última porque ya me cansé. Cuando hay vacas flacas, Ƒquién jala y quién apoquina? Yo, el pendejo de su yerno. Ahora que usted va a estar bien y le digo que lo que urge es compongamos los cuartos, se hace como la que no oye. Perdóneme, pero está mal. Además, Ƒen qué va a gastar su dinero? ƑEn comida? Ya su estómago no aguanta nada. ƑEn ropa? Pero si nunca sale. Mejor que invierta lo de la tarjeta en algo útil para todos. ƑNo te parece, Gerardo?"
Gerardo se removió en el catre y se volvió hacia su abuela, ansioso de que ella les dijera lo que le había confesado la noche anterior. Cuando la vio temblar perdió toda esperanza. Desalentado se cubrió la cara. Salustio interpretó el gesto como falta de interés y se lanzó contra su hijo:
"Habla, muchacho. ƑNi para eso sirves? A tu edad yo era un hombre hecho y derecho, sabía cumplir con mis obligaciones y eso que no tuve estudios. En cambio tú sí, gracias a que me maté para mandarte a la escuela. ƑY de qué ha valido? No tienes trabajo y acabas de embarazar a Nayeli. Ya me dijo tu madre que piensas traértela a vivir con nosotros. Por eso a ti también te conviene que arreglemos los cuartos. Haz que tu abuela lo entienda porque si no..."
II
Temblando, con el sobre aferrado entre las manos, doña Benita se atrevió a pedir la palabra:
"Deje en paz a Gerardo, Salustio. Si no tiene trabajo no es porque no quiera, sino porque las cosas están muy duras. Son tiempos muy feos. Lo comprendo, aunque sea una vieja de setenta y cuatro años. Y mire, me podrán tachar de todo menos de ingratitud. Siempre digo que vivo muy reconocida con todos, en especial con usted, Salustio, que con ser nada más mi yerno me ha dado el trato de una madre. Así se lo dije a la señorita trabajadora social que vino a preguntarme por mi situación. Le expliqué también que si ustedes no me dan más es porque no pueden; si pedí la ayuda es porque no quiero seguir siendo una carga".
La angustia le provocó a doña Benita un ataque de tos. Temerosa de las consecuencias, Macrina estalló:
"ƑYa ves, Salustio? Por tu culpa mi mamá se puso mala otra vez. ƑY quién va a limpiar si vomita? Yo, porque ustedes, tanto tú como tu hijo, son unos buenos para nada".
Doña Benita agitó una mano en el aire mientras que en la otra conservaba el sobre con la tarjeta. Cuando logró respirar con normalidad le pidió a su nieto que la acompañara a su cuarto: una construcción de lámina en el otro extremo del solar repleto de llantas viejas, tambores desvencijados, botellas y una hilera de cubetas de reflejan la falta de agua en la zona.
Gerardo saltó del catre y le ofreció el brazo a la abuela. Salustio le dijo a Macrina: "Mira tu hijo: qué servicial con su abuelita. Lo que busca es quitarle la tarjeta para comprarle cosas a la puta de la Nayeli". Gerardo retrocedió y se le fue encima para golpearlo. Macrina entró en el forcejeo y acabó rodando por el suelo. Asustada, doña Benita suplicó:
"Por Dios santo. Ya esténse en paz, no se peleen por mi culpa. Vamos haciendo lo que ustedes quieren: un mes compramos algo de material para los cuartos. Al otro, la olla express que quiere Macrina. Luego, cuando se pueda, mis cosas..." Al oírla Gerardo desistió de atacar a su padre y salió del cuarto gritando: "No lo puedo creer, no lo puedo creer". Nadie entendió el significado de aquellas palabras, ni siquiera doña Benita, a pesar de la conversación que había sostenido con su nieto la noche anterior.
III
Gerardo regresó a la casa a las diez y media de la noche. Lo sorprendió ver a su abuela sentada en su silla de tule, a las puertas del cuarto. Como siempre en vísperas de Semana Santa, estaba convertido en un horno. Gerardo se dispuso a oír una mala noticia. Su inquietud se desvaneció cuando ella le ofreció el sobre que la trabajadora social le había entregado esta tarde: "Léemelo".
El documento acreditaba a doña Benita Pantoja viuda de Sánchez como beneficiaria del PPV (Programa para Viejos) y extendía una tarjeta de crédito a su nombre. "Es por seiscientos pesos, me los darán cada mes", aclaró ella como si su nieto y toda la familia no hubieran hecho los trámites para solicitar la ayuda del gobierno.
Gerardo no había querido decepcionar a su abuela: "Ahora sí está rica. Voy a tener que hablar de usted. Dígame, Ƒqué piensa comprarse con tanto dinero?" Doña Benita le arrebató la tarjeta y se puso a frotarla, como si quisiera cerciorarse de que era real y la acercaba a la realización de sus sueños: "Pienso comprarme cositas dulces. Cuando yo era niña, mi madre, que en gloria esté, nos hacía cajeta revolviendo la leche con azúcar y cascaritas de limón. No quiero morirme sin probar ese sabor otra vez".
La emoción humedeció los ojos de doña Benita. Gerardo le preguntó: "Mis jefes, Ƒya vieron la tarjeta?" "No. Un trabajador del Departamento me la entregó cuando estaba sola. Mañana temprano se las voy a enseñar". Gerardo le aconsejó que tuviera cuidado con la tarjeta. "No te apures. Voy a encargárselas a mis santos".
Contra lo que doña Benita esperaba, la buena noticia desató la espantosa discusión que terminó cuando ella se doblegó a la voluntad de Salustio: "Estoy de acuerdo en que temprano vayamos a comprar el material de construcción". La perspectiva que alegró la noche se prolongó hasta las once y cinco de la mañana del domingo. A esa hora apareció doña Benita en el cuarto, gimiendo: "No encuentro la tarjeta".
Primero se hizo el silencio. Después Macrina la acosó con sus reconvenciones: "ƑYa ve lo que le pasó por no dármela a guardar?" Salustio intentó tranquilizarla: "No le grites, mejor deja que se acuerde dónde la dejó. Doña Benita, Ƒno se la habrá dado a su nieto?" Gerardo protestó: "ƑA mí por qué? Y aunque me la hubiera dado, nadie más que mi abuela puede usarla".
Salustio maldijo en silencio. Macrina consultó a su hijo: "Y ahora, Ƒqué hacemos?" El respondió sin titubeos: "Todos los trámites de nuevo y eso, si se puede, porque si no..." Su madre se obstinó: "Se tiene que poder. Total, les explicamos lo que pasó. ƑCrees que tardarán mucho en darnos otra tarjeta?" Gerardo levantó los hombros y abandonó el cuarto. A media calle metió la mano en el bolsillo y se puso a silbar mientras iba al encuentro de Nayeli.