DOMINGO Ť 1Ɔ Ť ABRIL Ť 2001
Ť Más allá de los propósitos literarios, la obra aspira al beneficio de las comunidades, confía
Nosotros no estamos muertos, de Avilés, primera novela sobre el neozapatismo
Ť El periodista ocupó seis años en la preparación del texto Ť Es la crónica de una época en la que de la noche a la mañana se manifestó la desintegración del país y la bitácora de una realidad desaforada
CESAR GÜEMES
Con excepción de algunas ficciones de orden menor por su tamaño y su alcance, sin duda podemos decir que Jaime Avilés con Nosotros estamos muertos (Océano) ha escrito la primera novela sobre el movimiento neozapatista, Marcos incluido, y que con ella removerá conciencias no sólo de orden estético, sino social. El periodista, que empleó los más recientes seis años en escribirla, confía en que más allá de los propósitos literarios que buscó, la obra cumpla una función social en beneficio de las comunidades indígenas del país.
-ƑCuál dirías que es la proporción que hay entre los datos autobiográficos y la parte propiamente literaria de la novela?
-Esa es una chamba que les dejo a mis biógrafos. Yo hablaría más bien de una obra que se escribió a sí misma como una crónica de época, de una época en que de la noche a la mañana se hizo visible la desintegración del país como una posibilidad muy al alcance de la mano. En 1994 todos los mexicanos, con excepción de Octavio Paz, quien declaró que bostezaba "con invencible aburrimiento", todos los habitantes de México, repito, comenzamos a vivir una serie de acontecimientos reales que no eran parte de nuestra realidad habitual sino de una ficción literaria o cinematográfica por su carácter extraordinario. Era como si la vida nos hubiera metido en una película. Y en un principio, con instinto de reportero, quise llevar la bitácora diaria de esa realidad enloquecida y desaforada.
Preocupaciones íntimas
-Pero a qué obedece el hecho de que hayas decidido abordar el género de novela por vez inicial con un tema de orden no personal sino social.
-Según yo, aunque mi opinión ya no cuenta, mi libro privilegia, sobre todo, las preocupaciones personales de sus protagonistas, que son desde luego mis preocupaciones más íntimas, pero que, por el contexto en que se dan, no pueden separarse de la angustia social que reinaba en aquel momento. Una de ellas, por ejemplo, es la idea de la historia, la forma o la dirección en que avanza el tiempo histórico. Y esto acaba por obsesionar a un personaje que llega a Chiapas en 1994 pensando que las "modernizaciones" del mundo nos han devuelto a la Edad Media, pero que el retroceso debe ser absoluto, para que volvamos a la Grecia clásica. Por eso, un loco para mí entrañable, que se llama Serapio Bedoya y que terminará convertido en un tonto de pueblo, ve en Marcos la rencarnación de Ulises, a quien Homero describe en la Odisea como "el fecundo en ardides".
-ƑCuál es la verdad de tu relación con Marcos, personaje necesario de la novela?
-Marcos es desde luego el autor de la frase que le da título a mi libro y una presencia indispensable, a quien veo como un "disparador" de reacciones colectivas e individuales, lo cual es paradójico en un guerrillero que hace muchos años no dispara ni los refrescos. Y el personaje central es Bedoya, a quien veo como un espejo de Marcos, o de lo que hubiera sido Marcos, si en vez de irse a Chiapas hubiera ejercido su militancia rebelde en el periodismo, en el teatro, en el cabaret, pero que nunca habría pasado de allí, si no hubiera existido en la realidad real un Serapio Bedoya que se sublevara para hacer la guerra en nombre de la antigüedad clásica con las armas de la palabra.
Mayas y troyanos
-ƑCómo construyes el personaje femenino que atraviesa en diagonal la historia?
-Antes de la rebelión zapatista, en el momento dorado del salinismo, cuando toda esa porquería que vivíamos parecía inapelable e inmodificable, Serapio Bedoya elige fugarse de la realidad real, que no soporta, y se inventa una relación amorosa imaginaria con una joven que encuentra en un bar y que para él contiene todos los arquetipos de la belleza física y espiritual que Homero atribuye a sus personajes en La Odisea. Lo pongo de otro modo: si a don Quijote lo transtornan los libros de caballería, a Serapio la obsesión que le provoca esta niña lo lleva a confundir la lucha de los mayas de Chiapas con las gestas de los tirios contra los troyanos. Nausícaa es el otro disparador de la locura de Serapio y en este sentido su papel resulta importantísimo en la novela.
-Tu libro tiene dos vertientes: una histórica y otra imaginaria. ƑHubo autocensura de tu parte al reflejar hechos reales?
-No es un reportaje, no ofrece revelaciones sensacionales, nunca me propuse escribir "todo lo que usted no sabe del zapatismo y le hubiera gustado preguntar". Hay, sin duda, elementos históricos desconocidos que llamarán la atención, supongo. Contiene también la reconstrucción más precisa que se haya publicado hasta hoy sobre la guerra de los doce días que estalló el primero de enero de 1994. Pero lejos de la autocensura, es una obra profundamente crítica de las expresiones culturales que rodean al zapatismo fuera del mundo indígena. Es un libro que combate la mojigatería de la izquierda urbana prozapatista, pero no lo hace desde el discurso moralizante sino desde la provocación. Mucho me temo que a fin de cuentas no le va a gustar a Marcos y desde luego disgustará a los santurrones que actualmente lo rodean.
-Finalmente, ya que has conseguido una novela de excepción por su tema y por su tratamiento: Ƒqué sigue, cómo piensas superar esa meta?
-Hombre, me siento como si acabara de recibirme en la universidad después de trabajar más de seis años en este proyecto. Lo digo en serio. Me siento graduado en "arquitectura narrativa" y ahora tengo más confianza para retomar otra novela que abandoné hace diez años y a la que pretendo levantar sobre una estructura en forma de catedral. O sea que ahora voy a tratar de construir una catedral y ojalá me tarde menos. Lo que me interesa muchísimo decir es que, para mí, Nosotros estamos muertos es un regalo de las comunidades indígenas que la hicieron posible, y espero que si el libro tiene consecuencias sociales positivas, éstas ayuden a las propias comunidades a lograr la plena satisfacción de sus reclamos.