DOMINGO Ť 1Ɔ Ť ABRIL Ť 2001
Angeles González Gamio
Iztapalapa
En los próximos días Iztapalapa volverá a ser noticia por sus celebraciones de la Semana Santa, particularmente por la representación de la Pasión de Cristo, impresionante acontecimiento en el que participa buena parte de la comunidad y a la que asisten miles de visitantes ansiosos de presenciar la dramática procesión que culmina con la crucifixión; pero Iztapalapa es mucho más que eso.
En la época prehispánica fue uno de los señoríos, junto con Mexicalzingo, Culhuacán y Churubusco, que formaban el nauhtecutli, que significa cuatro señoríos unidos. Actualmente, los tres primeros son parte de la delegación Iztapalapa, encabezada por René Arce, vecino añejo de la demarcación, a la que conoce y ama, al igual que su compañera de vida, la adorable Silvia Oliva, preocupada por preservar los valores tradicionales que aún sobreviven. Ella nos invitó a un maravilloso recorrido, guiado por el culto cronista Jorge de León Rivera; durante éste tuvimos la oportunidad de conocer el templo de San Marcos y su antiguo convento, ambos muy remodelados, pero conservan, sin embargo, las hermosas formas que les dieron los franciscanos en el siglo XVI.
En las cercanías se encuentra Nuestro Señor de la Cuevita, un magnífico santuario, sede del obispo, cuyo sitio vale la pena por muchas razones: su arquitectura y extenso atrio jardinado; la cueva en donde se generó la leyenda del soberbio Cristo de caña de maíz, sedente y cubierto el cuerpo con lujosa "sábana" bordada, obsequio de los feligreses, al igual que el cojín en el que reposa la cabeza con melena rojiza; de ambos tiene colección, que cambia periódicamente el secretario y cronista del santuario, Eric Sánchez. Aquí se venera también a la famosa Virgen de la Bala, pequeña escultura, con su consabida leyenda, la cual dice que protegió a una mujer infiel de la bala asesina del marido. Y como extraordinario remate, junto al templo se encuentra lo que queda de los célebres jardines de Cuitláhuac.
El paseo continuó en el cerro de la Estrella, en cuyas alturas los antepasados prehispánicos celebraban, cada 52 años, la trascendental ceremonia del Fuego Nuevo. Las excavaciones arqueológicas han descubierto vestigios que datan de la época teotihuacana. Tras décadas de esfuerzos de la comunidad y del cronista Jorge de León, finalmente se logró que el cerro tenga un excelente museo que dirige el mismo cronista, y que muestra parte de los objetos encontrados y la historia del lugar.
La visita concluyó en el antiguo convento agustino de Culhuacán, una verdadera joya decorada en el claustro bajo y en el alto con exquisitos frescos, de estilo barroco plateresco. Aquí se conserva un estilo exclusivo de este edificio con representaciones de paisajes de Culhuacán del siglo XVI, realizadas por maestros tlacuilos (pintores) nativos del lugar. Actualmente funciona como Centro Comunitario del INAH, dirigido por la talentosa y eficiente Telma Fong, quien coordina las labores de investigación, rescate y conservación del patrimonio local y la promoción artística y cultural.
El añejo recinto tiene un pequeño museo de sitio con tres salas que muestran algunas piezas magníficas de la antigua cultura culhuacana. Un parque adjunto protege los restos arquitectónicos del estanque y embarcadero prehispánico. A unos pasos se encuentran los restos de la noria de un molino, de la primera fábrica de papel de la Nueva España e integradas al convento se elevan majestuosas las ruinas del templo del siglo XVI, que recuerda a las iglesias franciscanas de Puebla, con tres grandes naves separadas entre sí por gruesas columnas de piedra. Por cierto que los culhuacanos tenían fama de tener la mejor piedra y los mejores canteros, lo que aquí se puede apreciar, entre otros, en las columnas del claustro.
En este sitio privilegiado tuvimos la oportunidad de degustar una suculencia de la cocina prehispánica del lugar: šahuautles!, que es la hueva del mosco de laguna, preparada en tortitas enlazadas con yemas de huevos frescos del corral de doña Rosalía Domínguez, quien es la quinta generación de una familia culhuacanense. Ella nos brindó una muestra de lo que fue parte importante de los banquetes de los emperadores indígenas. Este platillo era común cuando existían los lagos y chinampas; ahora se trae de la laguna de Zumpango, y si se restituyen los lagos en Texcoco, de acuerdo con un proyecto de varios arquitectos que encabeza Teodoro González de León, podrá volverse a disfrutar frecuentemente. Era tan rica la comida de esta zona, y aún se conserva buena parte de ella, que la querida Cristina Payán, que dirigió el Centro Comunitario Culhuacán, coordinó un libro de recetas con la "comida chinampera": patos, ranas, huauzontles, ajolotes, quintoniles, desde luego ahuautles y la "comida a pie de monte": calostro de vaca en quesadillas, quelites, hongos, conejo y tuzas, entre muchas más.