domingo Ť Ť abril Ť 2001

Guillermo Almeyra

šViva la resistencia! Pero no basta...

Las continuas movilizaciones de los indígenas ecuatorianos organizados en la Conaie, las de los campesinos sin tierra brasileños que han impuesto al gobierno declarar que nueve millones de hectáreas podrán ser distribuidas y que facilitan, además, un posible triunfo electoral presidencial del Partido de los Trabajadores, no tanto por mérito propio como por descrédito del gobierno neoliberal, las huelgas generales en Argentina que derriban ministros y gabinetes muestran que la mundialización dirigida por el capital financiero está mundializando también las resistencias. El ejemplo más notable, junto con el de la Conaie, es el que brindó esta semana en México la victoria simbólica del movimiento social indígena y del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Saliendo de la selva, mediante una marcha de miles de kilómetros que permitió que se reanimaran y salieran a luz las protestas de vastos sectores no indígenas, los zapatistas impusieron lo que parecía imposible: la retirada del Ejército de Guadalupe Tepeyac, simbólica "capital" zapatista, y de otras dos guarniciones y el derecho a ocupar la tribuna en el Congreso. El hecho de que un ejército rebelde y clandestino, enmascarado, haya ocupado el sitial que normalmente corresponde a jefes de Estado, haya aparecido como interlocutor en plan de igualdad y haya impuesto la presencia en el Congreso de otro congreso, el Nacional Indígena, con sus reivindicaciones democráticas y constitucionales hasta entonces ignoradas, no sólo ha dado voz a los que no la tenían y presencia a los invisibles (šy qué voz, qué presencia!) en escala nacional internacional, sino que ha cambiado profundamente el panorama político mexicano. No sólo porque el ejemplo zapatista demuestra a todos los sectores pobres de la población que sin lucha no hay conquistas y su éxito sin duda estimulará otros éxitos, sino también porque introdujo una gran crisis en las clases dominantes y sus expresiones políticas. Los empresarios, el "partido" real del Presidente, se asustaron y se opusieron a éste, lo mismo que la derecha conservadora representada en el Partido de Acción Nacional, mientras en el Partido Revolucionario Institucional (PRI) los "realistas" se opusieron a los "dinosaurios". Los indígenas -que el EZLN tuvo el buen tino de no pretender representar en bloque- lograron ocupar el primer plano de la escena política gracias a su lucha. El presidente Fox logró sin duda un éxito frente a la derecha cavernícola al no oponerse ni a la marcha del EZLN ni a la discusión de la ley indígena en el Congreso. Pero ambas cosas no dependieron de su decisión, sino que le fueron impuestas y, si prefirió aceptarlas, es para tranquilizar a posibles inversionistas europeos, absolutamente necesarios para mantener sus planes en esta situación marcada por la recesión estadunidense; mientras sus opositores reaccionaban con el hígado y sólo pensaban en el racismo y en sus temores, Fox pensó en los intereses globales del capital.

Por consiguiente, al igual que la Conaie en sus luchas, el EZLN ha conseguido un resultado extraordinario. Pero el mismo plantea, al igual que en Ecuador, cómo seguir adelante (y no sólo para que no se apruebe dentro de muchos meses una ley indígena deformada y retaceada). Fue evidente en el Congreso la importancia -técnica, pero también política- del apoyo del PRD y del sector de legisladores que permitió realizar la sesión; es evidente, en Ecuador y en Argentina, la carencia de ese apoyo institucional que tiene el MST brasileño, por ejemplo. También es obvio que los indios por sí solos no pueden cambiar un país ni imponer un proyecto democrático, ni siquiera allí donde son mayoría, y que lo mismo sucede con los trabajadores argentinos, carentes de plan alternativo y de organización política propia. Es visible, asimismo, que no basta con tener un partido ad hoc, creado para no tener que recurrir al voto útil en los periodos electorales, como demuestra el caso del Pachakutik de la Conaie.

Porque el problema consiste en convencer a la gran masa de escépticos o pasivos de que el plan alternativo y el proyecto popular que se proponen (en el caso de que las organizaciones de resistencia tengan ambas cosas) no sólo son viables, sino que constituyen también la solución menos costosa ante la política de crisis agravada y continua que ofrecen los gobiernos neoliberales. Y eso no lo logran sólo los indios ni se obtiene tampoco simplemente elogiándolos, por mucho que merezcan los elogios. Eso exige participación de todos, propuestas en cada campo, críticas, ideas. O sea, poner en acción y diferenciar profundamente a la famosa "señora sociedad civil", cuya parte mejor ahora está estimulada y puede comenzar a ser organizada. Ť

 

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