DOMINGO Ť 1Ɔ Ť ABRIL Ť 2001
Antonio Gershenson
ƑCuál reforma fiscal queremos?
Parece haber, por lo menos en principio, un consenso entre las principales fuerzas políticas en que es necesaria una reforma fiscal, y en que el Estado debe mejorar su recaudación. La gran diferencia está en cómo lograrlo, no sólo a costa de quién sino en qué forma.
El planteamiento oficial de reforma fiscal disminuye el peso del impuesto sobre la renta (ISR), que es progresivo. Es decir, este impuesto aumenta el porcentaje del ingreso neto a pagar mientras mayor es este ingreso. En cambio, plantea un peso mucho mayor al impuesto al valor agregado (IVA), al que se quita cualquier rasgo de progresividad: se pagaría el mismo 15 por ciento por comprar unos jitomates que por comprar un yate de lujo.
Sin embargo, no es cierto que haya tasa única, porque subsisten exenciones injustificadas del IVA y se agregan otras. Se mantiene la exención de impuestos a la compra y venta de acciones en la Bolsa de Valores, lo mismo que a otras operaciones financieras. El financiamiento que sale de estas operaciones a la economía productiva es mínimo. Las emisiones de acciones ''nuevas'' por empresas productivas son eventuales y su peso en el conjunto de las operaciones bursátiles es casi despreciable. Podía haberse exentado sólo ese tipo de operación. Y más de 98 por ciento de las operaciones son en lo que se llama ''mercado secundario'', o sea, comprar acciones que ya circulaban para volverlas a vender, con la intención de hacerlo cuando suban de valor. Esto es, especulación bursátil.
Un casino legalizado y además subsidiado con la exención de impuestos. Como en los otros casinos, la que gana siempre es ''la casa'', en este caso la casa de bolsa, también con un régimen fiscal privilegiado. También se quiere premiar con exención a la especulación inmobiliaria, como al comprarse un terreno para venderlo cuando suba de precio. Es falso que suprimir estos privilegios vaya a ahuyentar a los capitales. Lo que se debe hacer es premiar, incluso por la vía fiscal, la inversión productiva, y desalentar la especulativa.
Exentar del impuesto al valor agregado a importaciones, como también se plantea, y subir el IVA de zonas fronterizas de 10 a 15 por ciento, sólo estimulan un mayor deterioro de nuestra balanza comercial, ya estimulado por la sobrevaluación del peso. La gente de la frontera comprará aún más del otro lado de la frontera. Las importaciones desalojarán cada vez más a las mercancías nacionales; esto afectará a empresas que operan en México y aumentará más el desempleo. Por si fuera poco, además de afectarse a alimentos y medicinas se plantea gravar hasta los libros, que hasta el momento habían merecido el respeto del fisco.
Estamos en el principio de un proceso internacional de deterioro económico. El freno en la economía de Estados Unidos, los problemas económicos que se dan desde Japón y Corea del Sur hasta Argentina, y la baja de las bolsas en casi todo el mundo, muestran que el crecimiento no se puede basar hoy en las exportaciones nada más. Lo fundamental es desarrollar el mercado interno. Y las medidas que mencionamos, y criticamos, apuntan a contraer cada vez más este mercado. La reforma fiscal que necesitamos es exactamente en el sentido opuesto: gravar las actividades especulativas, mantener la exención para medicinas y alimentos, hacer más progresivo el impuesto sobre la renta y gravar con impuestos la riqueza improductiva.
Con esto se fortalece el mercado interno y se estimula la inversión productiva. Si los capitales golondrinos se van a casinos bursátiles de otro país, cosa que de todos modos harán la próxima vez que el panorama no se vea muy bonito, esto se compensaría ampliamente con la inversión productiva. Esta, por añadidura, es más estable porque es más fácil vender unos papeles que una fábrica o sus partes.