sabado Ť 31 Ť marzo Ť 2001
Ilán Semo
El fisco, la recesión y la transición
La recesión norteamericana ha comenzado. Sus alcances son todavía inciertos; también sus razones. Imposible pensar que no afecte a la economía mexicana. Entre Estados Unidos y México media hoy una relación más que de dependencia, de interdependencia: si ambas economías compartieron el auge de los últimos cinco años, seguramente compartirán la crisis. Este hecho fija las (de por sí) dudosas expectativas de la gestión económica de la administración de Vicente Fox en los próximos meses. Probablemente, las viejas teorías sociales se equivocaban. El lugar que ocupa la economía en el conjunto de la política es aleatorio. Sin embargo, no lo es para quien, se supone, se ha propuesto edificar un nuevo régimen social y constitucional. Una lectura incorrecta de estos horizontes disminuidos podría convertir a la suma de recesión y transición en una probable antinomia.
La recesión norteamericana ha cobrado ya el primer auto de fe de George W. Bush. En un mundo de imágenes lábiles, un presidente sólo se aventura a admitir sus crisis cuando no tiene más remedio que justificar medidas para hacerle frente. Las que ha propuesto Bush recuerdan los momentos más radicales de Reagan. Finalmente, su trompicado ascenso a la Casa Blanca tenía un sentido restaurador. Al parecer, nada se ha interpuesto todavía en ese camino. Las señales del paro han proliferado en las últimas tres semanas: cierre de empresas, despidos, desempleo, aumento del déficit externo, retracción de inversiones directas, flujos reducidos de capitales financieros globales y desconsuelo accionario en Nueva York.
Vistas con los ojos de la ironía, las preguntas que se hacen los economistas se reducen a las que hacían las antiguas culturas a sus dioses al paso de las inclemencias de la naturaleza: Ƒcuánto durará?, Ƒserá corta o larga?, Ƒa quién arrastrará? Sólo los rezos han cambiado. Ahora se le reza a la aritmética.
La propuesta de ley fiscal que ha enviado el secretario de Hacienda al Congreso fue concebida en octubre del año pasado. Claro, no contemplaba el "pequeño" inconveniente de la recesión norteamericana. Nunca deja de ser impresionante cómo el switch económico puede prender o apagar en unas cuantas horas expectativas de crecimiento y prosperidad. Aumentar gravámenes (en especial el IVA) y restringir proporcionalmente el gasto público siempre ha sido una política de altísimo riesgo, incluso en la ortodoxia tecnocrática. Pero hacerlo en un contorno de recesión habla más de una apuesta dominada por candados político-patrimoniales que por alguna forma racionalidad económica. Finalmente, en cada recesión la única pregunta con respuesta previsible no es si se pierde o no, sino quién paga las pérdidas. Ya desde octubre del año pasado, la "nueva" política fiscal contenía una trampa: daba migajas presupuestales para el gasto social (como sucedió en el presupuesto aprobado en diciembre de 2000) y las quitaba con intereses a través del IVA y nuevos gravámenes. Una suerte de picaresca fiscal. Sin embargo, el tema ha adquirido cierto dramatismo. Una política de gravámenes que superan (al menos en 35 por ciento) a la del gasto público es una política recesiva. Sumar recesión y política recesiva da algo más que recesión al cuadrado. Seguramente, la situación no se halla en los límites en que estaba en diciembre de 1994, pero la sombra de aquella fecha es un inevitable estigma de esta contradicción. Más aún si se toma en cuenta que la sobrevaluación del peso ya excede 20 por ciento.
ƑQuién pagará? El IVA sobre bienes no suntuarios es un impuesto dirigido al conjunto de la población. Golpea más a los que menos tienen. Pero la pregunta clave es quién no va a pagar. La propuesta hacendaria no contempla impuestos para transacciones financieras (nótese que tan sólo la Bolsa Mexicana de Valores moviliza capitales equivalentes al conjunto de los activos estatales), para exportaciones (sobre todo las que se realizan en el seno mismo de las empresas trasnacionales), para importación de capitales efímeros. Quien haya depositado en México un dólar en 1995 hoy puede cobrar mínimamente, libre de impuestos, 2.30 dólares. Ordeñado indiscriminadamente, todo paraíso financiero acaba por terminarse.
La recaudación fiscal, que aparece como un ejercicio técnico del Estado, es ante todo un ejercicio político. Quién, a quién y cuánto se recauda son prácticas que definen el complejo tejido político e institucional que subyace a la relación de poderes en una sociedad. Además, hablan del alcance hegemónico de una fuerza que por ahora es gobernante, pero que aún dista de ser dirigente.
Preservar la estructura impositiva heredada del régimen patrimonial que dominó a México a lo largo del siglo xx, reduce las expectativas de la transición a una democracia secuestrada por un reducido número de concentrados poderes factuales que hicieron imposible la emergencia de un Estado social y una sociedad más incluyente.