miercoles Ť 28 Ť marzo Ť 2001

Ramón Vera Herrera

CNI, cinco años después

La celebración del Tercer Congreso Nacional Indígena (CNI) en Nurío, Michoacán --entre el 2 y el 4 de marzo de este año, en plena Caravana por la Dignidad Indígena--, marca sin duda un momento de maduración del movimiento indígena mexicano. Quien piense que esta visibilidad mundial es algo inédito o sorpresivo no ha querido ver en la historia del CNI los signos que mostraban un proceso de fortalecimiento. Hoy, muchos no los miran todavía.

En Nurío la representación indígena presente incluyó a más autoridades (tradicionales, de bienes comunales y ejidales, y municipales). Hubo mucho mayor diversidad de pueblos (41 de los 56 registrados); los ausentes fueron sobre todo los pueblos indios que cuentan con muy pocos integrantes. De 28 estados llegaron delegados y delegadas. La presencia y participación de las mujeres en cargos de representación hizo sentir su voz y reivindicar, como en pocos espacios urbanos, el papel que juegan las mujeres en los trabajos de la comunidad y en las luchas sociales.

El Congreso de Nurío arroja un consenso pleno en torno a la demanda reiterada los últimos cinco años: reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos indios en la Constitución, cumplimiento de los acuerdos de San Andrés mediante la iniciativa de reformas de la Cocopa y el respaldo total al EZLN como "proyección de todas las voces", algo simbolizado en los tantísimos bastones de mando entregados por las comunidades a los delegados y delegadas zapatistas. No para que sustituyan su voz, sino para que sirvan a los pueblos. Los propios delegados zapatistas han enfatizado que esta representación se asume "con respeto y formalidad", como lo planteara el comandante Mister, hace unos días.

En el Foro Nacional Indígena de San Cristóbal de las Casas, realizado en enero de 1996, se esbozó un diagnóstico nacional de los problemas regionales vividos por los pueblos indígenas en todo el país; se reunió y delineó un plan de trabajo cuya discusión tenía por lo menos siete años dispersa. Siendo éste su primer momento de visibilidad, también se comenzó a otorgar perspectiva a todos esos problemas y propuestas.

En el CNI de octubre de 1996 se constató tal visibilidad fortalecida por la firma de los acuerdos de San Andrés, algo en lo que los delegados indígenas de diversas regiones habían participado directamente. Estos acuerdos --tejidos desde la base social-- impulsaron el reconocimiento de sus derechos colectivos en la Constitución enfatizando el papel de la gente común en el proceso de elaboración de leyes, es decir, fortaleciendo la capacidad de interlocución y decisión de los pueblos del país. Nunca más un México sin nosotros es la imagen de una exigencia, un énfasis en el nosotros --la comunidad, la organización-- contra el individualismo y el aislamiento promovido por los gobiernos y el mercado.

Dos años después, el Segundo Congreso Nacional Indígena ratificó su consenso por los acuerdos de San Andrés y por la "ley Cocopa". Sabedores que el reconocimiento en la Constitución era un paso indispensable, pero no suficiente, también se consensó emprender "la reconstitución integral de los pueblos" --el fortalecimiento de sus estructuras comunitarias y regionales en el largo plazo y la adquisición de una perspectiva nacional para sus problemas y exigencias.

Hoy el reconocimiento y legitimidad del CNI y de sus demandas tiene escala planetaria. El movimiento indígena de toda América tiene sus ojos puestos en el camino de diálogo digno aquí emprendido. La lucha campesina en todo el mundo reconoce la justeza de las demandas y comienza a buscar y tejer alianzas.

Esta enorme legitimidad no puede despreciarse así nomás. Por sobre todo, los pueblos indígenas, junto con los zapatistas, han demostrado que insisten en apegarse a la legalidad del Estado mexicano. Su búsqueda de reconocimiento constitucional, su apuesta por dialogar y fortalecer al Congreso de la Unión es clara. La diferencia entre quienes enfatizan las instituciones democráticas partidarias y los pueblos indios es que estos últimos enfrentan un abismo que los partidos no reconocen: la tan revindicada democracia participativa, el tan oxidado artículo 39 de la Constitución. No hacer caso de este llamado debilitará los poderes del Estado, la legitimidad de la representación partidaria y --no quede duda-- no hará que los pueblos indios abandonen su exigencia. "Hoy es nuestra hora", dijo un señor mazahua. "Hoy nacimos, ya somos." La vergüenza, para variar, está en la cuenta del poder.